Pasar por el aeropuerto de la Ciudad de México le permite al ciudadano –y al turista– darse cuenta del estado que guarda el país

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Pasar por el aeropuerto de la Ciudad de México le permite al ciudadano –y al turista– darse cuenta del estado que guarda el país

No es mi intención traer a la mesa el ya antiguo (pero no olvidado) asunto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que fue cancelado por una consulta marca 4T cuando llevaba un 30 por ciento de avance. Tampoco pretendo debatir acerca de si ese aeropuerto –que nunca será– hubiese estado al nivel de los mejores del mundo (Estambul, Seúl, Beijing, etc.). No es tampoco materia de esta columna si el monto de inversión que se le destinaría o la supuesta corrupción que existía alrededor del proyecto era razonable o exagerada. No quiero plantear la pregunta de si alguien, del lado del gobierno o de las empresas contratistas, ha sido procesado por malversación o desvío de recursos. No quiero tampoco cuestionar o comparar el proyecto del aeropuerto de Santa Lucía con aquel que fue cancelado y si su diseño, funcionalidad, capacidad, costo y tiempos son los razonables para un país como México que aspira, eventualmente, a integrarse a la lista de países desarrollados.

Lo que sí quiero plantear, tal vez por enésima ocasión en los últimos 10 o 15 años, es que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, incluso en su terminal “nueva” que fue inaugurada hace unos 12 años por Felipe Calderón, No está a la altura de un país como México y no es lo que los mexicanos merecemos, de la misma forma en que no nos merecemos el estado que guarda el País hoy y desde hace ya varias décadas. Esta semana, después de casi 6 meses de no subirme a un avión, tuve la oportunidad de viajar a través de la Ciudad de México y debo confesar que todo lo que sucede y se relaciona con el aeropuerto es, de entrada, algo deprimente y triste. Sin embargo, ya que pude procesar la experiencia que viví de ida y vuelta en el AICM, me di cuenta de que es precisamente ese aeropuerto el que nos da una radiografía del estado que guarda el País. Hay pocos espejos tan adecuados para reflejar a México en minutos.

Como pasa en muchos ámbitos de la vida económica de México, es poco claro de quién es el negocio del AICM. El presidente Calderón inauguraba muy sonriente la obra de la nueva terminal sabiendo que las pistas eran insuficientes para darle servicio a dicha terminal en el mediano plazo. Eso pasa a lo largo y ancho del País con alcaldes y gobernadores sedientos del reflector aventando dinero que no es suyo en proyectos mediocres mal planeados. La infraestructura física del aeropuerto, como la del país, está topada. No tiene suficiente capacidad para dar atención a la demanda de sus usuarios y la calidad de lo que hay tiene muy pocos puntos brillantes. Como sucede en los procesos y reglamentos que rigen la vida de México, en el AICM las reglas y protocolos se aplican de una forma distinta dependiendo del humor de quien está encargado ese día. No importa si el protocolo dice que una maleta en conexión va hasta su destino final, los empleados de la aerolínea nos advierten que “a veces el SAT decide inspeccionar maletas y bajarlas, en lugar de que vayan hasta su destino final” por lo que solicitan amablemente y con una sonrisa que el pasajero “espere unos 10 o 15 minutos” para ver si su maleta en conexión no aparece en la banda número 1, cortesía de un inspector de Aduanas con ganas de ponerle sabor a la experiencia del turista. No importa que exista un carril de aduanas para quien no tiene nada que declarar, ese mejor deciden los de Aduanas cerrarlo para crear un embudo con el único equipo de rayos X para inspeccionar el 100 por ciento de las maletas y bultos de los turistas, sumergiéndolos en lo que será un viaje lleno de filas, trámites y obstáculos, donde autoridades y burocracia generalmente parecen justificar su existencia haciéndole la vida más complicada al ciudadano y al turista. La experiencia de llegada por “la puerta grande a México” se complementa con filas y señalamientos confusos, elevadores que no se detienen en todos los pisos, baños que parecen tener 50 años de haber sido construidos, un exceso de ruido y un profundo olor a garnacha que invade todas las áreas del aeropuerto. Y tristemente, así parece estar “funcionando” el País, con la misma eficiencia y calidad de las instalaciones y experiencia del AICM. Al igual que por todo México, se ven en el aeropuerto cientos de mexicanos que ahí trabajan y te atienden con una sonrisa y buena actitud aun cuando saben que los protocolos e instrucciones que tienen muchas veces no hacen sentido. Se ven ciudadanos y turistas confundidos y algo contrariados.

Harían bien las autoridades en poner atención cuando usan el aeropuerto y ver al País que gobiernan reflejado en ese espejo. Con parches, con reglas poco claras, con hundimientos, con eternas remodelaciones, con infraestructura limitada, pero rodeados de gente amable que quiere trabajar bajo instrucciones claras y sensatas.