A partir de la muerte
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A partir de la muerte
1 Esos ojos no eran los ojos de mi padre, eran los de un anfibio. Tal vez una rana se los prestó. Postrado en la enfermedad, cada vez que se esforzaba por abrir los ojos, yo podía ver esa delgada capa transparente subir de vez en vez, para cubrir sus pupilas. Cuando esa transparencia no estaba presente, su mirada se clavaba con amor y conciencia, en mí; cuando subía esa membrana, su ser comenzaba a prepararse para el diálogo con la disolución.
2 Su cuerpo fue devorado por el fuego del sufrimiento durante casi un mes. Lo purificó. Al hablar con él, le pedí que al llegar el momento, mirara hacia arriba y solo atendiera a la entrada de la luz. Las instrucciones fueron recibidas.
3 Abrí la tapa y en el interior de un recipiente de metal había, temblando, dos gelatinas del tamaño de un buen pastel. Supe, no sé por qué, que esas gelatinas tomaban decisiones. Intenté hablar con ellas y me sobrecogió su poder. Así que me quedé callada.
4 En el hotel donde se incluyen todas las experiencias culinarias, las habitaciones tienen distintos niveles. Eso es divertido. Subir y bajar escaleras, andar pasillos con enredaderas y jardines. En un espacio de terciopelo, una joven de la familia toma bebidas. Más delante está la madre que ha comido toda la tarde sin detenerse. Cada uno come delicias en tiempos distintos, es imposible encontrar a otros y ponerse de acuerdo para comer juntos.
5 Reviso mis pies y al quitar del talón una delgada capa de piel muerta, veo el interior: no hay sangre, lo que sí, una masa suave, el color es ambarino, tal vez es el cuerpo de estas gelatinas que toman decisiones. Arranco otros pedazos de piel muerta y en todos los orificios encuentro la misma textura.
6 Uno de tantos objetos que él guardaba y que me ha entregado mi madre: “una brújula que no funciona”, dijo. Y contesté: “es una brújula que va hacia donde quiere, como mi padre”. Una hebilla de metal pulida por sus manos, tesoro de tesoros. Sus lentes con aumento. Dos chamarras y una camisa roja. Y su nariz que traigo puesta.
7 Flores sobre su tumba, tantas, como para formar la lápida más efímera y perfumada de la que mis ojos han tenido noticia.