Para que yo me llame Guillermo
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Para que yo me llame Guillermo
Por:Cinthya Vargas
“Cuando regrese, ya no quiero ver eso ahí”. Señaló con la cabeza al bebé enredado en el trapo. Tomó el morral apoyado contra la pared, se acomodó el sombrero y salió de la casa con andar recio.
Petra bajó los ojos, miró una hormiga que pasaba frente a su regazo. Se quedó quieta un instante y luego sacudió la cabeza como si una mosca la molestara. Siguió extendiendo el nixtamal y cociendo las tortillas. La chimenea de barro estaba junto a la puerta y enseguida la mesa maciza de madera en la que ella y Crecencio comían.
Cuando estuvo segura de que su esposo no regresaría, atravesó la mesa en la puerta y extendió las tortillas cocidas sobre una servilleta de tela bordada. Era hora de empezar la vendimia.
Los obreros que por ahí pasaban se detenían a comprar entre dos o tres tortillas, alguna que otra señora con más recursos pasaba a comprarle diez o doce para su casa. Al final del día nunca vendía más de treinta tortillas, pero salía para comprar el maíz del que comían y otro poquito para vender. Entonces el sueldo de Crecencio se destinaba únicamente para frijoles, huevo y chile.
Esa era la rutina desde que Guillermo había nacido. Luego, se volvió más ardua para Petra: el bebé se había enfermado. Intentó con muchos remedios: coyonoxtle asado y puesto en la garganta para la inflamación y el dolor, tomates asados y machacados en los pies para las gripas, manteca vegetal untada en los genitales y baños con agua tibia para bajar la fiebre, friegas de alcohol. Nada funcionó. Lo que quedaba era juntar dinero para llevarlo a la botica.
Fue a buscar al boticario del barrio, don Chava, y él, a ojo de buen cubero, le dijo cuánto le cobraba por el medicamento y el chequeo.
Tres días se pasaron en la entrega de más tortillas, ofreciéndolas de casa en casa a los vecinos, a la frutería de don Tito (que vendía nomás plátanos y cebollas, si acaso un puño de chile), al patrón de Crecencio. En esos tres días más malcomidos que de costumbre se pudo juntar lo del boticario y la receta para Memito.
Cuando don Chava vio al bebé por segunda vez le dijo: ¿sabes qué, Petra?, lo lamento, pero ya no podemos hacer nada, ya de nada sirve aplicar las inyecciones. El niño viene muerto. Petra le replicó: póngasela, póngale la medicina.
El boticario no se negó, la aplicó lo más rápido posible.
Petra envolvió otra vez al chamaco, le pagó, le dio las gracias y lentamente se fue para su casa, callada. Intentó darle de comer a la criatura, hacía dos días que no probaba ni gota de leche. Se rindió sentada en una de las dos sillas que tenían y esperó a que llegara Crecencio de la jornada.
Para entonces, Crecencio –con verle la cara a Petra– supo que nomás no habían servido de nada las malpasadas y los tres se acostaron en el petate.
Una semana pasó Petra con el cadáver dentro del cuarto, haciendo sus cosas habituales. Siete días pasaron para que Crecencio le dijera “Cuando regrese, ya no quiero ver eso ahí”.
Al octavo día, ella tomó el cuerpo de su hijo y lo fue a enterrar en la nopalera que estaba atrás de la casa.
Dos meses después, Petra estaba embarazada de nuevo. El producto resultó un niño sano y fuerte, con características muy similares al primer bebé. Al momento de ir a registrarlo y por el acta de nacimiento, Crecencio ya estaba curtido en el caso. Le dijo a Petra: ¿para qué gastamos tanto dinero en ir a darlo de alta? Ponle los papeles que ya tenemos, que al cabo que no pasa nada si se nos muere también.
*Cinthya Vargas
ESCRITORA, PROMOTORA CULTURAL
(Coahuila, 1992). Egresada de la Licenciatura en Letras Españolas por la UAdeC, mediadora del Programa Nacional de Salas de Lectura, capacitadora del Programa Leer para la vida, coordinadora y tallerista de actividades de escritura, fomento a la lectura y edición en el estado, socia de Centro Rodari, espacio cultural y artístico.