Para los que todavía creen en Santa…
Usted está aquí
Para los que todavía creen en Santa…
I. Aunque fui educado bajo la noción de la existencia de Dios, jamás se me alimentó la idea de que su emisario navideño, el cocacolero Santa Claus, era responsable de los obsequios de la temporada.
O sea, como que mi padre era bien consciente de la chinga que se metía como para encima cederle todo el crédito de nuestra alegría al miembro perdido y con ácido úrico de los ZZ Top.
Por eso, entro en interno conflicto con los padres de familia que deciden inculcar esta creencia en sus vástagos, sólo para pasar después las de Caín para desengañarlos.
¿Es realmente más feliz un niño que cree en Santa?
Creo que hasta antes de la Revolución Industrial (en la que peleó cyborg-Pancho Villa), cuando lo más que podía esperar un chiquillo como regalo por el nacimiento de Jesús eran unos caramelos durísimos y algún juguete artesanal, al menos podía dorársele la píldora, diciéndole que sus obsequios eran especiales, que provenían del Reino Divino y estaban condicionados al comportamiento observado durante todo el año.
Pero hoy en día que los mocosos manipulan una tableta desde los tres años, que están enchufados al ciberespacio desde la placenta y que en una hora logran más puntos en cualquier videojuego de los que usted o yo haríamos en toda nuestra vida, se queda muy pobre y corta cualquier elaborada fantasía de duendes, chimeneas, renos y trineos voladores con que pretendamos engatusarlos.
¡Tienen acceso a Internet, por Dios! A cualquier chamaco con un mínimo de curiosidad y ancho de banda el mito de Santa le dura en promedio 45 minutos, y todavía le sobra tiempo para averiguar lo básico sobre el punto G.
Pero, sobre todo, lo considero ocioso porque, como ya dije, si el chamaco no se espabila pronto, luego hay que explicarle que el mundo no es ningún lugar mágico, sino un sitio bastante cruel, en el que hay niños en el mundo que no piden ya un juguete, ni siquiera pan, sino pasar la noche sin que le llueva un bombardeo.
Quizás usted piense que nada de nocivo tiene el fomentarle a un niño el mito de Santa, al menos en su edad más temprana. Yo soy de la idea de que es una patraña completamente innecesaria y que se vive más feliz sabiendo desde un inicio que los obsequios son producto de la suma del esfuerzo y del amor; mientras que la recompensa por la buena conducta es la armonía y una consciencia tranquila, y no la nueva consola de Play Station.
II. De repente y como si se hubieran puesto de acuerdo, algunos notables priístas decidieron, después de muchos años (décadas) de militancia, renunciar a las filas del Revolucionario Institucional.
Es, por supuesto, siempre digno de celebrarse que un alma descarriada abjure de Satanás, vuelva a la Gracia y recupere su calidad de ser humano. Sin embargo…
Sin embargo, creo más en la conversión al bien del Lobo Feroz en las películas de Caperucita y Pulgarcito (“¡Zorrillito!”), que en la espontánea enmienda de un alma que ha demostrado ser eminentemente tricolor aun en los tiempos más oscuros del priato.
Porque, vamos, el pecado del PRI no es que de la noche a la mañana se haya convertido en un monstruoso saurio antediluviano, enemigo de la democracia, el desarrollo social y la dignidad de las personas. El pecado del Revolucionario es que al día de hoy continúa siendo el monstruoso saurio antediluviano, enemigo de la democracia, el desarrollo social y la dignidad de las personas como siempre lo ha sido.
No obstante, quienes hoy dimiten argumentan –como sustento ideológico al repentino golpe de timón en su vida y sus creencias– que el PRI dejó de ser una institución incluyente y comprometida con el progreso de México.
Y yo les pregunto: what?! ¿Cuándo carajos pueden presumir que el PRI haya antepuesto el interés común sobre el interés de quienes lo conforman? La respuesta es sencilla: Nunca.
La diferencia, en cambio, parece radicar en que el moreirato que hace 11 años asumió el absoluto control político y social de Coahuila, y que hoy está en total decrepitud, los excluyó (por las razones que fuesen) durante todo el carnaval consanguíneo transexenal.
Tengan la decencia de admitirlo: no es que el PRI fuera antes bueno y ahora malo. Sucede que el PRI fue siempre terrible y ahora es peor, tanto que los descobijó, al igual que a muchos de sus más destacados militantes, mismos que hoy le dan la espalda a esta arcaica institución para seguir mejor aportando a la sociedad desde la trinchera ciudadana (sarcasmo). A ellos les tengo reservadas las cuatro consonantes del apocalipsis: “¡NMMN!”.
Que hoy el PRI no sea favorable a sus personales proyectos no hace del PRI de antaño (de cuando se cebaron desde sus siglas) una denominación decorosa. Muy, muy tardíamente “recapacitan” y por más que quieran enarbolar ya la bandera independiente, su pasado les acompañará, les perseguirá por siempre como a cualquier excamisa parda (o examericanista).
Que los compre el que no los conozca.
Los pensamientos aquí vertidos me asaltaron luego de leer en redes un simpático pensamiento muy ad hoc con la presente época (navideña y política), que dice: “No se burlen de los niños que aún creen en Santa Claus. Mejor háganlo de los adultos que aún creen en el PRI”.