Para el olvido

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Para el olvido

Ilustración: MEFRA
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Por: FELIPE RODRÍGUEZ*

¿Por qué duele tanto? Sentí que un golpe demoledor, bajo y certero, me sofocaba. Es inconcebible que un sentimiento pueda doler físicamente de esa forma. No lloré de milagro. Con todo, hoy estoy segura de que lo que sentí por ese hombre pudo ser atracción, orgullo, seguridad, o todas esas emociones juntas, pero no fue amor.

Lastimó mi ego, sin duda. A nadie le gusta que lo engañen, y yo vi a Eliseo besando a alguien que no era yo, cuando pasaron a dos metros de donde conversaba con mis amigos de preparatoria. Me quedé enraizada e inmóvil, como un árbol.

De piel aperlada y buen cuerpo, la mujer era de la edad de Eliseo, mucho mayor que yo, su “chiquita”, y eso fue especialmente duro porque lo sentí como una agresión directa. Por eso, aún sin asimilar con claridad lo que sucedía en esos momentos, en mi mente apareció una convicción: no debo quebrarme aunque las lágrimas amenacen con brotar.         

Indudablemente será difícil olvidar aquella tarde de mayo de hace mil años. Imagínate, yo era una adolescente, una estudiante que desde la puerta del colegio ve venir a su novio. Pero él camina y ríe con una mujer bonita, totalmente desconocida para mí. No la había visto antes, por eso sé que no era maestra y tampoco tomaba clases nocturnas en las carreras profesionales de nuestro plantel. ¿Sería la ex que días antes, en nuestra última cita, Eliseo me reveló que existía? ¿O era una empleada del banco, compañera de trabajo? No vestía mal.

Eliseo trabajaba como ejecutivo bancario. Al menos así se presentó cuando lo conocí. Hoy ya no estoy segura de muchas situaciones. Dijo que tenía veintisiete años; yo acababa de cumplir diecisiete. Estaba a punto de titularse -eso sí me consta- de contador público en el Instituto “Manuel Acuña” A.C., IMAAC, la misma escuela donde nos conocimos y yo cursaba el bachillerato.

Aquel moreno bajito y delgado era -así lo entendía yo- mi novio desde hacía tres meses. Antes de Eliseo solo anduve con Saúl, que iba en una generación arriba de la mía en la prepa, pero terminamos antes de que se graduara y dejara Ciudad Leona Vicario. Sí, tuve muchos pretendientes desde secundaria; sin embargo, toda mi experiencia con novios, en números absolutos, apenas sumaba dos: uno más uno, igual a dos. ¿Ahora me entiendes?

Por eso la escena que entonces tuve frente a mí me provocó un corto circuito en el cerebro. El retrato que se había formado en mi mente sobre ese profesionista amable y detallista, era diametralmente opuesto al que miraba ese día. Eliseo abrazaba a la mujer como si fuera un premio, un regalo muy deseado. Pero ella tampoco desaprovechaba esa cercanía y parecía querer comerse a besos al hombre que me cortejó desde meses atrás.

Mi estupor disparó un ariete que dejó a mi alma en calidad de ruina. Se detuvo el aliento. “No puede ser”, exclamé para mí en voz alta cuando vi a la pareja. “Sí, sí es posible”, admití inmediatamente ante la innegable evidencia. Enmudecí.

Sin dirigirme la atención, los cariñosos reían al atravesar frente a mí. Pese a lo corta de nuestra relación, me había acostumbrado a que, al término de sus clases, Eliseo oteaba al plantel buscando mi silueta entre el alumnado para invitarme a salir a algún lugar cercano al IMAAC. Ese día dejó de ser el enamorado cortés que conocí. Seguí clavada en el piso.

Tan desorientados como yo, Cristy, Claudia y Gil, los amigos que me acompañaban en ese trance, esperaban ver cómo iba a reaccionar. No sé si los decepcioné, pero no hice nada, no reclamé, aunque tampoco lloré ni me fui. Evidentemente no pude mantener la sonrisa que tenía hasta unos minutos antes.

Me hice la valiente para esconder mi dolor y mi tristeza. No quería que mi grupo, y menos Eliseo con esa mujer, me vieran llorar. “Sigo en pie”, pensé, “nadie sabrá que me siento como desgarrada por dentro”.

Fue mi primera decepción amorosa. Hoy sé que era cuestión de orgullo. Ninguna persona se atribuiría haberme lastimado, y mucho menos romperme el corazón. Para nada. No hay quien me afecte si yo no lo permito. Logré que mis ojos café no abrieran su fuente.

Al paso del tiempo descubrí que aquellas lesiones no dejaron daños permanentes, sólo rozaron mi ego. En retrospectiva, comprendo que lo que consiguió ese episodio fue que mis expectativas sobre el noviazgo cambiaran definitivamente. Me endurecí.

¡Ay, pero qué coraje! El cabrón de Eliseo me vio la “p” en la frente. ¡Yo no le hice algo para que buscara desquitarse así conmigo! Increíble, apenas unos días antes me ofreció un anillo de compromiso para pedirme matrimonio, y ahora aparecía frente a mí; así nada más, sin dar explicaciones y enamorando a otra mujer.

*Felipe Rodríguez Maldonado

Periodista con casi 35 años de ejercicio como reportero, articulista y editor. Además de su trayectoria en VANGUARDIA, ha colaborado en otros medios de comunicación nacionales y  locales y se ha desempeñado como maestro universitario. Es egresado de la Universidad Autónoma de Coahuila con Licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Está antologado en un volumen del Premio Estatal de Cuento Julio Torri con “El Cristo Atrapado”, y fue finalista del Premio Kalpa de Ciencia Ficción con el cuento “Tara 2011”. La historia que hoy se publica es parte de un texto más extenso, actualmente en preparación.