Papa Francisco y sus fantasmas

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Papa Francisco y sus fantasmas

Es un hecho conocido que el Papa Francisco ha criticado la situación mexicana previo a su visita a nuestro País, por ejemplo, el año pasado advirtió que en México la cosa era de terror. Luego se conocería la carta donde le pide a un amigo evitar la “mexicanización” de Argentina. También dijo que a México “el diablo lo castigaba con mucha bronca” y luego puntualizó que viene a México como “instrumento de paz”, no a “tapar” los problemas de violencia, corrupción y narcotráfico.

Y ante la injerencia del Obispo de Roma en los asuntos internos de México, el año pasado nuestra Cancillería envió una nota diplomática al Vaticano a modo de extrañamiento por el sambenito impuesto por Francisco con respecto a la “mexicanización” del narcotráfico.

Y es que el Pontífice nos estigmatiza cuando afirma que México vive actualmente su “pedacito de guerra”, como si la Argentina, donde él vivió la mayor parte de su sacerdocio, no hubiera vivido en su momento el peor de los infiernos, un genocidio al que bien podríamos calificar como “su pedacito de Holocausto”.

¿Dónde estaba Francisco en esos años terribles de la dictadura militar argentina? Este es un cuestionamiento recurrente con respecto a Jorge Mario Bergoglio que, como provincial de los jesuitas y después como Obispo de Buenos Aires, fue testigo de las atrocidades y las secuelas de la represión militar.

Y es que hay señalamientos directos, como el del periodista Horacio Verbitsky o el de doña Alicia “Licha” de la Cuadra, fundadora de las “Abuelas de la Plaza de Mayo”, mujeres que por décadas han buscado a los bebés arrebatados a las detenidas en las prisiones clandestinas.

A Bergoglio le cuestionan su silencio durante el secuestro de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, asimismo, sus argumentos con respecto a que“desconocía” los crímenes de los militares.

Basta citar unas cuantas líneas del “Informe Sabato” sobre los desaparecidos, del discurso que el escritor pronunció ante Raúl Alfonsín en 1984, del cual resaltamos lo siguiente; “En nombre de la seguridad nacional, miles y miles de seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y fantasmal: la de los Desaparecidos… ¿Quiénes los habían secuestrado? ¿Por qué? 

¿Dónde estaban? Nadie sabía… Y así transcurrían días, semanas, meses, años de incertidumbre y dolor de padres, madres e hijos, todos pendientes de rumores, de gestiones inútiles, de ruegos a influyentes, oficiales militares, a obispos, a capellanes, a comisarios, de quienes la respuesta siempre fue negativa”.

El Informe Sabato es claro respecto a la pasividad del clero argentino con la dictadura. Peor aún; siendo Bergoglio cabeza de los jesuitas, estos le otorgaron el doctorado honoris causa a Emilio Massera, almirante que tiempo después fue enjuiciado por crímenes de lesa humanidad.

La Iglesia merece nuestro respeto y ante millones de creyentes que reciben al Papa con fe y devoción no es fácil decir estas cosas pero, es cierto, el Vaticano nunca cuestionó a los obispos cómplices de las dictaduras latinoamericanas, en cambio, sí reprimió y persiguió a los sacerdotes afines a la Teología de la Liberación.