Panamá y los chiricanos
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Panamá y los chiricanos
Visité Ciudad David, ciudad panameña ubicada en la Provincia de Chiriquí que significa “Valle de la Luna” en la lengua del pueblo originario local.
Los chiricanos no sufrieron cotidianamente más de ochenta años de sujeción colonialista de los Estados Unidos que con su base militar resguardó un canal que desde el 2000 es propiedad de los panameños –Donald Trump dice que fue devuelto a cambio de nada–, y que por mucho tiempo fue la quinta frontera de este país centroamericano.
A 20 minutos por vía terrestre de la costa con el Océano Pacífico y dos horas del Océano Atlántico, Ciudad David emerge con sus caseríos criollos de techos de dos aguas. Desde que llegué al aeropuerto de la ciudad llovía tanto, que a cada pasajero del avión nos fue facilitado un amplio paraguas que apenas sirvió para no mojarnos completamente.
En su territorio destaca la región Boquete y el volcán Barú desde donde se contemplan los dos océanos. La disyuntiva de seguir siendo casi una ínsula ha permitido que en la Provincia de Chiriquí se haya generado un desarrollo local y que se perciba un sentimiento independentista.
Salta a la vista la multiculturalidad de la población. Descendientes de árabes, alemanes, italianos y turcos, de indígenas americanos y de negros, hoy integran una comunidad de doscientas mil personas que ha sido capaz de participar ciudadanamente en la construcción de la Agenda 20-25 en la que han puntualizado las acciones que hay que hacer para que su ciudad sea sustentable.
Escuché a algunos de ellos en un conversatorio en el que hablé de responsabilidad ambiental empresarial. Estaban los académicos, uno de ellos el profesor Demetrio Miranda con más de cuarenta años de luchar por el medio ambiente. También representantes de organismos de la sociedad civil en el ámbito de la cultura y de la historia. Estuvo el Presidente de la Cámara de Comercio, un hombre mayor que participó con gran energía.
En Ciudad David se respira un contexto de cambio y aunque ya el arquitecto Jaime Lerner –líder en su momento del caso de Curitiba, Brasil, como ejemplo de reconversión urbana– fijó una ruta de recomendaciones y además existe un plan de ordenamiento territorial, no han despegado las acciones pertinentes.
¿Qué falta? Un plan con actores políticos, sociales y con entes económicos que tengan responsabilidades concretas y enmarcadas en un límite de tiempo.
Afortunadamente Panamá no es una república bananera, ya no. Y aunque la redistribución del ingreso para los panameños no es acorde al crecimiento del Producto Interno Bruto de su país, se cuenta con mujeres y hombres con ideas propias; en Ciudad David no sólo hay esperanza en el futuro, hay claridad en lo que se quiere.
No dudo que logre ser una ciudad inteligente aunque el flagelo de la delincuencia empieza a estar presente y hay mucho que hacer en materia de educación básica.
Los chiricanos están muy a tiempo de apuntalar lo que quieren fortaleciendo los ecosistemas de su hábitat que incluyen humedales, y promoviendo el ecoturismo en los hermosos lugares que tienen.
Vaya que Ciudad David es inolvidable. Regresaré un par de veces el próximo año para conocer sus profundidades y aristas, para que me bauticen en el Río Risacua –acto con el que distinguen a algunos visitantes– y entonces ser uno más de los chiricanos.