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Padre, te traigo en la clavícula
Padre, te traigo en la clavícula derecha. Destellos de dolor descienden a la espalda baja. Algo de humo de salvia en círculos y dormir en el bosque disuelven el dolor. Pienso en tu lecho oscuro. Aquel día. Padre. Tantas coronas de flores sobre tu tumba, esas flores que estarán hechas polvo. ¿El pasto y los pinos se incendian a esta hora con el ardor del verano?
Es el tiempo de los caldos de tu cuerpo. Y es tiempo de cosecha padre. Hoy es el inicio del verano. Llevé manzanas como ofrendas a la montaña. ¿Podría acaso llegar algún oso por ellas? Ascendí y elevé el rostro al sol. Allí estabas tú: dios padre, dios ira, dios rueda, dios voz, dios percusión. Carne de mi carne, alma de mi alma, torcedura de mi intención.
Sobre tu tumba aún nada, no hay signo que indique que allí descendió tu cuerpo. No importa padre, escribo tu nombre en el viento: aquí yace el cuerpo de mi padre Guillermo Francisco Luna Luna, ese niño del desierto que se comía a escondidas, con sal, los huevos de la tienda de su tío Cirilo. El hombre de hermosas manos. El hombre que es lo negro y lo blanco. El de ojos color de gato entre la leña. El hombre que también soy.
Guardo tus cajas de herramientas, almaceno clavos en botellas de cristal, como tú. Me pongo la camisa y el pantalón de manta que te hiciera mi madre. Hace poco remendé la sudadera amarilla que hace más de 16 años, te pidiera. Actos para decirte de otra forma: amor de mí. Niño con ojos de pregunta. Niño que jalaba la mano de su padre para llevarlo a casa. Padre, piel de menta, hijo de mi corazón.
Ahora eres viento y pensamiento. Eres también la entidad que de saber todo sobre lo blanco y lo negro, resguarda mi habitación.
Ayer fue un día más sin tu voz que canta al teléfono. Sin los dedos que entrelazaban mis cabellos hasta dejarme dormida.
Recuerdo el día aquel en el que desde el sonido de tu silla de ruedas, depositaste en mi mano una medalla, luego andar 21 kilómetros en una de tantas carreras. Era tal tu persistencia. Y alguien me dijo: lo que te transmite con ese gesto es que si él lo hizo, tú también eres capaz. Así fue, expandiste como chicle mis capacidades. Todavía recuerdo el terror en la cara de mi madre que viajó hasta Torreón luego del maratón. Pensaba que me desvanecería al llegar a la meta. Estaba en la línea final. Tú no. Tú sabías que podía. Siempre lo supiste.
Me heredase una vida, la forma de los dedos de los pies y la Luna en el nombre. Soy doblemente luna por bautizo y por la biología. Designo pues, como un territorio natural el amor por lo profano, la poesía y la filosofía entre las vides. ¡A tu salud padre, la vida! ¡Que se haga la música!