Ouimet y Trumbo
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Ouimet y Trumbo
Si alguna característica describe adecuadamente al espíritu humano esa es, creo, la persistencia. Nuestra capacidad para perseverar, no obstante los fracasos, los descalabros, los tropiezos, la decepción o las desalentadoras opiniones de quienes nos rodean, representa toda la diferencia a la hora de entender a nuestra especie.
De persistencia está hecho, fundamentalmente, el espíritu de los héroes, particularmente de los improbables, es decir, de quienes no fueron originalmente diseñados para el triunfo pero lo consiguieron aún con todas las apuestas en contra.
Sin duda Aquiles, Hércules, Leónidas o Alejandro Magno constituyen ejemplos magníficos del héroe digno de admiración y sus proezas merecen justamente la inmortalidad de la cual gozan, pero tampoco podían hacer otra cosa pues fueron diseñados por los dioses para merecer la gloria del Olimpo.
Los héroes improbables, por el contrario, son individuos teóricamente diseñados para el fracaso —o la medianía— y jamás alguien, en su sano juicio, apostaría por David en su lucha contra Goliat; por Stanley Goodspeed en su cruzada contra un equipo de soldados de élite —a pesar de la ayuda de Sean Connery— o por Sylbeth Salander en su confrontación contra el gigante Ronald Niedermann en uno de los clímax de la trilogía Millenium.
Los héroes improbables nos cautivan porque nos hacen pensar, a los individuos ordinarios, en la posibilidad real del éxito personal y nos devuelven la esperanza. Y lo mejor de todo viene cuando descubrimos cómo los héroes improbables no son solamente figuras de ficción, sino habitantes ordinarios de nuestra realidad.
En la semana tuve la oportunidad de conocer —nunca antes había escuchado hablar de ellos— la historia de dos héroes improbables cuyas hazañas han merecido la inmortalidad del celuloide: Francis DeSales Ouimet y Dalton Trumbo.
El primero de ellos fue un golfista a quien la vida obligó a sufrir más de lo debido, a pesar de su talento, porque aún cuando nació en una vivienda ubicada enfrente de un club de golf, en su natal Bookline, Massachusetts, su origen humilde le impedía aspirar, a inicios del siglo pasado, a escalar más allá de la posición de caddie.
Por cierto, el heroísmo de Ouimet resulta significativo porque en su épica fue acompañado por otro personaje pleno de heroísmo también: Eddie Lowery, un niño de apenas diez años, quien fue su caddie en el torneo con el cual ganó la inmortalidad: el Abierto de los Estados Unidos de 1913
El segundo fue un brillante guionista cinematográfico quien, situado ya en la cima del éxito, fue desterrado violentamente de ella a causa de sus ideas políticas a las cuales les había declarado la guerra el macarthismo delirante de la primera mitad del siglo pasado. Trumbo fue un miembro destacado del mítico grupo “Los Diez de Hollywood” quienes, a su vez, formaron parte de la “lista negra” de quienes fueron declarados enemigos de los Estados Unidos por su vocación comunista.
Sobre Ouimet, los estudios Walt Disney han realizado, bajo la conducción de Bill Paxton, un emocionante título: “The Greatest Game Ever Played” (el título original es sin duda mejor al nombre en español: “El Juego que hizo historia”), brillantemente estelarizada por Shia LaBeouf y Stephen Dillane.
Sobre Trumbo, la recientemente creada productora Bleecker Street ha largado una historia de 124 minutos dirigida por Jay Roach, quien ha conducido de forma brillante a Bryan Cranston (a quien usted recordará como Walter White en la serie Breaking Bad) y ha conseguido convertir en una malvadísima villana a Hellen Mirren.
Ambas películas son dignas de verse y están disponibles a través de los servicios de streaming: “La historia de Francis Ouimet” puede verse en Netflix y la de Trumbo a través de HBO GO.
Ver ambas cintas y, acicateados por la curiosidad, leer después sobre la vida de estos dos hombres ordinarios, sin duda constituye un motivo para ver con optimismo el futuro, pues Ouimet y Trumbo enfrentaron situaciones aparentemente imposibles de superar, pero la determinación con la cual decidieron vivir sus vidas les llevo a prevalecer al final.
Se trata, por supuesto, de dos clásicas películas hollywoodenses con final feliz, pero la diferencia estriba en el rasgo compartido por ambos filmes: están basadas en historias reales y los directores de ambas han cuidado de no exagerar los rasgos de los personajes retratados.
Además, tanto el joven LaBeouf, como el curtido Cranston —sobre todo el segundo, es justo decirlo— cumplen sobradamente con la caracterización de sus personajes y se enfundan bien en los trajes de aquellos a quienes representan.
Si no tiene mejores planes para el fin de semana y padece, como muchos por estos días, un déficit importante de motivos para ver con esperanza el porvenir, le recomiendo estas dos películas para documentar el optimismo a través de los ejemplos magníficos de persistencia de Ouimet y Trumbo.
carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3