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Tras lo ocurrido en París el mes pasado, di como un hecho que los Estados Unidos sufrirían al menos un ataque terrorista parecido. El Estado Islámico y Al Qaeda van con todo, a como puedan y donde puedan, contra la cultura occidental.

El presidente Barack Obama sigue en modalidad de negación. Es fecha que se rehusa a pronunciar públicamente la frase “terrorismo islámico” o jihadista; ello, a pesar de los detalles del ataque. El FBI hasta hoy se ha resistido a calificar el acto como de terror.

Difiero. Sufrieron un ataque terrorista, alimentado por el cocowash islámico. Ignoro por qué el presidente Obama se inhibe. Se parapetan en que el Sayed Farook había salido molesto de la fiesta atacada minutos antes.

La evidencia conocida, mi querido Watson, dice otra cosa. El matrimonio Farook, quizá actuó al calor del momento, pero se habían estado armando hasta los dientes desde tiempo atrás. Acopiaron armas de todo tipo, y el número de municiones que llevaban consigo cuando fueron abatidos indica que iban preparados para poder asesinar inocentes en algún otro lugar. No pudieron hacerlo porque, increíblemente, en tan solo cuatro minutos la Policía de San Bernardino los atajó, y tras un intercambio de 400 balazos en la vía pública, ¡eliminaron a ambos sin causar daños colaterales! 

¿No eran terroristas? Los devotos pero demenciales islámicos prepararon bombas caseras para generar una catástrofe de proporciones bíblicas. Solitos pudieron haber causado más muertos que todos sus correligionarios en París juntos. 

Tan actuaron premeditadamente, que días previos rentaron la camioneta. Luego encargaron a su hijo de seis meses con la abuela. Esta frialdad de la mala madre no puede sino significar que la joven terrorista venía con una misión específica: posar como esposa abnegada para garantizar la sorpresa. (Águilas con la importación de sirios.)

El altercado previo a la matanza no desdice que la pareja terrorista ya tenía un caballo ensillado. Si acaso, la discusión en la fiesta solo precipitó una reacción emocional de Farook, quien regresa con su esposa y ambos, con la indumentaria adquirida exprofeso para el ritual terrorista, armados hasta los dientes. 

Justo antes de los disparos una de las víctimas heridas escucha a la señora Farook decir algo como “¡Gracias, por fin!”. O sea, ella muy ganosa y su marido otro fanático y/o un mandilón clase mundial. ¿O qué, en menos dos años de casados se enloquecieron?
París puso en jaque a las fuerzas policiacas para siempre. ¿Cómo detectar multiasesinos jihadistas posando como inofensivos ciudadanos? Quizá gracias a la precipitación emocional de Farook fue que no desplegaron toda la fuerza letal a su alcance.

El ataque se ha politizado y polarizado.  Los demócratas aprovechan para proponer abolir las armas y los republicanos responden pidiendo respeto a la Segunda Enmienda y el derecho a poseerlas. Yo me inclino por la segunda posición. Al menos en este acto terrorista el debate no viene al caso porque de no ser con armas, los malos islámicos estarían atacando con explosivos caseros preparados con tubos u ollas de presión.

Resulta contra intuitivo pensar que más armas en la calle generan menos delitos, pero sobra evidencia de que, al menos en los Estados Unidos, los asesinos masivos escogen escenarios donde saben que no hay armas para repelerlos “in situ”, como sucedió esta vez. 
Cuando, como en México, queda demostrado que la (casi) generalizada corrupción policiaca impide proteger a los ciudadanos, mayor razón existe para facilitar la defensa del hogar y del patrimonio personal. Nuestro Gobierno se opone, porque desea tener el monopolio de la violencia, y se reparte el del terror con los narcos.

Aquí nos prohibieron poseer las armas hace décadas y entre gobierno y narcos hay más de 100 mil víctimas sin contar los desaparecidos, cifra que está en las decenas de miles. De lo que puedan hacernos los terroristas islámicos ni quien se ocupe.

javierlivas@prodigy.net.mx