Osos y medios de comunicación

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Osos y medios de comunicación

Y como público, recordemos que ya no jugamos el rol pasivo al que nos acostumbraron los medios tradicionales

Es natural experimentar crisis de la mediana edad. Lo anormal en todo caso sería tenerlas en cuarto de primaria (a menos que se trate de mí), pero con esto de la pandemia hasta los animales domésticos se empiezan a cuestionar qué es lo que han hecho con su vida hasta ahora.

No sólo las personas llegan al punto de preguntarse “¿Y’ora qué chinga’os? ¿Pa dónde, o qué?”. También algunas entidades experimentan, luego de su apogeo, la imperiosa necesidad de reinventarse o condenarse a una espiral de decadencia con rumbo hacia su inexorable muerte.

Diversos medios de expresión y comunicación entraron en crisis cada vez que alguna innovación irrumpió y pareció desplazarlo. Pero ni la radio significó la desaparición de los medios impresos, ni la televisión sepultó al cine, ni el video mató a la estrella de radio (oh-a, oh-a).

De igual manera, tampoco internet supuso la extinción masiva de todos los medios tradicionales antes mencionados… aunque casi.

Aun al día de hoy, casi tres décadas desde la aparición de internet o “la” internet,  todavía hay muchos medios impresos y electrónicos preguntándose qué fue lo que los atropelló.

Los más frágiles sucumbieron ipso chingam y le siguieron aquellos que aparentaban fortaleza pero que tenían costos operativos demasiado altos y cuya cartera de clientes emigró hacia el futuro. Y si no enfrentaron la desaparición definitiva, mucho se contrajeron a su expresión mínima y de esto no se salvó ni el New York Times.

La selección natural no juega a favor del más fuerte sino del que mejor se adapta. En este sentido, empresas que se aferraron a hacer lo único que sabían hacer, de la única manera en que lo sabían hacer, zozobraron y un gran ejemplo de ello es Televisa (afortunadamente llegó la 4T en su rescate, ¡alabado sea el macuspano!).

Pero otras sí supieron, con mucho mejor tino y timing, hacer su paulatina conversión a las plataformas digitales. Para ellas mi reconocimiento, aunque lejos de cantar victoria, siguen en una batalla diaria por innovar en un mundo que todos los días cambia de reglas y tendencias.

Los medios tradicionales solían ser conservadores hasta la mojigatería, no obstante hacían apología de conductas perniciosas que hoy sería impensable consentir en un medio de comunicación masiva. Se morían de mortificación antes de permitirse una palabrota o la desnudez del cuerpo humano.

Pero llegaron los canales digitales y con éstos una total desinhibición del lenguaje (y “la lenguaja”, obvi) y de los temas a discutir. Así que los viejos medios le subieron varios tonos de verde en el pantone del libertinaje, lo que dio pie a fenómenos de la contracultura como Multimedios, consorcio de comunicación regiomontano que antes brillaba por anodino, hasta que vio que la ordinariez y la exposición de nalga en la pantalla influía de manera directamente proporcional en sus ratings, y así se convirtió en un referente nacional de la telebasura, liderada por un omnipresente Ernesto Chavana que no estaba más tiempo al aire nomás porque no se pudo clonar.

Esa ordinariez, esa chabacanería (“chavana-canería”) le ha permitido a algunas empresas seguir, no digamos vigentes, pero sí en el juego, compitiéndole a las plataformas digitales que son ahora las que dictan las reglas de lo que la gente consume con voracidad.

La televisión, que solía ser como una prostituta recatada, terminó por perder cualquier vestigio de pudor, como chavorruca queriendo estar “en onda” para ver si conecta con los millennial y centennial. Vale sin embargo lo mismo para otros medios, impresos y radiofónicos, que hacen cualquier desfiguro, como señora en Tik Tok, sin considerar que como empresas de trayectoria, deberían marcar una pauta y dictar la agenda. En cambio, puro “prro oso”, como el senador Samuel García y señora.

La semana pasada fue llevado ante el santo tribunal de la justicia digital un programa de la televisión local, debido a un desafortunado segmento en el que los anfitriones intentaron, con muy pobre resultado, entretener a su audiencia a costa de hostigar a un invitado, quien intentaba abordar el tema de la defensa de las mujeres en situación de peligro desde toda la gravedad que ello entraña. Pero en vez de divertido fue algo terriblemente penoso de atestiguar. Y hasta ahí.

No voy a justificar a nadie, pero el gran autor de este desastre no son tanto los conductores como el productor del programa, responsable directo de los contenidos y del tono que se maneja en sus emisiones y ya, en última instancia, el canal pero de ese… ¿qué podríamos esperar?

 Me entero luego que el productor es un genio importado de Monterrey, precisamente de… ¿de dónde cree? ¡Exacto! Del consorcio Multimedios Radio y Televisión.

Y allí está la moraleja de esta historia, que vale para todas las empresas de comunicación de la ciudad, del Estado y del noreste de México: ¿Vamos a seguir haciendo así las cosas, desesperados por unas efímeras visitas y “likes”? ¿O vamos a convertirnos en un verdadero referente sobre lo que es hacer comunicación de manera profesional? Porque ponerse al nivel de un ‘youtuber’ es fácil y ya de allí el éxito depende de las circunstancias, casi de la casualidad. Pero en tanto llega el éxito vale preguntarnos qué tan bajo estamos dispuestos a llegar por alcanzarlo.

Como ciudadano de Saltillo sólo refrendo mi deseo de que nos despojemos de ese complejo provinciano, creyendo que porque el talento viene “importado” de Monterrey o de CDMX es mejor y vale más. Siendo que si muchos triunfan en dichas urbes es porque su población es tan vasta que hay consumidores prácticamente para lo que sea, en serio: Lo que sea.

Y como público, recordemos que ya no jugamos el rol pasivo al que nos acostumbraron los medios tradicionales. Nuestros ‘clics’ aprueban, pero también condenan. Si nos arrojan bazofia, respondamos en consecuencia.