Orwell y 1984

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Orwell y 1984

Las novelas distópicas y la ciencia ficción, a menudo vuelven al tema de la pérdida de la privacidad personal, que, alentada por el uso de tecnología, permite una vigilancia constante y omnipresente. Quizás el ejemplo más famoso de esto en el canon de ciencia ficción del siglo 20, es “1984” de George Orwell. Publicada por primera vez en 1949, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, cuando Orwell nos presentaba un país totalitario que controlaba cada aspecto de la vida de sus habitantes, incluidos sus pensamientos. Oceanía estaba regida por un grupo que se hace llamar “El Partido”, institución que, buscando una “sociedad ideal”, termina afectando los derechos individuales de sus ciudadanos.

La novela de Orwell concibe un mundo donde la vigilancia gubernamental es tan completa, que a la gran mayoría de los ciudadanos no les importa ser observados por telepantallas bidireccionales en sus propias casas. Incluso el rebelde protagonista de la novela, Winston Smith, llega al final para caer presa del mismo culto a la personalidad que permite que el supervisor del gobierno, el Gran Hermano, permanezca en el poder.

Orwel que nació un 25 de junio, pero de 1903, advierte sobre los terribles peligros que los humanos hemos creado y consentido en la búsqueda del orden y la seguridad. En Oceanía, los ciudadanos se habían convertido en esclavos de su gobierno; seguros, pero esclavizados.

Hace años supimos que las agencias de seguridad e inteligencia de Estados Unidos monitorean cualquier tipo de comunicación: internet con todas las redes sociales y por supuesto las llamadas telefónicas. Las propias compañías de comunicación participaron. Desde Apple, Google, Facebook, Verizon hasta AT&T. Jamás se informó a nadie ni se solicitó la autorización de alguna autoridad judicial, ni mucho menos a los millones de personas cuyas voces y mensajes han sido grabados y revisados por la Agencia de Seguridad Nacional.

La NSA, actuando como el “Gran Hermano”, supervisa y controlar las comunicaciones y el internet para defenderse del terrorismo internacional. Sus argumentos son: “Tú no puedes tener 100 por ciento de seguridad con 100 por ciento de privacidad y tener 0 por ciento de inconvenientes”. La vigilancia a todo y a todos es necesaria para prevenir y lograr la seguridad, se ha convertido en su máxima tesis.

Pero, por otra parte, los defensores de las libertades civiles dicen que el secreto de las comunicaciones juega un papel crucial en una sociedad libre y democrática. No están en contra de la vigilancia a personas relacionadas o susceptibles de cometer actos terroristas, pero hasta ahí. Lo demás, acusan, raya en un estado totalitario que tiene por sospechosos a todos sus ciudadanos. Advierten que en las manos de gente sin escrúpulos la información obtenida de la vigilancia masiva es una poderosa arma de cualquier gobierno, empresa o institución.

Hoy el espionaje hacia todos es diario y nos señala el camino a seguir y hasta decidir que ver, comprar y comer. Redes sociales como Facebook, Google, Apple, Amazon y muchos más, no sólo recopilan datos de usuarios de muchas formas rastreando las “cookies”, los dispositivos y los datos del perfil para ofrecer publicidad dirigida y contenido personalizado. En cada caso, los servicios digitales ofrecidos por estas empresas de tecnología tienen políticas de privacidad para los usuarios, por lo que los miembros que utilizan los servicios en esas plataformas tienen algún conocimiento sobre el uso de sus datos personales. 

Pero independiente de eso, el fondo es el ataque a la privacidad, pues esto bien podría tratarse de un capítulo más del libro “1984”, una excusa para espiarnos por “nuestro propio bien”, “por nuestra propia seguridad” y “para facilitarnos la vida”. En lo personal me opongo a un mundo donde se grabe todo lo que digo o hago.

Hace casi 250 años, Benjamín Franklin, uno de los más grandes hombres de su tiempo dijo: “Cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad para ganar un poco de seguridad, no merecen ninguna de las dos cosas”. Desconozco si tenía razón, pero lo cierto es que nunca imaginamos lo peligrosa que puede llegar a ser nuestra seguridad… y comodidad.

@marcosduranf