A orillas del camino

Usted está aquí

A orillas del camino

El informático y protagonista de la breve novela de Michel Houellebecq, “Ampliación del campo de batalla” (Extension du domaine de la lutte; 1994), reflexiona y se dice a sí mismo: “De tiempo en tiempo me detengo a orillas de la carretera, fumo un cigarro, lloro un poco y replico: ‘¡Cuánto amaría estar muerto, pero hay un camino que recorrer y que es necesario recorrer!’”. Cito esta novela porque me da la impresión de ser un eco desolado del viejo existencialismo francés y porque, en pocas palabras, no dudo que esta reflexión y sentimiento pueda extenderse en sociedades donde impera la manía tecnológica y el mero actuar sin convicción y sin control o conocimiento del papel que uno posee como habitante del universo humano. “Hay un camino que recorrer y que es necesario recorrer”, sí, ¿pero de qué manera? ¿Cuál será la cadencia de los pasos? ¿Y cuál es el horizonte y el sentido? Terminará en la muerte, sí, pero ¿cómo será la obligada caminata? Parece tan difícil oponerse al impulso de correr y abarcar el camino entero con un par de zancadas; oponerse al arrogante deseo de inventarlo todo otra vez para, de esa forma, cambiar de un solo golpe las tradiciones, las reglas del juego, la cultura económica, las costumbres sociales, las injusticias y todo lo que nos ha sido dado o heredado desde el nacimiento y la cuna.
 
En 1978 apareció en castellano un libro que fue leído con cierta devoción y sorpresa por aquellos que desconfiaban de las ambiciosas teorías económicas generales, y estaban conscientes de la degradación ecológica y humana que acompaña al crecimiento económico que se basa en una producción desesperada, global, ansiosa y carente de equilibrios éticos: el libro al que me refiero es “Lo pequeño es hermoso”, de E.F. Schumacher (1911-1977) y éste fue publicado por primera vez en inglés durante 1973. Es posible que su celebridad se debiera a que acentuaba la importancia de la sencillez y el ascetismo económico por encima de la ambición productiva que hace de los individuos piezas de una ciega maquinaria que se alimenta de sus propias vidas. Había en las propuestas de Schumacher una raíz anarquista y estoica, un idealismo que se preocupaba por el desarrollo espiritual y el bienestar cotidiano de las personas, en vez de hacerlo por las naciones, los grandes mercados u otras entidades abstractas y totalitarias. Si tuviera que describir en escasas palabras la intención o propuesta del libro, no dudaría en decir que pretendía un cambio de rumbo en los valores éticos de la economía e invitaba a los lectores a desconfiar de la megalomanía productiva y a practicar, en ese aspecto, la modestia y la humildad de los pequeños pasos. Yo lo leí en 1985 y, por fortuna, me hice todavía más minúsculo.
Hay que saber recorrer el camino que, por desgracia o fortuna, impone el simple hecho de estar vivos. Y si uno lo hace a paso sosegado, o sin dañar ni lastimar a los demás, entonces podrá darse por satisfecho"

Hace unos días llegó a mis manos un libro que está a punto de cumplir 10 años de haberse publicado: “Un pequeño empujón”, de Cass R. Sunstein y del reciente Premio Nobel de Economía, Richard H. Tahler. Este libro persigue, de alguna forma, un objetivo familiar al de Schumacher, aunque en su afán de ser un manual de conducta para tomar decisiones adecuadas abusa de la simplicidad y de la extrema seguridad de su simpatía. Sin embargo, hay algunas propuestas en sus páginas que pueden extenderse a sociedades distintas entre sí (para los autores el mundo de los seres humanos se reduce a Estados Unidos, sus universidades, y Europa). Una de ellas es la de no despreciar la noción y utilidad de los pequeños cambios o estímulos (nudges) en la conducta económica a la hora de tomar decisiones personales y colectivas. Otra virtud del libro es la de pensar que si bien vivimos en sociedades complejas, los asuntos, problemas y soluciones de las finanzas, el crédito en general y la economía tendrían que ser expuestos y explicados de manera sencilla a quienes se verán afectados por la política comercial de los gobiernos y empresas. En pocas palabras: no utilicen el pretexto de la complejidad de la vida social contemporánea para continuar robando a la vieja usanza. Temo decirles, señores, que pese a la sofisticada tecnología que hoy tienen en sus manos, la costumbre de robar y lucrar a costa de la ingenuidad y debilidad de otros continúa manteniendo un aspecto primitivo.

Vuelvo a la novela de Houellebecq: “¡Cuánto amaría estar muerto, pero hay un camino que recorrer y que es necesario recorrer!”. Y conforme el tiempo transcurre, uno se percata de que la afición por los cambios absolutos o las grandes zancadas no hacen, en general, más que acentuar la enfermedad y la agonía, la violencia y la degradación. Hay que saber recorrer el camino que, por desgracia o fortuna, impone el simple hecho de estar vivos. Y si uno lo hace a paso sosegado, o sin dañar ni lastimar a los demás, entonces podrá darse por satisfecho y acaso morir en paz.