Usted está aquí
Orfeo y Eurídice, el mito que engendró a la ópera
Con la música derrotó a la muerte, al menos de manera temporal. El mito y tragedia de Orfeo, quien descendió a las profundidades del inframundo para recuperar a su amada y que luego el amor mismo le jugara una treta por la que la perdió es una historia que ha acompañado a la ópera desde sus albores.
En una conferencia impartida dentro del Festival Toi Toi Toi el pasado sábado en la Sala Carmen Aguirre de Fuentes, el maestro Alejandro Reyes-Valdés repasó la manera en cómo este clásico griego ha sido adaptado a través de las distintas épocas de vida de este arte.
Con tres obras destacó las principales épocas que abordaron el mito del músico, empezando por “Euridice”, de Jacopo Peri, nombrado en honor de la mujer de Orfeo, mordida por una serpiente, cuyo estreno se realizó en 1600 y es considerada la primera ópera del mundo.
“En 1597 en Florencia había una comunidad de intelectuales que decían que había que resucitar la tragedia griega. ¿De qué manera? Pues como ellos suponían que era, que la tragedia griega era cantada”, explicó.
Existen datos de una obra anterior, también de la autoría de Peri, quien de igual formó tomó inspiración de la mitología griega y realizó su aproximación al mito de Dafne, pero no se conservan textos algunos de ella.
Sin embargo, aseguró que si se perdió fue porque no era una pieza relevante y no fue copiada o transcrita a otros medios, lo que en cambio sí sucedió con “Euridice”. “Son más las obras perdidas que no son trascendentes”, dijo, “porque cuando una obra artística lograba el impacto generalmente era replicada o duplicada” y puso como ejemplo todos los textos de los intelectuales griegos que no se perdieron durante el incendio de la Biblioteca de Alejandría, pues se hallaban copias en otros sitios.
Explicó que el mito de Orfeo se ha retomado en tantas ocasiones pues para muchos autores les resultó interesante abordar la historia con la que se creó un género y que a la vez “es el mito que representa el poder de la música misma. Dafne no funcionó, tal vez por eso no trascendió, como mito no tiene tanta potencia como lo fue Orfeo”.
Los ideales renacentistas no aceptaban la tragedia explícita en escena, por ello se incluyeron en estas primeras representaciones personajes extra que servían de mensajeros de la tragedia y así, en lugar de mostrar la pena ocurrida sólo se mencionaba que pasó.
Aunado a eso no aceptaban un final trágico, por lo que se implementaron los denominados “deus ex machina”, intervenciones divinas que contra toda tempestad lograban un final feliz para los protagonistas, independientemente si en la obra original así se resolvía el asunto o si resultaba increíble y hasta ridícula la propuesta.
Así fue como en 1619 con “La muerte de Orfeo” Stefano Landi, quien a pesar de explorar el mito a mayor cabalidad incluyendo su encuentro con las Vacantes, de todas formas se las arregla para introducir un final donde el dios Mercurio le da de beber agua del río Lethe con lo que se pierde la memoria de Eurídice y sube al Olimpo.
Esto sucedió de igual manera en el segundo momento explorado por Reyes-Valdés a través de “Orfeo y Eurídice” de Willibald Gluck, donde la diosa Amore, incluso después de Orfeo incumple el trato y mira atrás mientras él y su amada escapan del inframundo ella le devuelve la vida al conmoverse por el sentimiento del músico.
“¿Cuántos compositores nos faltarán? ¿Cuántos habrán redundado sobre el mismo mito?”, propuso a la audiencia, “y aquí no se acaba la historia. Porque ustedes saben que lo que en una época fue serio y conmovedor para otra es objeto de burla y cómico”.
Fue así como introdujo el último momento de su conferencia, con la ópera “Orfeo en el Inframundo” de Jacques Offenbach, una sátira y parodia sobre las versiones previas, en particular la dramática rendición de Gluck, donde Orfeo no llora la muerte de su mujer, pero es obligado por la opinión pública a rescatarla, ella tampoco pena su deceso y en cambio disfruta del inframundo; Zeus se enamora de ella y se convierte en mosca para infiltrarse en su habitación y seducirla en una obra que culmina con la escandalosa pieza —para estándares de 1858— “Galope Infernal”, más popularmente conocida como el “Can Can”.