Opinión: ¿Qué hay realmente detrás de la brecha de género en las muertes por COVID-19?
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Opinión: ¿Qué hay realmente detrás de la brecha de género en las muertes por COVID-19?
Heather Shattuck-Heidorn, Meredith W. Reiches and Sarah S. Richardson
Más hombres que mujeres están muriendo de COVID-19. Los números son sorprendentes. En Italia, los hombres entre 50 y 60 años fallecen a una tasa cuatro veces superior a la de las mujeres en el mismo rango de edad. A nivel mundial, dos veces más hombres que mujeres podrían estar muriendo de COVID-19.
Cuando se observa una desproporción de cierta magnitud en el sexo del número de muertos en diversas poblaciones, es común asumir que algunos factores en los cuerpos de los hombres y las mujeres son los que marcan la diferencia. Esta suposición ha incluso motivado a algunos médicos a experimentar con inyecciones de estrógenos en hombres que sufren de COVID-19. Sin embargo, los primeros indicadores y las experiencias pasadas con enfermedades similares sugieren que no es el sexo, sino factores sociales y otros condicionantes demográficos, incluyendo la edad, la raza o el origen étnico y la clase social, así como las comorbilidades, lo que seguramente explica la mayor parte de la variación de los desenlaces del COVID-19 entre hombres y mujeres. Apreciar el papel de estos factores es importante, porque entender lo que está realmente causando estos resultados ayuda a focalizar mejor las investigaciones y los esfuerzos de salud pública que pueden salvar vidas.
Como reportamos esta semana, los datos más recientes sobre el COVID-19 ya muestran el importante papel del contexto social en las disparidades de género. En Connecticut y Massachusetts no hay diferencia en cuanto al sexo en las muertes confirmadas por COVID-19, mientras que en Nueva York y Florida, los hombres conforman alrededor del 60 por ciento de las muertes de COVID-19. A nivel global, la proporción de mortalidad hombre-mujer varía de un impactante 2:1 en los Países Bajos a 1:1 en Irán y Canadá. Es muy pronto para afirmar qué es lo que causa estos niveles de variación, pero lo que sí parecen indicar es que la diferencia de género por sí sola no es importante si no se toman en cuenta otros factores.
Durante la pandemia de la gripe española de 1918, que ha sido ampliamente comparada con la pandemia actual del coronavirus, los hombres también murieron en cantidades mayores en muchos lugares. Pero esto no se debió exclusivamente al sexo, sino también a las diferencias relacionadas con el género tanto en las profesiones —una variable social— como en las condiciones de salud preexistentes. Durante la gripe española, los hombres en el ejército y los obreros no calificados que trabajaban fuera de casa murieron en muchísima mayor medida que la población general, probablemente porque tenían menos libertad para practicar el distanciamiento social. Es destacable el hecho de que los hombres que no eran militares y los de clase alta fallecieron en tasas similares a la de las mujeres en general. Por razones sociales similares —una menor posibilidad de practicar el distanciamiento social que las mujeres—, los hombres en 1918, cuando empezó la pandemia, ya cargaban con un índice significativamente mayor de tuberculosis en comparación con las mujeres. Esto, al combinarse con la neumonía causada por la influenza, demostró ser letal.
El COVID-19 es similar en aspectos importantes a las enfermedades causadas por otros coronavirus recientes, como el SRAG y el SROM. Al igual que el COVID-19, el SRAG y el SROM tuvieron disparidades en las muertes entre hombres y mujeres. Al igual que con el COVID-19, en un principio se consideró que estas disparidades se debían al sexo. Pero análisis detallados mostraron que las conductas moldeadas por el género, las condiciones preexistentes y las exposiciones en trabajos segregados por género explicaban la disparidad sexual de los fallecimientos. Todo indica que el COVID-19 sigue un patrón comparable.
El SRAG surgió a principios del 2003 y rápidamente alcanzó niveles pandémicos. En general, los hombres ciertamente murieron a una tasa mayor que las mujeres. Sin embargo, una inspección más cercana de los datos pronto reveló que las diferencias en el género variaban de forma considerable dependiendo del grupo etario. En edades avanzadas, no había una diferencia significativa entre las tasas de mortalidad masculinas y femeninas, pero los hombres más jóvenes fallecieron en tasas notablemente superiores a las de las mujeres jóvenes. Por ejemplo, en Hong Kong, solo 5,9 por ciento de las mujeres entre 35 y 44 años fallecieron, comparado con el 15,3 por ciento de hombres en el mismo rango de edad. Los hombres entre 35 y 64 años que desarrollaron SRAG tuvieron 10 por ciento más probabilidades de morir que las mujeres.
Siguiendo las pistas de estos patrones, los investigadores realizaron análisis tomando en cuenta la edad, la profesión y las condiciones preexistentes. Los resultados mostraron que, tras tomar en cuenta estos factores, los hombres y las mujeres tenían en realidad tasas de mortalidad por SRAG similares en todos los grupos etarios. La tasa de mortalidad más baja entre mujeres estuvo motivada por los índices de infección particularmente altos entre los trabajadores de la atención sanitaria, que eran en su mayoría mujeres jóvenes y saludables. Es decir, las mujeres tuvieron probabilidades desproporcionadas de infectarse, pero también tuvieron probabilidades desproporcionadas de sobrevivir, en comparación con los hombres en ese grupo de edad. Entre los hombres y mujeres de mayor edad, y con comorbilidades como enfermedades cardiacas, cáncer, asma e insuficiencia hepática, hubo muy pocas diferencias en cuanto a los desenlaces del SRAG. La aparente diferencia sexual había sido más bien causada por diferencias laborales relacionadas con el género y por enfermedades con causas complejas y a menudo derivadas del contexto social.
El caso del SROM ofrece un ejemplo aún mejor definido. La enfermedad afectó de forma abrumadora, y sigue afectando, a hombres ancianos. La transmisión primaria a través de camellos sigue siendo una fuente clave de infecciones, y el manejo y sacrificio de camellos son ocupaciones por lo general masculinas en Arabia Saudita. Al igual que con el SRAG, un estudio amplio publicado en 2017 descubrió que las muertes no variaban por sexo tras tomar en cuenta la edad y las condiciones de salud preexistentes. En otras palabras, las diferencias en el género se produjeron debido a quiénes eran los que se enfermaban, no a quiénes eran los que fallecían después de infectarse.
Un factor clave probablemente relacionado con las diferencias entre hombres y mujeres en las muertes por COVID-19 es que los hombres, en general, están en peor estado de salud que las mujeres. En un estudio que examinó las diferencias de sexo en los desenlaces de pacientes de COVID-19 en China, los hombres eran más propensos que las mujeres a tener alguna comorbilidad, o hasta dos o más. De las personas con COVID-19 y enfermedad pulmonar obstructiva crónica, 83,3 por ciento eran hombres. De los pacientes con diabetes y enfermedades cardiovasculares, 58,9 por ciento y 62,1 por ciento, respectivamente, eran de género masculino. La biología vinculada con el sexo puede jugar un papel en el desarrollo de algunas enfermedades crónicas, pero siempre en una interacción compleja con la clase, la raza y el origen étnico, así como con variables relacionadas con el género. Varios análisis ya han demostrado que en los lugares donde los hombres tienen tasas de mortalidad por COVID-19 más altas que las mujeres, los hombres también tienen, en promedio, índices mucho más altos de conductas como fumar y de comorbilidades relacionadas con el tabaco, como las enfermedades cardiacas.
Un artículo publicado este mes en The Lancet por investigadores de la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de Harvard enfatiza este punto. En números absolutos, hubo mayor cantidad de muertos por COVID-19 de género masculino durante las dos primeras semanas de abril en Massachusetts. Pero cuando las cifras se ajustaron con las tasas de mortalidad estándar más altas por edad de los hombres, los investigadores encontraron que ambos sexos, de hecho, tenían un riesgo idéntico de fallecer por COVID-19.
Pocos meses después de la primera oleada de la pandemia del COVID-19, los hombres, en conjunto, parecen tener índices de mortalidad más altos. Pero atribuirle este hecho a variables biológicas relacionadas con el sexo, como algunos se han apurado a hacer, es poco probable que se traduzca en intervenciones efectivas. En epidemias anteriores, lo que en un principio pareció ser una diferencia por género resultó ser en gran medida resultado de la diferencia en las experiencias de vida entre hombres y mujeres. Las profesiones, los comportamientos y las condiciones preexistentes tuvieron más peso que el sexo de los pacientes.
A medida que sigan surgiendo evidencias de esta pandemia, debemos tener presentes las lecciones del pasado. Es posible que algún aspecto de la biología vinculada al sexo contribuya a las diferencias en las tasas de mortalidad por COVID-19. Pero afirmar que esa disparidad es causada principalmente por las diferencias naturales entre ambos sexos es una hipótesis que distrae a los investigadores, médicos y formuladores de políticas de las causas mucho más probables. Si los comportamientos moldeados por el género y las profesiones segregadas por el género son responsables de una vulnerabilidad mayor al COVID-19, le debemos a las personas de todos los géneros abordar estos factores de riesgo urgentes pero controlables.
c.2020 The New York Times Company