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Opinión: ¿Qué harán las escuelas cuando los maestros se enfermen de COVID-19?
Emily Oster
La logística de reabrir las escuelas es desalentadora. Los planes están plagados de detalles sobre los días en los que podrán ir los niños, así como de páginas y más páginas sobre evitar que los estudiantes y el personal enfermen. ¿Qué tipo de límites se impondrá al número de estudiantes en los salones? ¿Qué tipo de limpieza? ¿Se verificará que no se presenten síntomas o se tomará la temperatura? ¿Todos deben usar cubrebocas o solo los adultos?
Estos planes son importantes y necesarios. Sin embargo, hay un problema del que no estamos hablando lo suficiente: ¿qué sucederá cuando haya un caso de COVID-19 en una escuela? Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) de Estados Unidos dieron a conocer sus primeras directrices sobre este tema la semana pasada, un paso necesario desde hace tiempo para que las escuelas aborden esta cuestión con seriedad.
Me parece que el instinto es decir que estamos trabajando para asegurarnos de que no suceda y por supuesto que esa es la meta. Sin embargo, esa meta es poco realista. Incluso si las escuelas logran asegurarse de que no se propague la COVID-19 en las escuelas, seguirá habiendo casos en la comunidad.
Los datos de lugares con escuelas abiertas —Suecia, por ejemplo— son alentadores ya que muestran que la enseñanza no es un trabajo de alto riesgo. Sin embargo, eso significa que los maestros se infectan en la misma proporción que el resto de la comunidad. Para decirlo llanamente: si el cinco por ciento de los adultos en una comunidad tiene COVID-19, esperamos que un cinco por ciento de los empleados escolares se enferme aun cuando no corran un riesgo mayor. Este problema es mayor en lugares que actualmente tienen una propagación comunitaria elevada, pero es una preocupación casi en todas partes.
Conclusión: cuando las escuelas abran, habrá casos. Es necesario contar con un plan concreto para lo que ocurrirá cuando eso suceda.
Vale la pena hacer un alto para preguntarnos por qué hay renuencia para hablar de esto. En mi opinión, se debe a que aquellos que quieren abrir tienen miedo de que si reconocen que habrá casos en las escuelas, los que se oponen a la apertura lo usarán como argumento de que las escuelas no son seguras. De hecho, existen movimientos en California y en otras partes que afirman que los maestros no deberían regresar al salón de clases hasta que no haya nuevos casos de COVID-19 en la comunidad escolar durante catorce días. En la práctica, este es un mandato para no abrir en absoluto, tal vez nunca.
Sin embargo, esta preocupación debería conducirnos a más transparencia, no a menos. ¿Realmente es mejor engañar a la gente para abrir, solo para enfrentarse al pánico y el enojo cuando se presente un caso? Si enfrentamos la realidad ahora, estamos en mejores posibilidades de prepararnos emocional y mentalmente para lo inevitable.
Después de reconocer la realidad de que haya casos en las escuelas, queda claro que estas necesitan un plan. La primera parte de ese plan debería reconocer que las escuelas no deberían abrirse para las clases presenciales sino hasta que los casos del virus en las áreas circundantes sean bajos; es difícil establecer una cantidad precisa de casos, pero, como mínimo, aquellos lugares donde hubo cierres de emergencia (exceptuando los servicios esenciales) no deberían abrir las escuelas.
A excepción de las zonas con una baja incidencia, todavía se necesita un plan. Y este plan necesita al menos dos partes.
Primero, es necesario que haya lo que llamo un microplan: ¿qué sucede cuando un solo estudiante o maestro en un salón sale positivo en una prueba? Por supuesto que la persona afectada necesitará permanecer en casa hasta que se le dé luz verde para regresar a la escuela, pero, ¿qué hay del resto del salón, del resto del piso, del resto de la escuela?
Las directrices de los CDC son bastante claros en cuanto a lo que hay que hacer con la persona enferma y qué tipo de limpieza debe hacerse. Ellineamiento sobre la estrategia de la escuela en general es menos específico; sugiere que tal vez las escuelas no necesitan cerrar por un solo caso, pero más allá de eso, deja la decisión principalmente en manos de las escuelas y los departamentos de salud locales. Sugiere considerar una serie de factores —los niveles de transmisión comunitarios, los niveles de contacto y otros más—, pero no establece lineamientos claros. La sugerencia de no cerrar después de que se presente un caso tampoco es definitiva.
Se deja a las escuelas elegir sus estrategias. Un extremo es sencillamente no hacer nada, solo decirle al estudiante o maestro enfermo que se queden en casa. El otro extremo es cerrar la escuela por cada caso. Si una escuela planea hacer esto último, tal vez sería mejor que no abriera. Existe una opción intermedia: cerrar el salón unos días, limpiarlo y reabrirlo.
No es evidente para mí cuál es el microplan ideal, aunque me inclinaría por una solución intermedia en la cual la persona enferma salga de la escuela y se aliente al resto del salón a verificar la presencia de síntomas de manera rigurosa.
La escuela también necesita un macroplan. Digamos que dejan la escuela abierta incluso si hay algunos casos: ¿hay algún punto en el cual un brote sea lo suficientemente grande para cerrar la escuela? De nuevo, las directrices de los CDC no establecen nada concreto.
Podríamos observar qué ha sucedido en los lugares donde las escuelas han estado abiertas en busca de evidencia de lo que ha funcionado. Muchos países europeos han abierto las escuelas, en general, con éxito. Para ello, adoptaron varias estrategias para los cierres. En Alemania, se aísla a los alumnos y los maestros del salón en cuestión (pero no al resto de la escuela) durante dos semanas después de que se registra un caso. Parece ser que en Taiwán se planeó cerrar las escuelas en caso de que se presentaran dos o más casos, pero a principios de este mes aún no había sucedido. Israel, que tal vez tuvo la reapertura más tensa, cerró las escuelas cada vez que se presentaba un caso. Esto ha resultado en un gran número de cierres de escuelas.
La evidencia de otros países sugiere que las escuelas deberían adoptar varias estrategias. En mi opinión, lo más importante es que sean explícitas sobre la estrategia que adoptarán. No solo a grandes rasgos, sino en detalle. Y principalmente, con anticipación.
Para los padres, saber sobre la posibilidad de que la escuela de sus hijos cierre sin informarlo con tiempo es clave en la decisión sobre si deben regresar o no. Estoy tan ávida como cualquier otro padre de que mis hijos regresen a la escuela, pero si la institución cerrará dos semanas después de cada caso, tal vez prefiera aceptar lo inevitable y planear qué hacer en lugar de las consecuencias de que abra y cierre. Esta planeación podría implicar identificar cuidados de reserva, hablar con otros padres sobre cómo mantener el tiempo social durante un cierre escolar o incluso decidir si deberíamos optar por una experiencia totalmente en línea desde el inicio.
Las escuelas tienen un incentivo similar. Cuantos más planes se tengan en caso de que las escuelas tengan que cerrar, más sólido necesita ser el plan de aprendizaje en línea.
Las escuelas necesitan enfrentar la realidad ahora, elaborar un plan y luego apegarse a él.
c.2020 The New York Times Company