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Olvidos recordados

El maestro José Ángel Cárdenas fue durante muchos años organista de Catedral. Parecía un patriarca, aunque siempre fue hombre soltero. Su figura parecía de romano, o semejaba el último bohemio. Era un hermoso anciano el maestro Cárdenas, dueño de sonrosada tez y alba melena alborotada que lucía como una especie de atavío profesional. Algo se parecía a Stokowski: ese famoso director habría deseado la cabellera de don José Ángel para agitarla, leonino, frente a su sinfónica.

Tenía su academia de canto este magnífico señor, por la calle de Lerdo de Tejada. Yo nunca fui su alumno, pues no tenía el vozarrón que demandaba el maestro de sus estudiantes como primera condición para admitirlos. Cuando alguien tenía una voz pequeña don José Ángel se refería a él con menosprecio. Usaba el índice y el pulgar de la derecha mano para indicar una medida mínima, y declaraba, desdeñoso, ante el regocijo de sus alumnos, y más de sus alumnas:

–Fulano la tiene así.

Se refería a su voz, naturalmente.

Yo nunca quise arriesgarme a ser objeto de esa descripción, y por tanto no aspiré nunca a figurar en las huestes cantoras del maestro. Don José Ángel había sido discípulo del legendario José Pierson, quien fue mentor de Mojica, Pedro Vargas y Alfonso Ortiz Tirado. Empleaba los mismos métodos de aquel celebrado profesor, cuya técnica consistía en sacar toda la voz que hubiera en los pulmones del cantante. Recuerdo haber visto una prueba que don José Ángel ponía a los varones que deseaban entrar en su academia. Consistía el examen en ponerles frente a la boca una vela encendida a ver si con un do de pecho podían apagarla.

–Esta prueba no es difícil –les decía muy serio–. Difícil la que nos aplicaba a nosotros el maestro Pierson. Nos ponía una vela apagada, a ver si con un re sobreagudo podíamos encenderla.

Don José Ángel, a más de organista y profesor de canto, era también inspiradísimo compositor. No recuerdo haber oído una composición salida de su estro, pero sé que era el autor de una opereta llamada “La florista”, la cual llegó a ensayar, pero –hasta donde sé– no se representó jamás. Ojalá me equivoque en esto, pues sería una gran lástima que jamás se hubiese escuchado esa inspirada obra.

La gran imaginación de don José Ángel Cárdenas lo llevaba a veces a terrenos hiperbólicos. Decía haber sido testigo de la terrible Decena Trágica en la Ciudad de México.

–Estaba yo en el Zócalo cuando empezó el tiroteo. De pronto bajé la vista y ¿a quién veo? ¡Al presidente Madero, arrastrándose lleno de sangre, con el cuerpo acribillado por las balas!

–Oiga, maestro –se atrevía a acotar alguien–. A Madero lo asesinaron lejos de ahí, en la prisión de Santiago Tlatelolco.

–¡Pos se vendría arrastrando! –razonaba con energía el maestro.

No debemos olvidar a hombres como el maestro José Ángel Cárdenas, que vivió toda su vida al servicio de esa hermosa dama, doña Música.