Oferta por el buen fin
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Oferta por el buen fin
Pásele a leer, esta columna esta en oferta por el buen fin. Sólo por el día de hoy le ofreceré más palabras por el mismo precio, aunque algunos de sus contenidos no sean originales, sino producto del plagio. Vivimos en una sociedad consumista, un mercado en el que se puede comprar casi todo. No hay duda de que consumir es una parte integral y permanente de todas las formas de vida que conocemos, ya sea por los relatos históricos o por los informes etnográficos. Así lo afirma el filósofo Zygmunt Bauman, en su libro “Vida de consumo”. Ahí mismo recalca el papel preponderante que ocupa el consumo entre los actores que determinan el estilo y el sabor de la vida social. La sociedad de consumidores se sostiene o cae por la felicidad de sus integrantes, hasta un punto inaudito o incomprensible para cualquier otra sociedad de la historia. Al preguntar ¿Eres feliz? a los consumidores, las respuestas dejan ver que la sensación de ser feliz crece a medida que se incrementan los ingresos, sólo hasta determinado umbral. Ese umbral coincide con el punto de satisfacción de las necesidades básicas. Respecto a las necesidades del ser, o de autorrealización, el consumo demuestra ser inoperante como un factor de felicidad. Además, no hay ninguna evidencia de que con el crecimiento del consumo aumente el número de personas felices. A los habitantes de los países desarrollados la riqueza les produce malestar e infelicidad, estrés o depresión, horarios de trabajo extensos y antisociales, el franco deterioro de los vínculos y la falta autoestima. Michael Sandel en su libro, “Lo que el dinero no puede comprar: los límites morales de los mercados”, dice que los precios llegan hasta las vidas de las personas. En Afganistán se puede contratar un mercenario por una tarifa de $250 a $1000 dólares por día. En la India se le puede pagar $6250 dólares a una madre sustituta para que lleve en su vientre un bebé, durante todo el embarazo. Si quieres emigrar a Estados Unidos puedes comprar el derecho por $500,000 dólares. Con la llegada de Trump a la Presidencia quizás este precio suba. Las personas y su vida están sujetos a los mecanismos del mercado, se convierten en objetos de consumo y buscan que alguien los compre o los contrate para algún trabajo. Los consumidores son aislados y considerados aparte del universo de sus potenciales objetos de consumo. Es el consumismo llevado al extremo. En la sociedad de consumidores, la dualidad sujeto-objeto suele quedar subsumida en la de consumidor y mercancía. En las relaciones humanas, por lo tanto, la soberanía del sujeto es reconfigurada. La persona se asemeja a un producto fallido, inútil o defectuoso, como prueba, en definitiva, nuestra mala elección de consumo. El consumismo que impulsa el mercado tiene una receta para sortear ese tipo inconvenientes: cambiar el producto fallado o simplemente imperfecto, y en definitivo no del todo satisfactorio, por uno nuevo y mejorado. En la cultura del descarte en la que incluso las personas son desechables. “Hoy, la capacidad como consumidor, no como productor, es principalmente la que define el estatus de un ciudadano... Ya no se espera que nos conformemos con lo que tenemos o somos, que nos arreglemos con eso que no reconciliarnos con aparte alternativas y aprendamos a aprovechar lo mejor posible lo que el destino la vida nos han dado.” Aquí termino, porque en este instante tengo la imperiosa necesidad de consumir algo.