Octavio Paz, otra vez

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Octavio Paz, otra vez

Hace un año la Enciclopedia de la Literatura Mexicana publicó en la Web las “Conversaciones con Octavio Paz”, que se llevaron a cabo en los años 80 del siglo anterior con motivo de los 70 años de vida del poeta mexicano.

No entraré en el estéril berenjenal de “defender” la obra de un autor cuyo trabajo literario puede defenderse por sí mismo. Es normal que a unos guste y a otros no. Lo que no es del todo normal es la saña y el resentimiento con fue atacado durante casi toda su vida, mucho más en su propia patria que en ningún otro lado.

Tengo para mí que por boca de muchos de sus detractores hablaba la envidia, esa harpía cuya tierra nativa parece ser menos la arcaica Grecia que México. Paz fue acusado de soberbio, prepotente, “mandarín de la cultura mexicana”, pedante, amanerado y demás. Ah, también de sumo sacerdote de capillas literarias… Como si este país no fuese, precisamente, el paraíso de tales capillas. Ante la de Paz podríamos hablar, también y entre otras, de la que formó en torno suyo Carlos Monsiváis, y sin embargo, pocos se atrevieron –ni se atreven aún- a decirlo, porque, claro, resulta “políticamente incorrecto”.

En México, medio mundo se siente “de izquierda”; hasta los farsantes, los timadores y los acomodaticios se dicen “de izquierda”. ¿Por qué? Quizá porque en un país como el nuestro llamarse “de izquierda” es bastante rentable. Cuando se vive del presupuesto y se obtienen ciertos privilegios, resulta fácil y cómodo “ser de izquierda”, y hasta “maldito”.

Conozco a más de cuatro intelectuales, artistas, poetas y “promotores de cultura” que se suponen –tácitamente- “de izquierda” y apenas habrán leído ya no digo el “Manifiesto comunista” sino algo de la mucha literatura marxista o marxiana que se ha escrito en el mundo. ¿Qué será “la izquierda” para ellos? ¿Una estrategia de promoción personal? ¿Una religión cuyos “textos sagrados” apenas conocen? ¿Un santo y seña para acceder a círculos dizque exclusivos?

Por lo demás y como todos saben, a estas alturas no cabe hablar de la otrora llamada “izquierda”, pues ésta se ha atomizado de tal manera que las fronteras se han vuelto casi imperceptibles. Así como los sociólogos teorizan en torno de una “movilidad social”, me atrevería a hablar de una “movilidad ideológica”, en la que mucho tienen que ver los intereses económicos individuales, además de los egolátricos -para no hablar de los estragos planetarios provocados por el neoliberalismo.

En fin, tampoco me interesa la contraposición de la figura de Octavio Paz a la de Jaime Sabines o a la de Efraín Huerta, sobado anecdotario de los “izquierdosos”, más socorrido por los admiradores –o detractores- de los poetas que por los poetas mismos. La eterna oda elevada por los seguidores de Sabines y Huerta: éstos son poetas del pueblo, poetas coloquiales cuya voz emerge de las masas; la de Paz es la voz de un poeta demasiado “exquisito”, otro afrancesado, un extranjerizante, un “soberbio”, y para colmo, como dice alguno de sus más ácidos críticos, demasiado “amanerado”.

He vuelto a ver y escuchar con atención muchas de estas “Conversaciones con Octavio Paz”. Me reitero lo evidente: con razón fue tan envidiado. Fue demasiado brillante para no herir la mediocridad y mezquindad intelectual y moral de sus detractores. ¿Que no era infalible? Evidentemente. ¿Quién lo es? Por eso sabía escuchar y confesar cosas como ésta a algún interlocutor: “Es verdad… No había advertido lo que dices…”.

En las dos conversaciones sobre Oriente y Occidente, su acompañante, el pensador Raymundo Panikar –entonces cómodamente instalado en los EEUU- interrumpe una y otra vez a Paz, bajo cualquier pretexto, para formular un monólogo verdaderamente pedante. ¿Qué hace Paz mientras tanto? Baja la cabeza, observa sus notas o la página de un libro y calla hasta que vuelve a tomar la palabra. Así sucede a lo largo de los dos programas que se dedicaron al tema. Hacia el final, Panikar, que no ha hecho otra cosa que interrumpir y presumir de un “profundo” conocimiento, lo mismo de Oriente que de Occidente, dice a Paz algo como esto: “Y bueno, tú, que haces aquí alarde de tu erudición…”. Sin ningún aspaviento, el poeta mexicano responde: “No, no, yo no hago alarde de erudición, no soy un erudito…”. El otro tiene que justificar su falta de tacto aludiendo a sólo él supo qué etimologías. Ése era “el soberbio” Octavio Paz.

En otros programas el poeta da muestras de que sabe escuchar, y aunque algunas veces su pasión por el tema le hace dar un traspié, la conversación fluye sabrosamente. Si habla en primera persona del singular es simplemente porque esa serie de programas estuvo destinada a celebrar sus 70 años de vida y a hacer un recorrido por su trayectoria artística, ideológica y vital.

De ningún modo estamos obligados a seguir sus opiniones y mucho menos a seguir escuchando la conversación: si quieres puedes salir de YouTube y ponerte a ver una comedia en la televisión. Si continúas escuchando es porque o eres un masoquista o eres un cazador neurótico. Más útil para ti sería leer a los nuevos poetas mexicanos o mantenerte en Sabines. ¿Para qué escuchar la conversación de un tipo que odias?

Leídos por Paz, algunos de sus poemas siguen gustándome. Otros, prefiero leerlos con la voz silenciosa de la lectura. Lo que dice sobre el surrealismo es bastante lúcido; sus palabras sobre la poesía en lengua francesa, inglesa, española o hispanoamericana son muy provocativas y estimulantes; sus múltiples comentarios sobre la Revolución rusa y su decepción del régimen estalinista o su repudio del fascismo, el franquismo o cualquier forma de totalitarismo siguen siendo tan vigentes como entonces.

Es una lástima que México no haya terminado de entender a un hombre como Octavio Paz, quien, a pesar de amar el debate y la discusión, fue retirándose cada vez más del ágora para terminar aceptando los desvaídos honores de un régimen exhausto. Ni siquiera el Nobel logró conseguir para él el reconocimiento de las mayorías en este país, que, en cambio, celebró con bombo y platillo, a un fervoroso admirador del dictador Fidel Castro: Gabriel García Márquez, de tan ambigua ideología como Vargas Llosa. Me quedo con Álvaro Mutis, el poeta –y un narrador mucho más sugestivo que los citados.