Octavio Paz: 1998-2018

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Octavio Paz: 1998-2018

Foto: Especial

1. Nutrido anecdotario
                     
En el preste 2018 se completan diez años de la muerte del poeta Octavio Paz. Para muchos este nombre sigue despertando resentimientos y levantando ámpulas: los “izquierdistas” radicales aún lo consideran un “traidor” y los que no alcanzaron sus alturas continúan alimentando a la bestia de su envidia. Hay otros que sencillamente no gustan de su obra y lo consideran, según alguien repitió, un “poeta sobrevalorado” (?).      

Al margen del denuesto o la loa, es irrelevante defender el trabajo de un artista como Octavio Paz, pues casi toda su poesía y muchos de sus ensayos hablan por sí solos y se defienden por sí mismos airosamente. Quizá también resulte ocioso confesar que, a pesar de muchos desacuerdos de carácter ideológico y estético, su obra me ha parecido siempre no sólo fascinante sino también vigorosamente estimulante, mucho más que la de algunos de los que hoy se consideran “poetas” o “artistas consagrados”.

Como en muchos otros casos, supongo, la poesía y el pensamiento de Paz me ha acompañado desde la adolescencia. Lo primero que llegó a mis manos, gracias a un concurso radiofónico, fue “Libertad bajo palabra”. No tengo que decir que ese libro me dejó sin habla; ese libro transformó para siempre mi concepción de la poesía y de muchas cosas más. Aún resuena en mí, con la misma intensidad de entonces, el peregrinaje verbal y ontológico que es, de algún modo, “Piedra de sol” (1957), ese poema-río, caudal que por otros cauces seguirá fluyendo en “Blanco” (1967) y en “Pasado en Claro” (1975).

Luego llegaría esa multidisciplinaria reflexión que el poeta ejerce en “El laberinto de la soledad”, para muchos, un ensayo “superado” y “pasado de moda”, como si el acto de pensar la identidad fuese algo similar al lanzamiento de una colección de invierno de la casa Dior. “El laberinto…” abrió muchas puertas que condujeron a otras más y éstas a otras tantas: el ensayo de Paz es eso: un dédalo de preguntas, incertidumbres e intuiciones abiertas a la expectación. 

Y, como cuando Paz publicó en 1982 su gran ensayo “Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe”, los expertos y especialistas pusieron el grito en los cielos. Ante esta cavilación en torno del “ser mexicano”, muchos antropólogos, psicólogos, historiadores y demás fauna sociológica se preguntaron e inquirieron en público: “pero, ¿quién es este advenedizo que, sin herramientas científicas, pretende venir a decirnos cómo somos los mexicanos?”. Frente a “Las trampas…”, otros tantos eruditos no fueron menos feroces.

¿Octavio Paz fue un tanto soberbio, ególatra, elitista? Tal vez haya un nutrido anecdotario para comprobar estas debilidades, pero también tenemos su obra para verificar su talento, su genio. ¿Generalizaba en sus ensayos, como aseguró Carlos Monsiváis en aquella discusión ya momificada? Sí, pero muchas veces acertó. Basta leer cualquiera de ellos para confirmarlo, especialmente los no circunstanciales: digamos “El arco y la lira”, “Los hijos del limo”, “La otra voz”, “Posdata” o “El ogro filantrópico”. Por lo demás, el buen Monsiváis también gobernaba su propia élite…

¡El ogro autoritario y totalitario, cualquiera que sea su signo ideológico, siempre ha sido filantrópico, siempre ha fundado escuelas y hospitales! Lo que sucede es que estas escuelas, por altos que sean sus niveles tecnológicos o científicos, están estrictamente dirigidas. Tienden a formar personas sumisas, incondicionales: esclavos dotad os de una tecnología avanzada.
Jorge Edwards, sobre “El Ogro Filantrópico”

2. Verdea la palabra

El único libro de Paz que tengo a mi lado es “Ladera Este”, de 1969, que incluye “Blanco”, uno de sus poemas extensos, pero despojado en esta edición de las características plásticas y tipográficas de que lo había dotado el pintor Vicente Rojo en su edición original.

Releyéndolo y recordando el resto de su obra poética y hasta ensayística –“La llama doble”, por ejemplo-, corroboro al menos dos obviedades: la obra de Paz es un bosque de sinuosas sendas que conducen siempre a una plenitud utópica -¿otro “jardín de senderos que se bifurcan”?-; la poesía de Paz es, entre otras cosas y desde “Libertad bajo palabra” (1949/1960) hasta “Árbol adentro” (1987), una luminosa y constante meditación en torno del lenguaje: “(Todo está y no está / todo calladamente se desmorona / sobre la página)…”.

Tema recurrente en la poesía contemporánea, el lenguaje no ha dejado de ser, acaso desde el “Crátilo” de Platón, un enigma que aún mantiene intocado su misterio, rehuyendo las más cerebrales teorías filosóficas, lingüísticas, antropológicas. Desde la Antigüedad hasta nuestra época, el lenguaje es el gran esquivo, la presencia insólita pero familiar e imprescindible, incluso para Mallarmé, el poeta que soñaba el silencio.

Para alcanzar esa “Ladera Este” –Oriente- resulta indispensable un instrumento que nos ofrecerá muchas claves para abrir los sentidos: la curiosidad. Los poemas que componen este libro fueron escritos en la India, durante los años en que el poeta fungió como embajador en las tierras de Buda Gautama. Los mundos que habitaban a Paz –la revolución mexicana, la inmensa tradición cultural de México, el surrealismo, sus vivencias en la España de la Guerra Civil, su ideología desencantadamente socialista…- se enfrentarían al escandaloso follaje de la/s cultura/s india/s y orientales, la enredadera del hinduismo y las ramas del budismo. Paz no saldría indemne de esta experiencia.

“Ladera Este” es el testimonio poético de estos años en los que el poeta supo amalgamar, en un acto de supremo malabarismo intelectual y perceptivo, todas estas substancias hasta asimilarlas y convertirlas en vida sincrética y en poesía. Entonces, el lenguaje ocuparía un sitio aún más destacado en su obra, lo que es notorio a lo largo de este libro. Dejo aquí sólo unos cuantos unos versos de “Blanco”:
“Un pulso, un insistir, / oleaje de sílabas húmedas. / Sin decir palabra / oscurece mi frente / un presentimiento de lenguaje…” Y éstos: “Tierra revientas / tus semillas estallan / verdea la palabra…”. Otro más: “El silencio reposa en el habla…”