Nuevos amigos

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Nuevos amigos

Ilustración: Karol Prado Muñoz

Por: MARCELINO DUEÑEZ

Como quien acaba de cometer un delito, un hombre no muy hombre entró a consulta.

—¿En qué le puedo ayudar? — Lo recibió el autómata tras la computadora.

—Abajo — Fue lo único que se alcanzó a escuchar. —Sea más específico y hable más alto— espetó al apretadito.

—Me pican los destos—, contestó más claro, pero con la misma vergüenza. —No le entiendo, hable bien —respondió el médico sin hacer algún esfuerzo para saber a quién le estaba hablando.

—¡Tengo piojos en los huevos! — gritó la leona ofendida — me están haciendo agujeros, pero le vale madre, le importan más sus vidas de Candy Crush.

—Nombre, edad, altura, peso — siguió el Tono de Máquina.

—Marino González, 25 años, uno setenta, 69 kilos— contestó la inventada talla XL acomodándose los lentes-diadema.

—¿Desde cuándo siente el malestar?

—Siete días —, esto si era verdad.

—¿Por qué viene hasta hoy?

—Porque estaba esperando a que se juntaran más para que viera el pinche circo tan chingón que armaron: cuatro pistas, área VIP… hasta alberca montaron—dijo el sudoroso antes de sacar el abanico de su mariconera y de pasada rascarse la entrepierna.

—El sarcasmo solo interrumpe un diagnóstico correcto —contestó calmado el recién egresado. ¿Con cuántos hombres se ha acostado recientemente?

“Ya me sacó el precio”, pensó el abandonado por el Seguro Social y por fin dijo algo coherente.

—Si dejara de ver su computadora se daría cuenta de que con esta cara y este puerco, hasta un leproso se la arranca para no metérmela.

—¿Frotamientos, sexo oral?

— Mira cabrón, Catedral está bien cerquita —dijo con voz de mamá regañona. Si quisiera confesarme voy ahí. —Enojado, se bajó los pantalones y le gritó —¿Vas a hacer tu jale o ya te toca ponerte la botarga?

Mala forma en la que el apuritado descubrió que tras la computadora no había ni un robot o un godín.

Los brazos musculosos que apenas podían contenerse en la bata lo jalaron para advertirle de frente:

—Me maté diez años estudiando y lo único que me consiguió el mejor promedio de la generación fue este consultorio pedorro. Así que me contestas lo que te pregunté, tenemos que saber que chingados andas contagiando.

—¿Pasivo Entrón?

El incómodo silencio fue interrumpido por el silbido del camotero.

—Si, idiota, por eso quiero saber qué tienes y si...

—Fuiste mi primer cliente  —interrumpió la urgida. Tengo bien grabado el sonido de las nalgadotas que te daban.

—No repitas eso — contestó el médico ya sin vestigios de profesionalismo. —Ya, dime qué pasó, para que te largues.

—Mira, te lo digo completito, te  lo juro que no cogí con nadie—suspiró el gordito rascándose los huevos, luego de tomar aire y continuó —Necesitaba pagar la renta y en Grindr vi que un tipo se ofrecía de masajista, obvio lo pensé, pero si gratis salen corriendo cuando me ven, cobrando se ríen y me cierran la puerta en la jeta. Entonces vi que el anuncio decía “sin lugar” y a mí, en empresaria —dijo la orgullosa con la mano en la cintura—, se me ocurrió que podía rentar el cuarto de mi casa, como motel, y pues, el chaparrito y tú fueron mis primeros clientes. Se fueron ustedes y rapidito cambié las sábanas, por que cayeron otros tres. Tú crees, una sola y esos cabrones de a tres, y eso no es lo peor, uno venía pedísimo y rompió el frutero que mi abuela tenía en la entrada.

—¿Ahí estaba tu abuela? —interrumpió sorprendido el esclavo del Doctor Simi.

—Si, equis, le escondo los aparatos de oír y ni en cuenta, ella bien dormidita —continuó la entreprenur.

—Me encabroné por el jarrón, pero luego me puse a pensar que me pudo haber pasado algo, que me robaran, o peor, que hasta mi abuela tuviera más suerte que yo. Y ya no recibí a nadie.

—¿Entonces el Espíritu Santo tiene piojos o qué? —le dijo el incrédulo Collar de Estetoscopio. ¿Qué hiciste después?

Como respuesta, el doctor obtuvo una mirada al piso amenizada por el Himno Guadalupano desde el campanario.

—¡Ya dime cabrón que tengo que ir por mi niña al ballet!

—Pues, es que tanta inyección… y una enferma —dijo el paciente haciendo pucheros apenados. —Nada más me masturbé en el cuarto.

—¿Te metiste algo?

—Pero que te pasa jota —le contestó indignada —, si yo soy activo. —Bueno, es mi otro problema. Tanto taco me dejó la aguja como para insulina.

—¿Y cómo te masturbaste?

—De raspadito.

—¿Te masturbaste rozándote contra la cama en donde cinco personas tuvieron sexo? — regañó el nalgeado.

—Pues, una necesita…

—A ver, acuéstate—ordenó.

Tras un chequeo rápido pero minucioso, el diagnóstico estuvo listo.

—Si, aparentemente solo son liendres. Normalmente se acompañan de otras ETS, pero si dices que no has tenido sexo, solo debe ser eso. Yo no he tenido síntomas, así que probablemente fueron los del trío. Pide un shampoo con Perimetrina en la farmacia, ahí vienen las instrucciones.

—¿Y la receta?

—No se necesita, así te lo venden.

El gordito tardó más en ponerse los pantalones que lo que duró la auscultación. El doctor casi lo empujaba para que se fuera.

—Espérese.

—Doctor Gonzalo De La Peña Ro-drí-guez — dijo el piojoso serpenteando las últimas sílabas, pasando su dedo índice sobre el gafete.

—Sería una lástima que su esposa se diera cuenta de lo que pasó ¿verdad? —continuó la chantajista. —Ya sabe que es bien fácil encontrar a la gente en Facebook y… ya sabe, una en confianza, suelta la lengua.

El doctor vio pasar su vida matrimonial como camión de la Ruta Ramos.

—Menos con los amigos —siguió la víbora panzona — a los amigos se les respeta ¿sabe quién es un buen amigo?

—No —respondió el doctor sin escapar de los lentes de contacto grises que lo veían fijamente.

—No son los que pichan la cerveza, ni los que van a tu cumpleaños —aseguró el extorsionador—  son los que te ayudan con la renta ¿Quiere ser mi amigo?

 

*Marcelino Dueñez Hernández
Reportero

Reportero de locales, nota roja, cultura, gastronomía y moda. Aspirante a escritor, amante de Saltillo y de las buenas anécdotas. Devoto de los unicornios.