‘Nuevo Orden’, la película del sexenio

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‘Nuevo Orden’, la película del sexenio

Me cuesta creer que el cineasta responsable de “Después de Lucía” (2012), cinta magistralmente equilibrada en su brutalidad temática y la sutileza de su puesta en escena, sea el mismo Michel Franco que ocho años después nos trae una explosión visceral, maniquea y reduccionista como “Nuevo Orden”.

La pandemia pulverizó la exhibición en cines de esta cinta que se anticipaba como uno de los grandes estrenos del 2020 y es gracias a su aparición en plataforma digital (Amazon Prime) que hoy podemos comentarla.

Como le decía, mi primera experiencia con el cine de este realizador mexicano me dejó muy complacido, gracias a su desdén por los recursos melodramáticos, su dirección firme y su postura valiente ante un tema delicado (el acoso), todo dentro de una propuesta compacta, casi minimalista. 

Y no quiero insinuar que fue necesariamente una mala decisión el tomar distancia de lo que venía siendo “su marca”, para aventurarse con amplias tomas en locaciones de la CDMX, un extenso reparto, incontables extras, caracterizaciones, “props” y hasta algún efecto visual. Pero si lo que necesitaba era contarnos una historia -y no medir sus capacidades en el plató- quizás Franco debió replantearse la puesta en escena en los sutiles términos que él domina y habría sido más interesante que este fallido filme tremendista.

El puro estreno del tráiler o avance desató polémica, ya que recrea una pesadilla que para cierto sector de los mexicanos aguarda a la vuelta de la esquina: la posibilidad de que un día las clases marginadas se alcen en una violenta revolución que los saque de su burbuja de privilegios y confort.

El filme inicia en una residencia de El Pedregal, donde se celebra una boda; anfitriones e invitados son todos gente blanca y del estrato económico más alto de la sociedad, lo cual no es cliché sino realidad, empero no constituye novedad alguna. El realizador establece que son corruptos, viciosos e hipócritas. En contraste, la servidumbre y toda la clase trabajadora retratada, es morena-indígena, aunque de ésta ni siquiera tenemos los tenues matices que el director-guionista se permitió con los patrones.

Mientras la celebración se desarrolla, un incierto movimiento social está apoderándose de las calles ante la insuficiencia de la autoridad. Cuando los manifestantes irrumpen en la fiesta, inician una masacre y un saqueo destructivo que parece ser sobre todo reivindicativo: Una clase desposeída, harta, que redistribuye la riqueza mediante el uso de la fuerza (la misma servidumbre que minutos antes era sumisa ahora desvalija, somete, asesina).

Nunca queda clara la naturaleza del movimiento, o cuáles son sus exigencias. Se intuye por supuesto un hartazgo del statu quo. Los jodidos se sublevan porque son un chingo y se les hace fácil, pero no se explora ningún planteamiento filosófico o ideológico que lo apuntale.

Cuando el Ejército Mexicano toma el control, la situación sólo se agudiza: las garantías de los ciudadanos pobres quedan anuladas, mientras que la gente de familias acomodadas que fue detenida durante las movilizaciones, sigue en los cuarteles a merced de los bajos apetitos de los soldados, esperando que paguen por ellos alguna suma interesante. Así que los soldados están igual de resentidos que las clases marginales, no obstante el Ejército constituye ese Nuevo Orden que, por tratarse de una institución oficial, es en realidad el viejo orden de siempre. La verdad es que la historia a estas alturas se desdibuja totalmente. Véala bajo su propio riesgo.

Franco decidió explotar maliciosamente dos bochornosos sentimientos recónditos que cada espectador puede experimentar según el sitio de la escala con el que mejor se identifique: la gente “tipo bien” (o que crea serlo) se horroriza ante la pura idea de que un día la chusma se le quiera igualar y la arroje de su torre de privilegios; los marginados (o quienes se sientan ultrajados por el sistema) harán catarsis viendo por unos instantes cómo una turba colma sus fantasías guerrilleras y se cobra las injusticias y humillaciones de una sociedad desigual. Esto no es sino pura demagogia visual.

El director borra deliberadamente todo el amplio y muy diverso espectro que habita entre las clases antagónicas, las únicas retratadas en el filme: la más pudiente y privilegiada contra la más humilde y desfavorecida. Pero contar una historia en términos absolutos, negro y blanco, sólo funciona cuando hacemos una farsa, una sátira, una parodia y creo que tal no era la intención de Franco.

En alusión al título de la columna: ¿Por qué afirmo que esta amalgama de “The Purge” y “Mirreyes contra Godínez” es la película del sexenio? 

Porque si alguien, además de Franco, peca de simplista y reduce la complejidad de la sociedad mexicana a dos bandos antagónicos arquetípicos (estereotipados más bien), es precisamente el señor que despacha hoy por hoy en Palacio Nacional.

Para AMLO sólo existen posturas absolutas, diametralmente opuestas, irreconciliables y sin posibilidad de matices o graduaciones: pobres, ricos; buenos, malos y, más importante; “conmigo o contra mí”. Pero el mundo, nuestro País, distan mucho de ser sólo eso: pueblo bueno contra fifís. Esa distopía bidimensional en blanco y negro sólo es real en la cabecita de algodón de AMLO y en la “cabezota de Art Garfunkel” del realizador.

Es menester que se reúnan, revisen sus notas, comparen impresiones, intercambien ideas. Digo, porque de AMLO y todo su ‘fandom’ no nos extraña en absoluto todo este maniqueísmo, pero al cineasta, en verdad que hasta lo desconocí. 

Y ya le digo: es la película del sexenio, no por relevante sino por estar en sintonía perfecta con la perorata eterna del viejito que desde su Palacio blindado nos desgobierna.