(Nuevas) Señales del fin del mundo

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(Nuevas) Señales del fin del mundo

En más de una ocasión esta columna se ha ocupado de uno de los asuntos cuyas implicaciones preocupan y ocupan a más personas alrededor del planeta: la posibilidad de presenciar el fin del mundo.

Pero a diferencia de los especialistas en lectura de códices de extintas civilizaciones e interpretación de antiguas profecías, o de los poseedores de capacidades extrasensoriales, en este espacio nos dedicamos a descifrar los signos de lo cotidiano, de la historia corriente, pues allí se encuentra, desde nuestra perspectiva, la evidencia concreta sobre la posibilidad de la hecatombe planetaria.

Ya en ocasión de colaboraciones anteriores hemos dado cuenta de algunos de estos signos, pero la contundencia de la realidad nos obliga a volver sobre el tema, pues los indicios actuales son, sin lugar a dudas, ominosos.

¿Cómo puede saberse si en verdad el fin del mundo se aproxima de forma inexorable? De acuerdo con la opinión de acá, su charro negro, una señal irrefutable nos llega en forma permanente a través de la televisión… O de los productos televisivos, para ser más precisos… O de los productos televisivos cuyo contenido es de carácter político, para ser absolutamente puntuales.

¿Por qué? Porque de un tiempo a la fecha las ideas planteadas por quienes desarrollan los guiones para estas piezas actualizan una macabra hipótesis planteada en alguna de sus colaboraciones periodísticas por el inmortal Germán Dehesa: hay ideas a cuyas playas sólo puede arribarse en la absoluta ausencia de actividad cerebral.
Y para muestra ahí le van tres botones:

El primero corresponde a un anuncio promocional del Gobierno de la República -colocado en su canal de YouTube- en el cual un par de carpinteros -socios en su propio negocio, según se infiere- dialogan sobre las reformas estructurales tras ser “provocados” por un reporte transmitido en ese momento a través de la radio.

El primero de ellos se queja del machacón discurso oficial y suelta un “ya chole con eso de las reformas”, al cual no le faltaría coro. Ante ello, su colega larga una sesuda explicación sobre los beneficios de las reformas energética y de telecomunicaciones y concluye su discurso con un giró retórico que haría babear al mismísimo Marco Tulio Cicerón: “Ya chole con tus quejas”.

El alud, como era de esperarse, barrió con el castillo de arena del discurso oficial y el video fue retirado prontamente del aire. Pero como bien dijo el comediante británico John Oliver -quien hizo mofa del asunto en su show transmitido a través de HBO-, nada puede borrarse de internet una vez colocado allí, por lo cual el promocional gubernamental sigue en el ciberespacio para solaz de los detractores del preciso y su prole.

El segundo ejemplo nos lo proveyeron hace unos días esos gurúes de la revista televisiva llamados Andrea Legarreta y Raúl Araiza, quienes ofrecieron un auténtico tratado de economía en su programa, al explicarnos a todos cómo el alza en el precio del dólar no guarda ninguna relación con nuestra economía personal.

El resumen apretado de una lección que deberían conocer tipos alarmistas como Joseph Stiglitz, Muhammad Yunus o Amartya Sen: el incremento en el precio del dólar sólo te afecta si compras cosas importadas.

Una vez más, el respetable no tuvo alternativa: les cayó a palos a los descocados conductores con pretensiones de economistas y les obligó -como no podía ser de otra forma- a expresar una importante colección de estupideces como pretendida explicación a su monumental pifia.

Tercer botón; los dirigentes del PAN y el PRD salieron -casi al unísono- a proponer la “solución definitiva” -Ernesto Zedillo dixit- para el problema de los narcofuncionarios tan de moda por nuestros días: exigir de la PGR y la Segob la “garantía de pureza” de sus candidatos mediante la expedición de una suerte de “certificado” -o algo así- con el cual se acredite la honestidad del pretenso en cuestión.

En otras palabras: si a las boletas se cuela un rufián -apoyado por los partidos políticos- la responsabilidad no sería de estos, sino de las incompetentes autoridades mexicanas cuyos miembros habrían demostrado su incapacidad para detectar los nexos entre el crimen y la política.

La pregunta se abre paso de forma obligada a través del gaznate: ¿quién carajos escribe los guiones de estos monumentos a la estupidez? ¿A quién se le ocurre considerar una buena idea escupirle un “ya chole” al hartazgo ciudadano? ¿Cuál genio de la comunicación pensó en la posibilidad de hacernos tragar un anzuelo como el lanzado por la Legarreta y “el Negro” Araiza? Y de los dirigentes partidistas ya mejor ni hablar.

Dehesa lo dijo bien: sólo en la total ausencia de actividad cerebral se puede considerar a las anteriores buenas ideas.
Nosotros agregamos sólo una apostilla: si después de esto no se acaba el mundo, es porque el mundo es un santo, un ser infinitamente resistente… una auténtica chingonada.

¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3