Nuestra fiesta

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Nuestra fiesta

A Gustavo Ruiz

Escribí al ritmo de algunas viejas tonadas. Aquí voy. The Changri-Las. Recuerdo a aquellas mujeres que parecían las hijas adolescentes de los Beatles. No las recuerdo bien; sólo las deseaba; yo era un niño y quería que absolutamente todas las mujeres me rodearan, cobijarme en su calor y seguridad. Era un niño; ellas fresas; ellas unas niñas; yo un fragmento de carne en movimiento. The Supremes. ¿Alto en nombre del amor? Alto en nombre del pudor, alto en nombre de las deudas, de las grietas familiares, de los amigos desleales, peores que aquellos convertidos en espárragos en lata. El mundo se llevó en una nave espacial a aquellas bandas que alimenté con mi imaginación y mi candidez. La música es sólo ruido vacío, decía Nietzsche. Para mí entonces no lo era. The Shirelles. "¿Y seguirás conmigo mañana?" Te preguntan todo el tiempo, ellas, ellos, eso, aquello; ¡No sé! No tengo la menor puta idea de si mañana los vecinos me sonreirán. No sé, mi amor, qué pasará mañana. Esa pregunta te hacen desde el primer romance. Sería medicinal que te preguntaran: "¿Y cuándo te largarás y llevarás tus bigotes de rata a remojar al albañal más cercano?" Sara Vaughan. El orden llega desde esa voz; una que reconoces y te devuelve a los planes y a las teorías que te dan tranquilidad, en verano, y también en invierno.

Canta la abuela y los críos de los críos hacen fila y reciben su plato de arroz y chícharos. La indefectible ley de estar siempre en medio; ella primero, él después. Él en la retaguardia, ella en la avanzada; y en medio todos, absolutamente todos. Aretha Franklin. Di una plegaria por nosotros. Ruego por todos aquellos que desaparecieron a tiempo y nos ahorraron su anhelo. A mí me gustan las canciones que se puedan silbar, lo he dicho aquí; si no, entonces es demasiado lío; que todos los coros de las iglesias se eleven sobre sus cantos y desaparezcan en el universo que han inventado las ecuaciones, los telescopios y los sentidos humanos. Dionne Warwick. Pasa de largo, no mires, levanta los hombros; nadie puede detener el poder de la maldad y el de los grandes emprendedores; se tragarán tu tierra para hacer negocios y allí te enterrarán con todo y tu minúscula pensión y tu montón de arrugas zurzidas por el trabajo. Mírame; yo no he podido seguir de largo y ahora estoy hundido hasta los codos. Allí vienen por ti, ¿no escuchas ya el canto del iPhone 25? The Marvelletes. Corría el año 1990 y en el bar 33 de la calle Perú, antro del bajo fondo donde se reunían todos los sexos, sin ejército ni consigna, allí fui una noche y me encontré a un cartero, dormido, gay, abrazando su faltriquera de cuero cuyo contenido eran las cartas que no había podido entregar: el retrato más triste del mundo, qué escena; él había acudido al 33 durante la tarde y se le pasaron los tragos. ¡Pero nadie le robaría esas cartas! Tendrían que esperar un día más para ser entregadas a sus destinatarios. ¿Qué es un día comparado con la felicidad? The Chiffons.

Algo extraño; no bailaba yo tanto como en este último año; bailaba, tronaba los dedos mientras el mundo se hincaba. Y yo tan tímido. Y yo que dije siempre: "El principio del mal es el movimiento"; a las mujeres que conozco lo que más les atrae es besar y bailar. Primero bailar. Y luego besan todo: seres humanos; paredes; flores; agua. Billie Holiday. Vivir para ser una leyenda. Ojalá uno pudiera ahorrarse la vida -una leyenda sin vida- y luego que la leyenda se disipara y confundiera con la mugre de la calle Progreso, Unión, Prosperidad. Extrañas frutas emergen de su boca, como un hada negra que se esconde para encantar.