Nochebuena

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Nochebuena

Era jueves y apretaba la noche. Era la noche del 24 de diciembre de la semana pasada y no era cualquier noche. Era una buena noche. Para los cristianos como yo, era tal vez la mejor noche del año. La más alta, la superior; la Nochebuena. Día en que tradicionalmente celebramos el nacimiento del gran maestro Jesucristo. El hijo de un Dios.

Era jueves, ya era noche, apretaba muy tarde la noche. Yo había ido a la Iglesia de San Francisco como me lo enseñaron mis padres, a realizar mi oración votiva, presentar respetos y luego, enderezar mis pasos a mi residencia, cenar frugalmente, no probar alcohol y entregarme a dormir. 

Esto ya tarde. Y sólo horas antes, como cada diciembre, pasar a recoger el generoso cabrito confitado que año con año el chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas, hace favor de enviar a mi familia para la cena tradicional. De hecho, las rebeldes de mis sobrinas ya no aceptan otra cosa de cena. O cabrito relleno o cabrito relleno. En fin, educado y modificado el paladar de mi familia por el toque divino del chef Cárdenas Cantú, los buñuelos que se deshacen en la boca, los tamales de mis hermanas y la tradicional carne asada, han pasado a segundo término.

Apretaba la noche. De por sí tengo el sueño muy liviano. El insomnio siempre ha sido mi compañero. El ruido de los cohetes y la muy mexicana pólvora no se hizo esperar. Desperté. ¿Lo notó? La prohibición de Rubén Moreira es letra muerta. Éste hace leyes para su colonia pomadosa donde vive, pero no para los barrios bravos en donde gente bien nacida se divierte y celebra muy mexicanamente el nacimiento del maestro Jesucristo: con ruido, con jolgorio, con cohetes y pirotecnia mexicana. Fui por un vaso de refresco a mi nevera, encendí la radio para escuchar música de navidades y por default fui a revisar mi desvencijado celular.

Un dato importante antes. Habitualmente le envío un mensaje SMS a todo mundo de mi directorio deseando para bienes y bendiciones. Creí haberlo enviado a todo mundo. No era así. Un error, que no olvido de mi parte, fue imperdonable. Creo no cometer una infidencia al respecto, era media noche y tenía un mensaje en mi celular: “No me olvide mi amigo. Feliz Navidad… lo que se pueda”. Las bien medidas palabras son de un hombre al cual no conozco físicamente, pero lo imagino alto, gallardo, varonil, con voz de tenor o barítono; sí, como su padre, como don… Mario Saucedo. Era mensaje de Mario Saucedo Jr. 

Esquina-bajan
¿Quién no lo sabe? Hubo un tiempo en que en Saltillo había no hombres, sino titanes. Hombres bien nacidos, forjados de acero y roca como el cantante de música regional Mario Saucedo, al cual lo vi cantar tres o cuatro veces en mi vida cuando era niño. Pero su música se quedó tatuada en mi corazón y memoria para siempre. En mi casa tenemos sus discos, la escuchamos y disfrutamos. En un libro del cual no termino aún su redacción, un libro de estampas de personajes saltillenses, hay un capítulo dedicado a quien forjó musicalmente nuestra identidad: Mario Saucedo. 

Poeta y cantante, sus canciones retumban en mis oídos. Verdaderos poemas los cuales son el orgullo y la eternidad de Saltillo: textos del inconmensurable juglar Mario Saucedo. Al escucharlo, no pocas veces pienso en su métrica, sus versos. En las buenas tabernas de la ciudad aún se deja escuchar en la rocola su voz, preñando la noche con su canto norteño y dramático. 

¿Alguien no recuerda aquellas coplas donde la jornada amorosa termina no pocas veces en el lado sombrío de la calle y de la vida? “Hay un mar”, “Farol”, “Mi linda esposa” y un largo etcétera. Dicen unos versos bien medidos del saltillense: “Voy llorando en las noches y bebiéndome el llanto/ para tratar de olvidar aquel falso cariño/ hoy mi mar se ha crecido, es terrible y no aguanto…”. Me cuentan que don Mario Saucedo Jr., heredó la voz, la tesitura y el pregón de fuego de su padre. No lo dudo. A media Nochebuena contesté el mensaje de mi amigo; él a la vez regresó unas palabras tan generosas, que no merezco. Llegaron a mi alma. Aquí están. Don Mario Saucedo Jr., le prometo terminar en este 2016 la estampa de su padre, de un cantante tan alto y gallardo como pocos.

Letras minúsculas
Y en este arranque de año nos conocemos para apretarnos las manos, beber buen whisky y platicar de semejante juglar. Así sea.