Usted está aquí
No sabemos, no podemos y mucho menos queremos salvar al planeta
Hace 46 años se celebró por primera vez el Día Mundial del Medio Ambiente, conmemoración que tenía como propósito crear conciencia de que la sobrepoblación, la contaminación, el calentamiento global y la depredación de la biodiversidad en el planeta se estaban convirtiendo en los cuatro jinetes del apocalipsis y sin que quede dudas, hemos fracasado.
En 1970 éramos 3 mil 692 millones de personas. Hoy somos 7 mil 800 millones y para el 2045 llegaremos a 9 mil millones. Sólo para alimentar a esta gente se arrasarán los bosques y desviará el agua para cultivar los alimentos que necesitaremos.
De acuerdo a los expertos, los tsunamis, erupciones volcánicas, inundaciones, sequías, heladas, deforestación, escasez de agua y hambre son en gran parte causa del calentamiento global. Se ha probado hasta el cansancio los efectos del bióxido de carbono y de otros contaminantes del aire que se acumulan en nuestra atmósfera formando una capa gruesa que atrapa el calor del sol y causa el calentamiento del planeta. Basados en la tendencia de los últimos 50 años, los científicos aseguran que para el 2055 la tierra será 1.3°C más caliente. Si esto sucede entre un 20 y un 30% de las especies desaparecerán junto a grandes extensiones de bosques.
Las sequías e inundaciones afectarían diferentes regiones del planeta, se extenderían los desiertos y se agravaría el derretimiento de los polos y los glaciares. Muchos Estados insulares desaparecerían y en África se incrementaría la temperatura en más de 3°C. Hoy como hace 46 años, el calentamiento global es nuestra más grave amenaza pero seguimos produciendo y quemando energía de la forma más arcaica posible.
El hombre, la más grave amenaza, está causando su propia desaparición a una velocidad inusitada. La que podría considerarse como “normal” era tener una tasa de extinción de cerca de un millón de especies por año. Hoy, la deforestación, la caza y la pesca causan la muerte de 100 millones.
Además de esta letanía de malas noticias, el Fondo Mundial para la Naturaleza dice que las poblaciones de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces han disminuido en un 60 por ciento en promedio desde 1970. Mientras tanto, los océanos son más cálidos de lo que han sido en más de 100,000 años. Para fines de siglo, serán más ácidos de lo que han sido en 14 millones de años. Estos cambios ponen en peligro la supervivencia de la vida marina, incluido el fitoplancton que absorbe el 50 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero que se emiten en el planeta.
Destruimos su hábitat, los mantenemos en cautiverio y los matamos para comerlos o por deporte. Esto ha provocado que 700 especies de animales están al borde de la extinción y mil 600 especies más estén amenazadas.
El daño que hacemos a nuestros bosques es igual de dramático. En todo el mundo se pierden anualmente alrededor de 14 millones de hectáreas de bosque, lo que reduce la capacidad de los pulmones del planeta, que pierde oxigenación. Para ejemplificar esta cifra, podríamos decir que el deterioro representa a perder todos los años un territorio similar en tamaño al de Inglaterra.
No hay mañana. Lo hemos hecho tan mal, que el futuro es sombrío y el agotamiento de nuestros recursos naturales y la degradación de nuestro medio ambiente es tan grave que pareciera que todas las plagas reveladas por Juan en el Apocalipsis, dejaron de ser una historia bíblica y se han convertido en realidad.
En sólo 250 años, a partir de la revolución industrial y del actual sistema económico que produce sin ningún escrúpulo y obliga a consumir productos que antes no necesitábamos, hemos causado tal daño al planeta que no hay marcha atrás. No hay como, no sabemos, no podemos y mucho menos queremos. El aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos, el clima que hace habitable a nuestro planeta están gracias a nosotros en camino a el abismo y tal parece que sólo hasta que hayamos cortado el último árbol, secado el último río y matado el último animal, es que nos habremos dado cuenta que no nos podemos comer el dinero.