No hay memoria que el tiempo no acabe
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No hay memoria que el tiempo no acabe
A Rocinante, el caballo de don Quijote, “le vino en deseo de refocilarse” con unas yeguas de unos arrieros yangüenses (del pueblo de Yanguas en la provincia de Segovia), que se encontraban paciendo cuando don Quijote y Sancho Panza, a la hora de la siesta, llegaron “a un prado lleno de fresca hierba, junto al cual corría un arroyo apacible”.
Molestos los arrieros por el atrevimiento de Rocinante con sus yeguas, le propinaron a éste tan tremenda paliza que quedó derribado en el suelo.
Indignado don Quijote, dijo a Sancho: “bien me puedes ayudar a tomar debida venganza del agravio que delante de nosotros se ha hecho a Rocinante”.
“- ¿Qué diablos de venganza hemos de tomar? –respondió Sancho–, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá no somos sino uno y medio”.
“- ¡Yo valgo por ciento! –replicó don Quijote”.
Y ambos arremetieron a los desalmados yangüeses. Pero éstos, finalmente, les dieron a amo y escudero tan tremenda paliza que los dos quedaron tundidos, doloridos y tirados en el suelo.
Sin poder ponerse siquiera en pie, don Quijote y Sancho sostienen una dolorida aunque deliciosa conversación. Don Quijote, a pesar de todo, con ánimo reposado, pues afirma que cuanto a ambos ha sucedido no es extraño a la andante caballería; pero Sancho destila pesimismo por la serie de desventuras que han padecido, infortunios y desdichas, así como por “el dolor de los golpes que me han de quedar tan impresos en la memoria como en las espaldas”.
“- Con todo eso, te hago saber, hermano Panza –replicó don Quijote–, que NO HAY MEMORIA A QUIEN EL TIEMPO NO ACABE, ni dolor que la muerte no le consuma”.
El consuelo que don Quijote da al vapuleado Sancho Panza es equivalente al del refrán que reza: “No hay mal que dure 100 años; ni quien los aguante”. Aunque también es cierto que las penalidades y sufrimientos que el hombre tiene a lo largo de su vida, muchos por fortuna, quedan superados y en el olvido por el solo paso del tiempo.
@jagarciavilla
JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA
LOS REFRANES DEL QUIJOTE