'No esperan nada de mí’

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'No esperan nada de mí’

Esta semana recibo un correo electrónico de un preparatoriano que ha perdido su sentido de vida: “Doctor, recurro a usted porque no sé para qué vivo. En vacaciones me levantaba después de la 1 pm porque no había nada qué hacer en casa. Mis padres jamás me pidieron algún favor. Cuando empezaron las vacaciones me levantaba a las 9 am, pero nunca había algo que hacer en casa: El desayuno ya estaba hecho, mi madre ponía y levantaba la mesa, mi padre realizaba las salidas y compras, la muchacha que nos ayuda levantaba mi cama y se encargaba de todo lo demás. Quería colaborar, pero me decían ese es trabajo de tu madre, padre o la muchacha. Ahora que empecé clases solamente me dicen que no repruebe y que no es necesario que saque buenas calificaciones. Cuando me esfuerzo para lograr algo nunca recibo ningún reconocimiento y no lo notan. No se sienten orgullosos de mí. Mi vida ha caído en la indiferencia y no tengo ningún sentido para vivir. Muchos de mis amigos y compañeros se sienten igual que yo y están bien agüitados. Creo que empiezo a tener depresión.”

Uno de los sentidos de vida más importantes que todo ser humano podemos tener es la experiencia de merecimientos y logros propios. La capacidad de progresar o de avanzar de un punto es una de las vivencias más importantes que producen la felicidad. Por nuestra propia naturaleza buscamos trascender y proyectarnos hacia el mundo conquistando retos. Podemos observar desde que los niños son muy pequeños corriendo entusiasmados y gritando: “¡Mamá, mamá mira! ¡Ya pude!” El logro de un aprendizaje o un reto produce una sensación de satisfacción enorme. Antes requería la ayuda de mamá para amarrarse los tenis y ahora lo hace solo u obtener una buena calificación en matemáticas ya que antes no podía. Tener expectativas de los hijos es fundamental para su fortalecimiento de su autoconcepto, confianza y esfuerzo. Muchos papás por miedo, flojera, sobreprotección o ignorancia evitan exigir tareas o bajan las expectaciones de sus hijos: “No hay que levantarlo temprano para que vaya a pagar al banco porque ayer llegó tarde a casa.” O “No lo molestes ya que no ha descansado de las clases que tiene.”

La pandemia está incrementando problemas de salud mental entre nuestros hijos por el aislamiento y confinamiento que por más de 5 meses hemos sufrido. Pero lo peor es hacer vivir a nuestros chicos un sentimiento de compasión y sobreprotección haciéndolos que no son resilientes para luchar y levantarse para progresar. Escucho con mucha inquietud expresiones como: “Pobrecito, extraña a sus amigos.” O “No hay que exigirle porque se puede enojar o deprimir.” Y el mensaje que les enviamos es: “Eres incapaz de hacerlo.” Nuestros hijos son más fuertes de lo que creemos. No les tengamos lástima, pero tampoco los saturemos de presión que no puedan controlar. Debemos impulsarlos como si fueran un papalote o cometa. El hilo lo tengo en las manos y hay que soltarlos, pero estar al pendiente de su vuelo. Si observamos que titubean y hay peligro que vayan a caer al piso, hay que darles un pequeño estirón para que corrijan su planeo y caigan. Nuestra vida es un soltar y estirar para que levanten cada vez más su vuelo.