No es posible, pero se puede

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No es posible, pero se puede

El joven sacerdote norteamericano abrió los ojos, sorprendido. Desde que había llegado de Estados Unidos, desde que estaba en la iglesita de San Isidro Labrador, de Arteaga, no había visto cosa igual. Pero ahí estaba el hombre aquel. Alto; recio pese a no ser un joven ya; de tez rubicunda curtida por el sol; ojos claros y cabello entrecano asomándole por el sombrero de palma. Traía un enorme machete entre las manos, y le había dicho al padre:

—Vengo a que me bendiga este machete, padrecito.

No salía de su asombro el sacerdote. Cosa de todos los días era que le llevaran a bendecir medallas y rosarios, imágenes, estampas... De vez en cuando le pedían bendecir un animal: la vaca, el caballo, hasta algún cerdo gruñidor. Pero ¿un machete? ¿Iba él a bendecir un arma que, según había leído en algún libro, usaban los mexicanos con habilidad mortal para quitar la vida a un prójimo?

—Ándele, padrecito —decía el campesino—.

Bendígame el machete.

El padre sólo acertó a preguntar:

—¿Y para qué quieres ese machete?

—¿Cómo que pa’ qué? —respondió el campesino, sorprendido—. ¿Pa’ qué va a ser? ¡Pos pa’ partir el cielo!

El sacerdote creyó no haber entendido bien.

¿Partir el cielo? Pensó que le estaba fallando su español. Confuso, sin saber qué hacer, pidió al hombre que lo esperara un momento y pasó de la sacristía a la casa parroquial. Ahí se afanaban las señoras de la Acción Católica preparando alguna devoción. Llamó a una de ellas y le contó la extraña solicitud del campesino. ¿Qué era todo eso de bendecir un machete? ¿Qué quería decir aquello de “partir el cielo”?

La señora se rió muy divertida por la ignorancia del padre. Le explicó que los campesinos de la sierra de Arteaga creen que las nubes de granizo pueden partirse con un machete bendecido, de modo de disolverlas y evitar que dejen caer su carga letal sobre sus huertos de manzanos o sobre sus trigales. Cuando el cielo amenaza pedrisca el campesino saca su machete y lo pone junto con una cruz en la mano del niño más pequeño o del hombre más anciano de la casa. El del machete sale de la casa, y viendo hacia el cielo hace cruces con el machete y con el crucifijo, como quien parte la nube amenazante, al tiempo que los demás rezan el Credo y unos Padres Nuestros, El ensalmo no falla: la nube se deshace o se aleja para soltar su granizo en otra parte, sobre el huerto de alguno sin cruz y sin machete.

—¡Pero eso no es posible! —exclamó incrédulo el sacerdote después de oír la explicación.

—No es posible, pero se puede —contestó la señora.

Sin decir más volvió el padre a la sacristía y bendijo el machete. Sintió que no había incurrrido en complacencia con la superstición, sino que había cumplido con su ministerio. Después de todo —iba pensando al caminar por el pequeño huerto parroquial— hay muchas cosas imposibles que se vuelven posibles cuando hay fe.