Niñas ‘invisibles’ para el Gobierno

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Niñas ‘invisibles’ para el Gobierno

Otra de taxista, dispense usted, pero ese gremio callejero del volante sí que tiene historias buenas para contar.

Un día platicando con un ruletero, no sé por qué diablos salió a relucir el tema de la prostitución clandestina, de la que por cierto, ninguna autoridad aquí ha querido agarrar las riendas.

El taxista, uno de esos viejos vividos, experimentados, me contaba de algunas niñas, niñas dijo, que hacen esquina en los bulevares más transitados de la ciudad, para intercambiar su cuerpo por un churro de mariguana o una piedra.

Son menores de edad, de colonias populares, según he sabido por más choferes de carros de alquiler, que todo el día se la viven caminando en las calles y hacen el banderazo a los taxistas para ofrecer su cuerpo por 100 pesos y comparar droga.

100 pesos para comprar un porro o una piedra, para calmar el ansia del vicio, al menos por un rato.

Habrase visto tal degradación, pensé cuando me lo contaron, y no sé por qué sentí por estas chicas una especie como de tristeza, de compasión.

La moneda de cambio en este mercado subrepticio es el sexo oral, por 100 pesos.

Se les ve alteradas, urgidas, temblorosas, suplicantes, cuentan los taxistas con sorpresa, con estupefacción, “son niñas”, dicen.

Y la mayoría, como si se tratara de un estereotipo, van desaliñadas, descuidadas, sucias, demacradas, se les nota su adicción.

Un día las ven vagando en la avenida principal de la Zaragoza, en la calle Pedro Aranda, de la Bellavista, y algunas más en el bulevar Fundadores.

Unos choferes confiesan que no han desaprovechado la oportunidad de conseguir sexo barato, a 100 pesos, otros que han sentido lástima, porque tienen hijas, hermanas, nietas chicas.

“Un día que me salió una de esas muchachas, le dije: ‘Mira hija, toma 20 pesos y vete. Cómprate un jugo y unas galletas’”, platicó un taxista.

Y yo me pregunto, ¿será posible tal degradación?

Es uno de los reportajes que no he hecho y no creo poder hacer.

No puedo meterme a manejar un taxi, porque sabrá, me falta un ojo y el otro no es un telescopio.

Pero cómo me gustaría ser taxista por unos cuantos días para penetrar en esos bajos fondos de la ciudad.

Los de las niñas que se venden barato por un porro de mota, invisibles para el Gobierno y para la sociedad.