Ni indiferencia, ni impunidad

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Ni indiferencia, ni impunidad

“Los miserables”.

Así se llamó aquella famosa narración que llegó también a ser filmación destacada. Asociamos fácilmente la penuria material a la palabra miseria. Es un apartado en que clasificamos a quienes no pueden tener acceso a los bienes básicos. Sin casa, sin alimentos, sin educación, sin trabajo, sin indumentaria, sin atención médica, sin justicia ni seguridad.

Es vergonzoso que exista gente miserable en tiempos de despilfarros y opulencias, de concentraciones de ingreso y exceso de satisfactores. Sentimos que toda autoridad legítima debiera abrir las puertas a todos para que nadie quedara excluido de los derechos humanos derivados de la dignidad personal.

También se extiende la significación de miseria al ámbito de las actitudes y de la conducta. Llamamos miserables éticamente a quienes tienen como único motor de sus acciones sus apetitos, sus intereses, su provecho, su ganancia, su afán desmesurado  de poder opresor, de tener injusto y de placer egoísta.

Los miserables por carencias materiales nos parecen víctimas y vemos como victimarios a los miserables desprovistos de conciencia y de moralidad.  El corazón humano puede sentir indignación, vergüenza y tristeza frente a los desposeídos. La miseria moral es vista con desprecio y descalificación, con acusación que exige sanciones a una delincuencia solapada o barnizada.

Hacia los despojados muchos experimentan un sentimiento de solidaridad, de compasión. Se suprime toda indiferencia y se busca no solo la asistencia y la dádiva  sino un proceso de elevación humana, una creciente humanización y capacitación progresiva para que logren autosuficiencia. Sin paternalismo ni dependencias, se intenta apoyar y reforzar todo impulso de superación y de iniciativa esforzada y esperanzada. 

Compadecerse del déspota, del criminal, del egoísta  puede llevar a dar a cada quien lo que le corresponde por el bien de cada uno y por el bien común. La sanción junto con la readaptación, la justicia junto con la oportunidad de rehabilitarse para hacer el bien. No aplicar solo lo  vindicativo sino también lo educativo. 

El corazón frente a la miseria, de cualquier tipo, llega a madurar eso que se llama misericordia. Es compasión frente al herido y justicia frente al que hiere. No hay entonces indiferencia ni impunidad.  Se evita la dureza y la complicidad.

La persona y la comunidad manifiestan su valor y su autenticidad cuando no solo elaboran leyes que evitan males sino cuando son aplicadas evitando inequidades y  rigideces legalistas. El corazón personal y comunitario practica la misericordia siempre que no olvida el valor de la persona aunque lo nuble su condición o su conducta…

Frente a toda miseria, actúan la inteligencia y la voluntad pero también el corazón.“Los miserables”.

Así se llamó aquella famosa narración que llegó también a ser filmación destacada. Asociamos fácilmente la penuria material a la palabra miseria. Es un apartado en que clasificamos a quienes no pueden tener acceso a los bienes básicos. Sin casa, sin alimentos, sin educación, sin trabajo, sin indumentaria, sin atención médica, sin justicia ni seguridad.

Es vergonzoso que exista gente miserable en tiempos de despilfarros y opulencias, de concentraciones de ingreso y exceso de satisfactores. Sentimos que toda autoridad legítima debiera abrir las puertas a todos para que nadie quedara excluido de los derechos humanos derivados de la dignidad personal.

También se extiende la significación de miseria al ámbito de las actitudes y de la conducta. Llamamos miserables éticamente a quienes tienen como único motor de sus acciones sus apetitos, sus intereses, su provecho, su ganancia, su afán desmesurado  de poder opresor, de tener injusto y de placer egoísta.

Los miserables por carencias materiales nos parecen víctimas y vemos como victimarios a los miserables desprovistos de conciencia y de moralidad.  El corazón humano puede sentir indignación, vergüenza y tristeza frente a los desposeídos. La miseria moral es vista con desprecio y descalificación, con acusación que exige sanciones a una delincuencia solapada o barnizada.

Hacia los despojados muchos experimentan un sentimiento de solidaridad, de compasión. Se suprime toda indiferencia y se busca no solo la asistencia y la dádiva  sino un proceso de elevación humana, una creciente humanización y capacitación progresiva para que logren autosuficiencia. Sin paternalismo ni dependencias, se intenta apoyar y reforzar todo impulso de superación y de iniciativa esforzada y esperanzada. 

Compadecerse del déspota, del criminal, del egoísta  puede llevar a dar a cada quien lo que le corresponde por el bien de cada uno y por el bien común. La sanción junto con la readaptación, la justicia junto con la oportunidad de rehabilitarse para hacer el bien. No aplicar solo lo  vindicativo sino también lo educativo. 

El corazón frente a la miseria, de cualquier tipo, llega a madurar eso que se llama misericordia. Es compasión frente al herido y justicia frente al que hiere. No hay entonces indiferencia ni impunidad.  Se evita la dureza y la complicidad.

La persona y la comunidad manifiestan su valor y su autenticidad cuando no solo elaboran leyes que evitan males sino cuando son aplicadas evitando inequidades y  rigideces legalistas. El corazón personal y comunitario practica la misericordia siempre que no olvida el valor de la persona aunque lo nuble su condición o su conducta…

Frente a toda miseria, actúan la inteligencia y la voluntad pero también el corazón.