Ni dócil, ni flexible

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Ni dócil, ni flexible

A los papás que nacimos entre 1950 y 1970 nos consideran generación de baby boomers, que significa una gran explosión demográfica, inicio de la televisión y surgimiento del movimiento de la liberación femenina. Somos o fuimos, porque pertenezco también a esta generación, personas adictas al trabajo y producto de un estilo de disciplina estricto y duro de nuestros padres. Me tocó vivir la ley de la chancla y cinto en casa, y reglazos en la escuela. Aprendimos a adaptarnos a las normas de la familia, escuela y empresa para sobrevivir. En otras palabras, la obediencia fue quizás el valor más importante adquirimos en nuestra niñez y adolescencia. 

Ahora la mayoría somos padres y no queremos que nuestros hijos sean sumisos y blandos. Los educamos con empoderamiento (sentido de superioridad) y la obediencia decayó. Los papás boomers aprendimos adaptarnos primero en la casa, luego en la escuela y al final en el trabajo. Nuestros hijos no se adaptaron a la familia, sino los padres nos adecuamos a ellos. La escuela implementa metodologías para satisfacer sus intereses y no necesariamente sus necesidades. Y la pregunta importante es: ¿qué va a pasar en la empresa?, ¿qué va a suceder cuando formen una familia?, ¿se adaptarán a ellos? Muy probablemente no.

En las últimas semanas he aplicado una prueba para evaluar la inteligencia ejecutiva en adolescentes, jóvenes y adultos. La inteligencia ejecutiva se encuentra en el lóbulo frontal de la corteza cerebral y tiene la misión de regular nuestras emociones, dar jerarquía a nuestras acciones, persistir en la tarea a pesar de las dificultades y aburrimiento, elegir bien las metas y tomar buenas decisiones entre otras funciones. Una función importante de la inteligencia ejecutiva es la flexibilidad: tener la capacidad de adaptarme a nuevas situaciones y adecuar mis capacidades a nuevos retos para salir adelante. Los resultados de esta evaluación han arrojado que la flexibilidad es la función con peor rendimiento en esta generación. 

Existe una confusión errónea entre satisfacer los intereses o necesidades del niño y adolescente. Las necesidades más importantes de nuestros hijos son su educación, bienestar, respeto y protección, pero también es capacitarlo con herramientas para que enfrente un mundo con muchos retos con éxito y valentía. Y considero que al adaptarnos a ellos no los estamos ayudando. Escucho constantemente quejas de papás, maestros, empleadores y parejas sobre la poca capacidad de ajuste: “mis empleados, ante la mínima dificultad, renuncian”, “mis alumnos quieren todo fácil y no son capaces de usar sus propios recursos para aprender y solucionar problemas”, “es muy difícil mantener a mis trabajadores mucho tiempo en trabajos de manufactura porque para ellos es aburrido y rutinario”, “mis hijos no son capaces de adaptarse a nuevas rutinas en casa”, “mi pareja no es capaz de habituarse a las funciones de familia y dice que le estoy coartando su libertad”.

Ser flexible no significa ser dócil, obediente o sumiso. Capacitemos a nuestros hijos a que en la vida hay o no hay, se puede o no se puede, existe o no existe y, a pesar de todo, tendremos que dar el máximo esfuerzo y adaptarnos. No formemos generaciones frágiles que se deprimen ante la más pequeña adversidad.

@JesusAmayaGuerr 
jesus.amaya@udem.edu