Ni AMLOver, ni AMLOhater

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Ni AMLOver, ni AMLOhater

Los procesos electorales mexicanos tienen, entre otros muchos, un muy desagradable defecto: polarizan irracionalmente a la sociedad, colocando de un lado a quienes idolatran, sin fisuras, a los candidatos –cada quien al suyo – y en el contrario a quienes los detestan, también sin fisuras.

No es casualidad, por cierto: los dirigentes partidistas y los candidatos van por el mundo armados esencialmente con un discurso maniqueo cuya finalidad única es generar esa polarización, pues la imaginación no les da para concebir una fórmula diferente con la cual conseguir votos.

Así pues, los políticos de todos los signos ideológicos, unos en menor y otros en mayor medida, pero todos sin excepción, se dedican cotidianamente a alimentar el odio entre los ciudadanos como fórmula para conquistar el poder.

La sucesión presidencial de este año no podía escapar a esta dinámica y eso podemos atestiguarlo sin dificultad: basta con hacer aparecer en cualquier discusión el tema electoral para inundar el ambiente de epítetos, descalificaciones, insultos e improperios lanzados en todas las direcciones.

La fórmula se reproduce independientemente del color del candidato de su preferencia. No importa si usted le apuesta al morado, al café, al negro, al blanco o al gris… la respuesta del otro lado de la mesa será una andanada de acusaciones cuyo propósito no es demostrar la superioridad –intelectual, moral, discursiva, académica – del candidato propio, sino dejar clara la podredumbre encarada en el contrario.

Pero aún cuando la dinámica se reproduce de manera más o menos igual con los fans de cualquiera de los candidatos, ciertamente en estos momentos la discusión se concentra alrededor de Andrés Manuel López Obrador porque, de acuerdo con todas las encuestas, es quien tiene las más altas posibilidades de convertirse en el próximo Presidente de la República.

Tal hecho, aunque no es la primera ocasión en la cual ocurre (en 2006 también inició la campaña encabezando todas las encuestas), parece obligar a la división de la sociedad en dos bandos claramente diferenciados: los AMLOvers y los AMLOhaters.

Los integrantes del primer contingente dedican todos sus esfuerzos, todas sus energías, a señalar ruidosamente la incapacidad de los gobiernos del PRI y el PAN para resolver los problemas nacionales; los integrantes del bando opuesto no pierden oportunidad de retratar a López Obrador como un individuo inconsistente, poseedor de una personalidad en la cual es fácil encontrar semejanzas con el extinto Hugo Chávez y muy difícil identificar talentos para retratarle como estadista de gran calado.

Múltiples voces, a las cuales en la semana se sumó la del Premio Nobel Mario Vargas Llosa, han intervenido en esta discusión y expuesto las razones por las cuales consideran a López Obrador, o bien la encarnación de todo lo deseable, o bien el portador de todos los males imaginables.

Personalmente encuentro no solamente inútil, sino insano, instalarse en el maniqueísmo para abordar la discusión sobre el futuro del país y, a partir de allí, plantearse como lo único importante el determinar si el futuro presidente es un ángel o un demonio.

Tengo una opinión formada sobre López Obrador desde hace mucho tiempo y el seguimiento de su carrera política no ha hecho sino consolidarla. A partir de esta opinión, no votaré por él ni le recomiendo a nadie hacerlo. Sin embargo, no me preocupa verlo ganar las elecciones y me resisto a suscribirme a la idea según la cual, quienes no le compramos el discurso, debiéramos intentarlo todo para evitar su arribo a la titularidad del Ejecutivo Federal.

Me adelanto a la virulencia irracional de los AMLOvers: así como no le recomiendo a nadie votar por López Obrador, no les recomiendo votar por ninguna de las otras opciones –partidistas o independientes – pues personalmente estoy convencido de otra fórmula: no importa quién gobierne; lo importante son las reglas con las cuales se gobierna y la existencia de garantías para hacer valer esas reglas.

Lejos de intentar impedir el arribo del tabasqueño al poder, personalmente encuentro incluso deseable su triunfo: porque, dada nuestra incapacidad colectiva para rechazar la fórmula del individuo providencial, a cuyo influjo la realidad se modifica mágicamente, lo mejor es atravesar de una buena vez el territorio del desengaño de la mano del mesías tropical -Enrique Krauze dixit.

Porque sólo si López Obrador gana, tendrá finalmente la oportunidad de decepcionarnos y tal vez así nos atreveremos a considerar, de una buena vez, la alternativa realista y responsable respecto del futuro del país: la solución a nuestros problemas no depende de una sola persona, sino del compromiso individual alineado en torno a propósitos colectivos.

La virtud de esta fórmula es simple: no está basada en quién llega al poder, sino en cómo se ejerce éste y en cuáles son las herramientas con las cuales contamos todos para atajar el despotismo. Pero mientras somos capaces de considerarla seguiremos condenados, asumo, a elegir lugar entre los AMLOvers o los AMLOhaters, es decir, condenados a la irracionalidad.
¡Feliz fin de semana!

@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx