Nahuel Guzmán y sus desmedidas atribuciones
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Nahuel Guzmán y sus desmedidas atribuciones
Los futbolistas extranjeros que tienen la suerte de colocarse en los clubes regios saben que vienen a un paraíso. Se les garantiza salarios altos, una relativa impunidad deportiva y dentro de ese reinado, algunos enloquecen.
Sin un hostigamiento manifiesto de los aficionados, se sienten protegidos. Sin presiones externas, viven cómodos como no lo harían tan relajados en un futbol más exigente, donde la participación del espectador de sus países de origen no es tan contemplativa, sino más bien, es decisiva, sin irse a los extremos.
Estos jugadores tienen muchísimas ventajas. Aquí los hacen ídolos de la nada, firman autógrafos en la derrota y son elevados al estatus de próceres en la victoria. Un ambiente sano les genera esa falsa sensación de ser seres divinos a los que se les permite todo y bajo cualquier circunstancia. Pero muchos se equivocan.
Los simpatizantes de Tigres –o una gran mayoría de estos- siempre han respaldado las ocurrencias e irresponsabilidades del portero Nahuel Guzmán. Quizás porque el arquero se sabe vender y lo ven diferente y carismático.
Lo cierto es que al argentino sólo le basta levantar una mano para activar la ovación en el Universitario. Se siente querido y, definitivamente, parece que lo es.
No está mal que exista esa afinidad entre el futbolista y el aficionado, pero a veces las complicidades y los excesos de confianza estimulan los abusos.
Guzmán tiene una particular forma de jugar, siempre al límite y en plan suicida, y difícilmente vaya a cambiar.
Se podrá estar o no de acuerdo con las singularidades de su estilo, pero sus equivocaciones las paga muy caro Tigres. Hay quienes indultarán al portero por alguna que otra atajada decisiva –que también las tiene-, pero ¿hasta qué punto se le pueden tolerar sus imprudencias?
El responsable de que el portero entierre al equipo con sus errores es Ferretti. El técnico es quien le avala a Guzmán su temeraria forma de manejarse en los partidos. En la Selección de Argentina, por ejemplo, sería firmar su acta de defunción futbolística en automático.
El problema puede que sea la falta de exigencia que tenga el portero. No supone tener competencia y ello le autoriza un libertinaje arropado, claro, por el paternalismo del entrenador que, siendo sinceros, jamás lo tendría Palos.
El sábado, en León, Guzmán jugó su propio partido y hundió a Tigres en dos acciones vergonzosas. Atacó sobrado un pase de Torres Nilo hacia atrás y le entregó un balón a la cabeza a Boselli.
Acto seguido y en un hecho insólito, Guzmán se metió con la tribuna local y provocó un tiro libre al borde del área por conducta antideportiva, que Montes lo tradujo en gol.
La pregunta es saber qué pensará el resto de los jugadores frente a semejantes irresponsabilidades, porque los errores no le cayeron naturalmente a Guzmán, sino que él fue hacia ellos, lo que es más preocupante.
¿Puede Tigres aceptar estas barbaridades de un futbolista que ponga en riesgo la estabilidad del grupo? ¿Son aceptables estas actitudes personales de un profesional que, ante todo, se debe al equipo? ¿Con qué vara lo medirá Ferretti?
Guzmán le regaló el triunfo al León, sepultó el invicto de Tigres y no es la primera vez que comete estos disparates. Para su fortuna, siempre se los han solapado.
Quizás crea que el aficionado le perdona todo, pero no se trata de jugar con ese hándicap. Se trata de no hundirse a sí mismo, de respetar el esfuerzo de sus compañeros y, para bien del equipo, se trata de ponerle un punto final a sus desmedidas atribuciones.