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Murió Julián Guajardo, un grande que ofreció su ser a través del teatro
Lo más parecido que conocí a un genio fue a este hombre nacido en la ciudad de Monterrey en 1933. Deseó ser arquitecto y casi concluyó sus estudios profesionales, pero para él estaba destinada la gloria de ser uno de los mejores directores escénicos de México.
En marzo de 2014 la Universidad Autónoma de Nuevo León le hizo un homenaje memorable, allí una vez más Julián Guajardo Lozano mostró su histrión por la manera en que recibió el aplauso que, puestos en pie, le brindaron los asistentes al edificio del Colegio Civil; personas como Rogelio Villarreal, entonces secretario de Extensión y Cultura de dicha universidad, la brillante Rosaura Barahona y el teatrista Rubén González Garza fueron parte de quienes lo homenajearon: los tres, también ya trascendieron.
Recuerdo al maestro Julián en 1976 montando la obra “El Juego de Zuzanka” de Milos Macourek, la que ya había dirigido con éxito en 1970 en la Ciudad de México, ahora el montaje sería distinto pues sería musical. Entonces yo era muy joven y tuvo la confianza de encargarme la música para la puesta en escena.
A Zuzanka la iba a representar Bertha Esparza, quien era su esposa. Los ensayos eran en una propiedad universitaria cercana al Palacio de Gobierno estatal de Nuevo León. En ese lugar Julián Guajardo dirigía a universitarios de preparatoria y de carreras profesionales con acuciosidad casi obsesiva, cada parlamento, cada diálogo, cada movimiento del montaje.
Entonces me comentaba la existencia de una argentina casi loca, de nombre Nacha Guevara, que cautivaba a Latinoamérica. Luego la conocí y conviví con ella en tiempos mágicos.
Rememoraba el tiempo en que estuvo estudiando escenografía becado por la universidad, en Praga, Checoslovaquia, lo que marcó su vida. Antes, en sus mocedades, fue parte de la emblemática Revista Musical Universitaria siendo algunas de sus compañeras Virma González e Irma Lozano que luego hicieron carrera televisiva y cinematográfica.
En 1977 dirigió en “La Sonata a Kreutzer” a un impecable Rubén González Garza y a una bellísima Nuria Bages. También vi la puesta en escena de “Los Chicos de la Banda” en 1979. Su trabajo como director teatral siempre estaba al borde de la perfección.
Dirigió por años “La pastorela de Catón”. De hecho, el insigne saltillense Armando Fuentes Aguirre también desarrolló su talento como actor bajo la dirección de Julián Guajardo.
Tenía una manera de amar la vida que se trasminaba cuando se reía y armaba pequeñas puestas teatrales improvisadas en plena calle haciendo que participaran transeúntes.
Le dio oportunidad a muchas personas que jamás habían pisado un escenario simplemente porque veía en ellos la posibilidad de representar un personaje.
Seguí admirándolo cuando en 1993 dio vida a “Genesio”, puesta en escena que se montó en una de las instalaciones de la Nave Sopladores de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey. Como actor era insuperable. Este hombre teatro podía cautivar con su fino sarcasmo a cualquier persona, pero también lograba ser muy divertido con sus dichos.
Como todos los genios de pronto no resultaba fácil asimilar su manejo personal, pero lo trascendente es que fue un grande que ofreció su ser a través del teatro siendo maestro de actores aún vigentes en la escena. Muchos promotores culturales de Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León lloramos su muerte.