Muerte en la esquina
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Muerte en la esquina
Cuando se tiene la primera experiencia frente a la muerte de otros, es algo que no se olvida. Era un adolescente cuando murió mi abuela María Paula y entonces no alcancé a comprender lo que significaba la ruptura de la vida, esa desconexión natural que en algún momento nos espera. Estuve muchos días cavilando sobre esa escena en medio de una ignorancia total y después de muchos años sigo ignorante ante esa encrucijada.
Han existido personas que se han ganado su muerte cuando han vivido ya mucho tiempo sobre el planeta, pero hay personas que se encuentran con ella de forma inesperada.
Hace unos días encaré la muerte de un desconocido. Un hombre que para alcanzar la banqueta contraria de una gran avenida corrió siendo atropellado por un automóvil que lo impactó lanzando su cuerpo sobre el pavimento. Hacía algo de viento y entonces la sábana que alguien puso sobre los restos mortales de este hombre se levantaba descubriendo por momentos su rostro inanimado. Yo estaba allí sin querer estar, como uno más de los testigos silentes.
El recién fallecido más o menos contaba con 50 años de edad y el percance fatal quizá obedeció a la prisa de llegar a su casa con la presión del hambre y del cansancio, con esa prisa cotidiana que sufren muchas mujeres y hombres urbanos que corren tras la nada.
Pero hay niños y mujeres que siguen muriendo acribillados en nuestra región. Y hoy, otra vez me niego a aceptar hechos de sangre como los que ocurrieron hace una semana empujados por las rencillas de los narcos que siguen pautando la agenda de la inseguridad.
Murieron muchos inocentes. Las muertes de las niñas baleadas en la capital de Tamaulipas, se asemejan a crímenes de guerra.
Hace cinco años estuve en Ciudad Victoria y saludé en su despacho a Egidio Torres, aún gobernador. Gente de su confianza me dijo entonces que evitara caminar por las calles circundantes. Con temor fui luego a un evento de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación en un local resguardado por soldados con metralletas.
Me parece inconcebible que no se haya frenado en Tamaulipas la cuota de sangre que exige la delincuencia para con sus enemigos.
Fueron 11 personas de una sola familia las que fueron acribilladas el sábado 9 de julio en Ciudad Victoria. Entre los muertos, seis niñas de ocho a 12e años que dormían junto a sus familiares adultos fueron masacradas por asesinos sin nombre.
Una sociedad no puede aspirar al desarrollo sustentable si no es posible garantizar su seguridad. Las políticas públicas deben contener esfuerzos reales para erradicar los crímenes que genera la delincuencia organizada.
Considero que los adultos, llegado el momento, merecemos una muerte digna a menos que nos sorprenda en alguna esquina. Los niños y los jóvenes deben vivir lo que les corresponde.
No es un buen síntoma lo que en materia de asesinatos ocurre en nuestra región porque genera un lamentable efecto multiplicador.
Pensando en las muertes inesperadas tal vez son afortunados quienes conocen más sobre su horizonte de vida.
Creo que si conociéramos de nuestra propia muerte antes de que llegue, nos daría la ventaja de tener algo de tiempo para preparar la marcha final. Podríamos despedirnos de las personas que nos significan; acomodar nuestros haberes tangibles e intangibles para legarlos a quienes amamos; llorar y reír suficientemente antes de que pare el tic-tac de nuestro reloj personal: Declararnos vencedores aunque estemos perdiendo la maravillosa vida. Sería un privilegio tener el derecho de morir con los ojos abiertos y la certidumbre de que alguien nos puede acompañar en el instante en que se apague nuestra luz vital.