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Muere Maryam Mirzakhani, una de las grandes mentes de las matemáticas
Todo en ella fue prematuro. Su genio, su reconocimiento, su muerte. Maryam Mirzakhani, unas de las grandes mentes de la matemática contemporánea, falleció este sábado de cáncer. Con solo 40 años, la iraní era la única mujer que había logrado la Medalla Fields, uno de los más prestigiosos galardones matemáticos. Un premio cuadrienal equiparado por muchos al Nobel y que recibió en 2014 por sus avances en geometría compleja y sistemas dinámicos.
Fue el reconocimiento a una fulgurante carrera que arrancó en Irán y ascendió sin descanso por el árbol de la teoría matemática. Por ramas de alta especialización, como la teoría ergódica, la geometría simpléctica e hiperbólica o la teoría de Teichmüller, extrañas al lenguaje común, pero en las que Mirzakhani mostró una audacia fuera de lo común y, según la Universidad de Stanford, abrió nuevos caminos tanto para el estudio de los números primos y la criptografía como en las incógnitas del origen del universo.
“Maryam se fue demasiado pronto, pero su legado permanecerá en las miles de mujeres a las que inspiró. Era una brillante teórica y también una persona humilde que aceptó honores solo en la esperanza de que podrían animar a otros a seguir su camino. Su contribución como académica y como modelo de motivación es significativa y duradera”, afirmó el rector de la Universidad de Stanford, Marc Tessier-Lavigne. El presidente de Irán, Hasan Rohaní, se sumó a las condolencias y lamentó la "triste desaparición".
Aunque para la posteridad Mirzakhani quedará como un ejemplo de matemática pura, hubo un tiempo en que soñó con ser escritora. Leía, imaginaba personajes y soñaba con otros mundos. Su fascinación por la literatura, como ella misma reconocía, era absoluta, pero pronto, apoyada en su propia excepcionalidad, fue arrastrada a otra dimensión.
Nacida en Teherán en 1977, su talento matemático tardó en aflorar y sólo despuntó tras participar en un concurso de informática. Ahí advirtió no sólo su capacidad, sino sus dotes para competir. Era fría, firme y determinada. Bajo su empuje, uno tras de otro, los problemas iban cayendo. Todo ello la llevó a ser la primera mujer en pertenecer al equipo iraní en las Olimpiadas Internacionales de Matemáticas. En 1997 ganó una medalla de oro; al año siguiente dos y alcanzó la máxima puntuación.
Acompañada por el aura de la genialidad, no tardó en recalar en Estados Unidos. La Universidad de Harvard fue su puerto de entrada. Pronto se hizo notar. Segura de sí misma, rompía moldes. Apenas sabía inglés, pero no dejaba de cuestionar cualquier aseveración. Las respuestas las anotaba en farsi. Luego, volvía a preguntar.
La publicación en 2004 de su tesis doctoral, en la que resolvió dos intrincados y consolidados problemas relacionados con la geometría hiperbólica, asombró en su área de conocimiento. Las principales revistas matemáticas se hicieron eco, su nombre brilló y las puertas de los grandes centros matemáticos empezaron a abrirse. Entró en Princeton, pasó por el elitista Instituto Clay y en 2008 recaló como profesora en Stanford. Su despegue se había completado. Ella se definía a sí misma como una matemática "lenta", capaz de darle la vuelta a las investigaciones una y mil veces. Sus colegas reconocían que cuando todos se había agotado, ella seguía persiguiendo un avance por pequeño que fuese. Su tenacidad fue recompensada.
En 2009 ganó el Premio Blumenthal de la American Mathematical Society y en 2013 el Ruth Lyttle Satter, destinado a premiar el trabajo de las mujeres en ciencia. Ese mismo año, su trabajo conjunto sobre un espinoso problema referido a algo tan prosaico como la trayectoria de las bolas de billar en una mesa poligonal dio la vuelta al planeta. En sus manos, una cuestión que había torturado largo tiempo a los físicos, encontró nuevos caminos y hasta fue saludada como el inicio de una era. Meses después, recibió la Medalla Fields, reservada a menores de 40 años, por sus avances en "las superficies de Riemann y los espacios de moduli".
Quienes la conocieron destacan la audacia de sus aproximaciones y su capacidad para juntar las más dispersas piezas de cualquier rompecabezas. Incansable, le gustaba el aire de eternidad que desprende la matemática. También la agotadora búsqueda de la solución. "Es como estar en la jungla y usar todo el conocimiento que tienes para hallar una salida", comentaba. Muchas veces, Mirzakhani se quedaba a solas y garabateaba fórmulas y dibujos en largas hojas en blanco. Horas y horas detrás de una respuesta. “Uno se tortura a sí mismo, pero nadie dijo que la vida fuera ser fácil”, llegó a decir.
Hace cuatro años, se le diagnosticó un cáncer de mama. Tras sucesivas recaídas, la metástasis avanzó imparable. Este sábado murió. Estaba casada y tenía una hija. La Universidad de Stanford no hizo público el lugar del fallecimiento. Tampoco importó. Mirzakhani era universal.