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Muere Ginsburg. Cambia la elección
A un mes y medio de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Donald Trump está en desventaja. La anterior fue otra semana complicada para Trump. Comenzó teniendo que defenderse de los remanentes del escándalo de sus declaraciones a Bob Woodward, que revelaron a qué grado minimizó la pandemia con fines políticos. Luego, quizá con la intención de resarcir los daños al prestigio del presidente o simplemente cambiar de tema, a alguien en la Casa Blanca se le ocurrió que sería una buena idea llevar a Trump a Pensilvania para que participara en un foro con votantes indecisos moderado por el periodista de la ABC, George Stephanopoulos. El resultado no pudo ser peor. Trump no reconoció que había desdeñado la pandemia en público ni cualquier otro error: insistió en que había hecho un trabajo notable, respondiendo adecuadamente al desafío que ya les ha costado la vida a 200 mil estadounidenses.
A lo largo de una hora y media, los encargados de verificar los dichos de Trump descubrieron mentira tras mentira, algunas extrañísimas, como la acusación que hiciera Trump a los demócratas de no imponer un mandato para el uso de mascarillas sanitarias. El desempeño de Trump ocupó la atención de los medios durante un par de ciclos informativos, obligando al presidente a defenderse y justificarse.
Tras otro encuentro difícil con el mundo del periodismo y con votantes indignados, Trump parecía dirigirse a perder otro round de los pocos que le quedan a la pelea rumbo a la elección.
Y, entonces, apareció el azar. El viernes pasado murió la magistrada Ruth Bader Ginsburg. Falleció tras una larga batalla contra el cáncer. Su muerte podría modificar de forma contundente el rumbo de la campaña porque le da la posibilidad a Trump de nombrar un sucesor, seguramente un jurista conservador que inclinaría el máximo tribunal hacia la causa de la derecha con consecuencias enormes para la sociedad estadounidense. El problema es que la muerte de Ginsburg llega a menos de 50 días de la votación, y la imposición de un candidato podría no ser bien recibida por el electorado indeciso. Resulta que, si los republicanos proceden con la nominación de un sustituto para ocupar la silla de Ginsburg, estarán violando el precedente impuesto por ellos mismos cuando se negaron a siquiera considerar al juez Merrick Garland, propuesto por Obama para suceder al titán conservador Antonin Scalia. Los líderes republicanos argumentaron entonces que Obama no debía buscar al sustituto de Scalia durante un año electoral. Si hoy deciden ignorar su propia regla, estarán violentando el principio de equidad más elemental. Veremos qué deciden y qué consecuencias enfrentan.
A partir de la próxima semana comienzan los debates presidenciales y el encuentro vicepresidencial. Trump necesita hacerse de la narrativa, y pronto. No es fácil, sobre todo si insiste en mentir y exhibir su pequeñez.
No todo lo que viene será negativo para Trump. El proceso para encontrar al reemplazo de Ginsburg, que seguramente será una figura ultraconservadora como la juez Amy Coney Barrett, le permitirá cambiar de tema, sacando a la pandemia del centro del escenario. Tampoco es imposible que pueda ganar de alguna forma los debates, o al menos evitar una erosión mayor. Trump seguramente tratará de sacarse de la manga una noticia que cambie el rumbo de la elección casi mágicamente. Lo más probable es que anuncie una vacuna en algún momento del último tramo de octubre. De ser así, no es imposible que parte del electorado responda favorablemente y Trump consiga cerrar la brecha.
Sin embargo, el presidente de Estados Unidos aún nada contracorriente en la elección. Y faltan ya solo seis semanas. Algo es un hecho: nos espera un cierre de campaña presidencial a la altura de ese horrendo e impredecible 2020.