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Morirás de muerte

Es otoño y las hojas caen muertas por todas partes.
La muerte por causas naturales ahora es menos frecuente; las noticias lo reportan a diario: “Mata a su esposa y luego se da balazo en el corazón”, “Con signos de violencia y aparente violación, aparece mujer sin vida en Saltillo”, “En Saltillo mató a su tía y la enterró en su cuarto, porque le tiró su guitarra”.

Este último caso es sintomático, se le da poco valor a la vida, un objeto la supera.

¿Cómo puede alguien dormir en una cama con el cadáver de su tía debajo?
Se necesita suprimir bastante la conciencia o haber perdido la brújula moral. El joven feminicida publicó en una red social: “Mi tía está desaparecida, tenemos dos días sin saber nada de ella, por favor si la ven comuníquense, compartan las fotos, estamos muy preocupados”.

Simular preocupación en las redes sociales, es casi tan cínico como la simulación de crear el Sistema Estatal Anticorrupción.

La cultura de la muerte impregna nuestra sociedad, para muchos, cuando se pierde el sentido de la trascendencia, la vida pierde el ídem.

La conciencia de la finitud humana y la falta de esperanza conducen a opciones erróneas, como el suicidio.

“Cada uno de nosotros lleva dentro de sí la propia muerte”.

Martin Heidegger escribió: “Una psicología del morir nos instruye antes sobre la vida del moribundo, que sobre el morir mismo…”.
Sabemos que todos nos estamos muriendo, la diferencia es que no sabemos cuándo, la diferencia es: ¿Qué tanto pensamos en ello?, ¿Cuánto temor le tenemos a la muerte?, ¿Qué tan preparados estamos?
Madeleine Delbrel escribió el poema “Morirás de muerte” (fragmento):

Es frecuente que en los conventos
se preparen para la muerte.
Nosotros no tenemos tiempo de hacerlo,
pero, a pesar de todo, estamos sabiamente preparados.

Es la vida la que nos prepara para morir
y conoce bien su oficio.
Basta con escucharla, verla, seguirla…
Ella nos explica la muerte poco a poco,
o de golpe, según qué días.

Unas veces, sin hacernos ningún daño.
Otras, dislocándonos de dolor.
Unas veces, subrayando
nuestras pequeñas muertes cotidianas,
otras, golpeándonos con la muerte de aquellos
a los que amamos más que a nosotros mismos.

La muerte se aprende cuando, al peinarnos por la mañana,
se nos caen los cabellos,
cuando perdemos el diente que nos ha dolido tanto tiempo,
cuando se nos forman patas de gallo,
cuando podemos decir,
al contar algunos pequeños recuerdos,
“hace 10 ó 20 ó 30 años…”.

Cuando cada año vienen con unas flores
a desearnos feliz cumpleaños,
unas flores que tienen un ligero aire a cementerio
y que celebran ese año menos
antes del último de nuestros años.

La muerte se aprende en cada encuentro
con quienes nos conservan nuestra infancia
y para los cuales seguimos siendo pequeños,
la memoria que flaquea,
la inmovilidad progresiva…
Aspectos humanos ocupados de antemano por la muerte.

Cada vez que volvemos al país de nuestra juventud,
se reduce la lista de las visitas a los vivos
y se alarga la visita a las tumbas.

La muerte se aprende en cada adiós definitivo
a los seres queridos.
Porque, aun cuando la fe y esperanza unidas,
e incluso nuestra caridad para con ellos,
afirman nuestra alegría por saber que han llegado,
nosotros nos quedamos con nuestra sangre que protesta,
con esta carne abierta, herida,
nuestra carne,
a la que parece que han matado una gran parte,
y ese horror de la tierra, de la tiniebla y del frío,
que hizo llorar al propio Jesús.

La vida es nuestra maestra de muerte.
Pero, a su vez, la muerte se convierte en maestra de vida….
Así aprendemos a morir de muerte
para vivir de auténtica vida….

jesus50@hotmail.com