Momentum catastrophicum

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Momentum catastrophicum

Carlos Salinas de Gortari ya lo había advertido en su libro “La Década Perdida” (2008), donde nos habla de los abusos del neoliberalismo y del libre mercado que él impulsó a través del ahora tambaleante Tratado de Libre Comercio (TLC), un reconocimiento pesimista que vino a ser el mejor ejercicio de clarividencia de este reconocido profeta de calamidades.

Y cierto es que hoy estamos viviendo en México un “Momentum Catastrophicum”, que es el título de un ensayo del vasco Pío Baroja, de esa Generación del 98 marcada por el pesimismo español, dada la pérdida de sus últimas colonias tras su derrota en la guerra contra los Estado Unidos, país que detonó contra España ese momentum que no es otra cosa que un violento impulso que conduce a la catástrofe. En esta ocasión, para México, no se trata de la explosión del acorazado Maine, sino del hundimiento del TLC, torpedeado por el nacionalismo de Donald Trump, como en su momento lo vislumbró Baroja con respecto al nacionalismo vasco y catalán, que fue motivo de su ensayo de título catastrófico.

Asimismo lo vio venir Isaiah Berlin cuando predijo que el nacionalismo sería la poderosa corriente política adversa a la globalización, como lo estamos viviendo ahora con Trump y su proteccionismo convenenciero en contra del otrora sacrosanto libre mercado, ídolo patas de barro de los “Chicago boys” y de los chicos del ITAM.

De ese modo, las manifestaciones más preocupantes del nacionalismo trumpiano tienen que ver con la defensa de su idioma, empleos, fábricas y sus fronteras, asuntos muy respetables de cualquier nación. De hecho, nosotros deberíamos empezar a protegernos más de la inmigración centroamericana, mientras no caigamos, como Trump, en la xenofobia, el racismo y el chovinismo.

Cierto es que vivimos un momentum catastrophicum, uno de los episodios más preocupantes de nuestra siempre difícil relación con los EU. Mucha culpa es de nosotros que no aprendemos las lecciones de la historia, como el “Acuérdate del Álamo”, del que ellos no se olvidan. Tampoco hay que olvidar que el himno de guerra de los US Marines se titula “From de Halls of Moctezuma”; asimismo, olvidamos que los gringos no tienen amigos, sino intereses, como lo dijo el siniestro exsecretario de Estado, John Foster Dulles.

Y si ya olvidamos a Dulles, no olvidemos, pues, a la negrita Condoleezza Rice que echó abajo la versión de que los negritos buenos también se van al cielo cuando dijo: “La política exterior de los EU está fundada en los intereses nacionales de nuestro país. El derecho internacional no es más que una buena intención y, por tanto, prescindible”.

Hoy, pues, nos enfrentamos al momentum catastrophicum impulsado por Trump. Esperemos los efectos inmediatos de su nacionalismo, entre ellos, la deportación masiva de migrantes, peor a la de 1954 implementada por Eisenhower, llamada con oprobio Operation wetback, peor, inclusive, a la de otro “negrito bueno”, Barack Obama, que deportó a millones de mexicanos.

Cuánta razón tenía el presidente Echeverría cuando dijo que era incomprensible que los EU podían resolver graves problemas con sus enemigos (recordar la crisis de los misiles), y que sean incapaces de resolver problemas sencillos con sus amigos. Pero ¿acaso somos amigos? Dejemos que don Daniel Cosío Villegas nos conteste y a ver si así entendemos: “Definitivamente, nuestra vecindad con los Estado Unidos es uno de los dramas humanos más sombríos que pueda recoger toda nuestra historia”.