Mohamed y el fracaso
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Mohamed y el fracaso
Mohamed le ha entregado muy buenos números a Rayados, pero le debe un título. Se lo debe a sí mismo, por ese sueño de cumplir con cuestiones sentimentales que le recorren por la cabeza.
Pero su indisimulable desilusión personal se combina con una más general, que también le pega. Mohamed le debe un título a la gente que le prometió precisamente eso.
Mohamed difícilmente pueda seguir ilusionando a una masa de aficionados que en menos de dos años vio fracasar de la manera más cruel a su equipo: en su estadio, desaprovechando ventajas y hasta penales. Y de pilón, Tigres.
El imperecedero efecto Tigres quedó ahí, como un tatuaje imborrable que vino a modificar el contexto popular de la rivalidad, y Mohamed fue parte de esa historia. La que no pudo escribir con Rayados, la sufrió porque quedó marcado a fuego del otro lado.
De bronce que pudo ser su estatua si cerraba el ciclo con una noche consagratoria, terminó siendo oscura, opacada por un destino caprichoso y, si se quiere, infundado para el DT.
Porque Mohamed seguirá creyendo que este Rayados estaba para campeón y seguramente se resista a pensar que podrá tener una oportunidad más.
Rayados -y Mohamed- han perdido credibilidad, quizás para muchos, injustamente por la productiva campaña. Pero el futbol es como la guerra: primero hay que contar los caídos antes de presumir lo que se pudo haber alcanzado con las buenas armas.
Y es probable que en el balance final, no se gane nada, porque desafortunadamente y en una coyuntura así, sólo queda retratado el valor que gana la derrota por encima de los méritos ocasionales.
Por lo tanto, a los simpatizantes le importará poco si Rayados es un equipo de números bonitos si acaba siendo el primer gran perdedor del torneo.
Es un error decir que Rayados obtuvo otro subcampeonato como consuelo mezquino, cuando perdió otro título, que es muy diferente. Los subcampeonatos no suman estrellas, sino más bien exhiben los fracasos.
Y Mohamed lo sabe: “si voy a una Final, es para ganarla, si no, no sirve de nada”, es una de sus máximas, pero Rayados todavía no ha dado señales de que sepa jugarlas.
No pudo con un equipo emocionalmente endeble ante Pachuca, ni con otro al que extrañamente le secuestraron la personalidad en un Clásico donde debía dar un golpe de autoridad.
Bajo presión, Rayados se llena de fantasmas. Un equipo construido para atacar no se sostiene en la adversidad. Un equipo fabricado para ganar, sigue cargándose de frustraciones y aumentando su propio lastre. Un peso que, por volúmen, ya vence a Mohamed.