Mis hij@s y los tiburones

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Mis hij@s y los tiburones

Es una noche como muchas otras, a mi hijo mayor le da por ver un programa televisivo estadounidense: “Shark Tank”. El programa también se difunde en castellano desde hace rato, supongo que irá extendiéndose a otras partes del mundo. Aprende, aunque como todo, hay que estar ahí para aclarar cosas.

El programa ofrece una pasarela de “emprendedores” que exponen sus afanes y proyectos ante un grupo de cinco o seis empresarios consolidados, todas y todos ellos ya millonarios en toda la extensión de esa palabra.

Los “emprendedores” plantean su proyecto de negocios y fundamentalmente esperan a cambio dos cosas: primero dinero, capital, inversión para consolidar el negocio que presentan, para hacerlo crecer. Por lo general los “tiburones” compran, invierten en una posición minoritaria del negocio presentado. Segundo, los emprendedores esperan complementación. El pequeño negocio busca asociarse con alguno de los tiburones a cuya evaluación se someten, para que además de capital, lo ayude a navegar en las aguas turbulentas del mundo de los negocios.

Si damos por buenas o aceptables las reglas del juego, todo va muy bien, se exponen ideas novedosas, innovadoras que, con la inversión adecuada y el necesario acompañamiento, darán los resultados esperados: utilidades, empleo y hasta pagarán impuestos. Por supuesto, no todos tienen suerte, probablemente a la mayoría le darán las gracias por participar.

La semana pasada pude darme tiempo para ver el programa. En una exposición los tiburones fueron al grano: “¿Cuánto te cuesta producir?, ¿Cuántos llevas vendidos?, ¿A cuánto lo vendes?” ¡Pobre de aquel que lleve un alto costo de producción respecto al precio de venta! Es pecado mortal, inaceptable. Para retener la atención de los tiburones, el emprendedor saca una respuesta de la manga, quizá genuina: “Ya lo estoy resolviendo, sacaré la producción a otro país, “overseas” como llaman los estadounidenses a todo lo que se encuentre allende sus fronteras. Entonces, los tiburones volvieron a mostrarse interesados, lo demás es mero anecdotario. Así, cada emisión.

No puedo permitir que mis hij@s escuchen y asimilen todo esto como un valor positivo. Les pregunto si saben a qué se refiere el emprendedor con el término “overseas”, y por qué gustó a los tiburones, tanto que volvieron a ponerle atención cuando ya lo estaban ignorando. Como no lo sabían, pasé a explicarles por qué les conviene sacar la producción del país. No es arte de magia, en Estados Unidos la mano de obra cuesta más que en otras naciones. Aquí y allá los trabajadores son seres humanos, pero allá se les paga menos, mucho menos que a los de aquí. “Pues que les digan que no” me responde uno. Siempre habrá una persona más necesitada, respondí, que acepte un salario bajo, se ven obligados a aceptarlo, se les hace creer que no tienen otra alternativa de vida. Trabajan mucho, ganan poco y sacrifican lo más preciado de la vida: familia y tiempo. Además, están todos los que medran en el país pobre, toda una cadena, desde el inversionista y el que trabaja, pasando por los políticos y burócratas que hacen posible esta forma de explotación.

La ecuación tiene otro factor: la creciente automatización, ya están aquí los robots que hacen la chamba a menor costo aun que los trabajadores con salarios y condiciones de hambre. ¿Cómo se soluciona?, me preguntan. Es complejo, hay muchas cosas por hacer. Usar bien los impuestos, no despilfarrar en abusos, ¿de qué sirve cobrar más impuestos si no se sabe gastar adecuadamente? Sería mejor una estrategia comunitaria para resistir los atropellos. La vida siempre ofrece alternativas. ¿Exigir más a las empresas?, el temor al desempleo siempre será mayor. ¿Cómo nos fue con López y el TMEC? La presión por mejores salarios llegó de fuera. Muchos aquí no lo recibieron bien. Derechos laborales, impuestos, renta básica universal, legislación ambiental firme y decidida y claro, un largo etcétera.

Nada cambiará si no superamos la obsesión demoledora de ganar más y más, rendimiento sobre rendimiento, bajar costos de producción y maximizar las ganancias, a costa de lo que sea. Poco tiene que ver la libertad, se puede emprender en total libertad sin abusar de nuestros semejantes. Libertad y justicia pueden convivir, el problema radica en que la caridad, entendida como amor al prójimo no existe para muchos en el mundo de los negocios. Ya no se oyen los llamados empresariales por la justicia social, la hipoteca social, alguna vez los escuché. El Estado rector de la economía. Fuera del esfuerzo aislado y exitoso de COPARMEX por elevar el salario mínimo, el tema ya no es tema.

Vivimos en una olla de presión que ya nos dio muchos avisos, pocos, muy pocos desean escucharlos. Esta pandemia es un aviso más, el miedo desatado está generando una polarización que lleva al odio y a la guerra. Innovar y emprender pueden resultar actos positivos, muchos han ayudado. Es justo obtener beneficios por un trabajo, pero todo se pervierte cuando prevalece el egoísmo por encima de la razón y la generosidad. Creo que todo comienza viendo a nuestros semejantes con mayor respeto y consideración, después viene el hablarnos y, sobre todo, escucharnos. No estoy con un extremo ni el otro de la ecuación. Creo en la economía de mercado, pero con visión, los alemanes han sido harto exitosos en ello desde Konrad Adenauer tras la Segunda Guerra Mundial. Es cuestión de equilibrio y balances frente a la ambición desmedida y sin freno.