Mirador 28/09/15

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Mirador 28/09/15

Recuerdo tus ladridos, Terry. Entonces eras perro joven, y ladrabas porque sí y porque no. También los hombres, cuando somos jóvenes, hablamos porque sí y porque no.

Le ladrabas al viento y al agua del arroyo. Le ladrabas al árbol que movía sus ramas y a la inmóvil piedra. Le ladrabas al rayo de sol que de pronto irrumpía en la habitación, y por la noche le ladrabas a la luna que reflejaba su luz en el espejo.

Pero todos tus ladridos eran alegres y felices. Eran una de las voces de la vida, como la charla de las mujeres que lavaban en la acequia, como el grito lejano del pastor de cabras, como las voces de los niños que en la escuela recitaban las tablas de multiplicar.

Un día me sorprendí al oír que tu ladrido no era de gozo, sino de amenaza. Me acerqué, y vi junto a ti a una ardilla inmovilizada por el terror. No era a ella a la que le labrabas: sobre la pequeña criatura revolaba muy bajo un gavilán, dispuesto ya a arrebatarla. Tus ladridos alejaron al ave de presa, y entonces el animalito se perdió entre los nogales.

Recordarte, amado perro mío, es recordar la vida. Quizás en otra me estás recordando ahora tú.

¡Hasta mañana!..