Migrantes, sin patria ni hogar
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Migrantes, sin patria ni hogar
El Gobierno y las Naciones Unidas patrocinaron un programa piloto en Saltillo para ayudar a integrar a la sociedad mexicana a quienes buscan asilo.
Inició en agosto y el programa, hasta el momento ha otorgado asilo a 38 personas, de los cuales permanecen 26.
“Saltillo fue elegido porque tiene antes oportunidades de empleo y es relativamente tranquilo y seguro, dijeron los oficiales de las Naciones Unidas”.
Sin embargo, los migrantes dicen que aquí los salarios son apenas suficientes para cubrir el costo de la vida. Están felices aquí porque no temen por sus vidas.
El pasado 12 de febrero, el New York Times reportó que los migrantes latinoamericanos huyen de la pobreza, inestabilidad política, desastres naturales o la violencia, como las amenazas de las pandillas en El Salvador y Honduras.
Un creciente número de migrantes prefiere quedarse en México que cruzar a Estados Unidos. Hay muchas razones, como la dificultad para cruzar la frontera, las altas cuotas de los “polleros”, y las patrullas fronterizas aplican duro su fuerza.
Algunos piensan que es más fácil adquirir un estatus legal en México; el factor Trump ha ocasionado que los inmigrantes perciban a Estados Unidos como un lugar menos hospitalario con ellos.
“Aquí, al menos, las personas te ayudan y te aceptan”, dijo Josué de 31 años, inmigrante de Honduras que se queda en la Casa del Migrante en Saltillo.
El año pasado más de 8 mil 100 extranjeros aplicaron para asilo, 3 veces más que en el año 2000 y 15 veces más que hace 5 años.
Javier Martínez, abogado en la Casa del Migrante ayudó a que más de 100 migrantes aplicaran como refugiados en 2016.
Se espera que este año México pudiera recibir más de 20 mil solicitudes de asilo.
En mi opinión, no debemos estar asustados de este flujo migratorio, por el contrario, hay que estar conscientes que el factor humano contribuye al crecimiento económico, como ocurrió en Estados Unidos en su momento.
Antes de que el imperio entrara en decadencia, antes de que Donald Trump se disfrazara del hombre fuerte que liberaría a la ansiedad que abruma a “la gran clase media estadounidense” que los protegería del caos y evitaría que se externalicen empleos a otros países.
Esa sociedad, dijo Zygmunt Bauman, afectada actualmente por unas probabilidades “terriblemente elevadas de caer en la pobreza”: Dos tercios de los estadounidenses viven al día porque sus salarios no dan para más. La mayoría podría perder su empleo en cualquier momento. Muchos forman parte de una creciente población activa disponible “bajo demanda”, es decir, contratada según se la necesite y que cobra lo que puede cuando consigue tener trabajo.
Pero saben que si, en algún momento, eso no llegará para mantener el ritmo de los pagos del alquiler o la hipoteca, o de la compra diaria o los consumos de servicios varios, se tropezarían y caerían al pozo.
Confiar en un hombre fuerte es una quimera, y Trump logró un truco de prestidigitador: Que confiaran en que él sería el hombre que pudiera contra el poder del capitalismo mundial.
Ganaron las ideas políticas nativistas y racistas de Trump. La sociedad americana eligió creer en esa quimera, la angustia los cegó. Los mexicanos no estamos exentos de caer en el truco, podemos creer en un mesías o en un rey que nos protegerá de los malos, de la quiebra. Los fuertes debemos ser todas las personas y no solo un gobernante.