Migajas

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Migajas

Los humanos temen, y en ciertas ocasiones perseguimos, a quienes son diferentes a nosotros. Ese miedo a personas de apariencia o comportamiento que la psique humana califica como diferentes, son producto de un instinto primario que nos provoca emociones presentes en el comportamiento humano, es el caso de la homofobia, una reacción emocional en lugar de un argumento razonado. 

Sin embargo, el hecho de que sea una reacción emocional no es relevante para los intolerantes, que rechazan y han negado por siglos cualquier clase de derechos a los homosexuales. Parecería increíble quienes argumentan en su contra, casi siempre se basan en lo que “la Biblia dice”, basados siempre en interpretaciones erróneas que utilizan para estigmatizar y condenar a la comunidad homosexual y darles una condición de inferioridad, relegarlos a las sombras y a la falta de derechos.

Otros, los más “informados”, aseguran en tono docto que esto va contra las leyes naturales, un acto que la propia naturaleza abomina. Afirman que la evolución separó a las especies en macho y hembra y eso los hace justificar los prejuicios y la violencia que persiste. Ambas argumentaciones han sido refutadas por los defensores de los derechos civiles y por la ciencia, pero con el mismo resultado: No hay cambio en sus posturas.

El ejemplo más claro es la negación a aceptar el matrimonio entre parejas del mismo sexo. La razón más sólida que exponen es que pone en peligro la institución heterosexual del matrimonio, pues a alguien se le ocurrió que este era para asegurar la perpetuidad de la especie humana. 

Con toda seguridad desconocen que las parejas homosexuales se quieren casar por las mismas razones que heterosexuales: amor, ritos y la fiesta de compromiso. Sin embargo, si el debate sobre la igualdad del matrimonio se limita solo a las emociones y las costumbres sociales, no sería un asunto de derechos civiles. Las parejas heterosexuales se casan por amor, pero también para tener acceso a la protección legal y sus beneficios y, por supuesto, para proteger a sus familias y protegerse a sí mismos.

Menciono esto por el documental que se estrenó esta semana, en donde el papa católico Francisco, expresó su apoyo al matrimonio entre parejas del mismo sexo. Estas relaciones, dijo Bergoglio, deberían estar “cubiertas legalmente”. “Los homosexuales tienen derecho a ser parte de la familia”, declaró el pontífice.

Inmediatamente, sus palabras fueron aclamadas por muchos como un avance notable para la organización religiosa más grande del mundo. Es comprensible. En la oscuridad del 2020, la noticia de que una de la figura religiosa más importantes del mundo ha respaldado estas uniones parecerá un momento brillante en tiempos sombríos. 

Y si bien sus palabras parecen diferir de la enseñanza oficial de la iglesia que considera las relaciones homosexuales como “prohibidas”, es un avance notable para la comunidad LGBT. 

Sin embargo, el llamamiento del papa no debe verse como una señal decidida de progreso. Yo creo que más bien el efecto general de sus palabras puede ser más dañino que útil, haciendo envalentonar a quienes buscan rescindir los derechos ganados con sangre por la comunidad LGBT.

Sin duda, la declaración del papa Francisco podría ser muy útil para cambiar actitudes, si no leyes, en gran parte del mundo donde no se ha legalizado este matrimonio. Hasta ahora, solo 28 de los casi 200 países del mundo permiten este tipo de uniones y aun en estos tiempos, en muchos países la vida homosexual está criminalizada. En lo personal creo que la posición de Francisco no conducirá a la aprobación de este matrimonio en la mayoría del mundo, pero podrían suavizar leyes y costumbres draconianas que perjudican gravemente a las personas LGBT en su vida diaria.

Por eso es que el elogiar el anuncio de Francisco como “histórico” es equivocado e incluso peligroso. De hecho, lo que Francisco está pidiendo es un paso atrás de lo que merecen todas las personas LGBT. Acepto que sus palabras del papa son mucho mejores de lo que hemos escuchado durante mucho tiempo respecto a los derechos de la comunidad LGBT, quienes jamás deberían aceptar las migajas de la civilidad en lugar de los derechos básicos y fundamentales de la ciudadanía plena.