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Miedo a la mota

Lo confieso pronto para no generar falsas expectativas: personalmente también le tengo miedo a la mariguana… y al resto de las drogas ilícitas a cuyo disfrute se entregan tantos en este planeta.

Pero no me sustraigo a la posibilidad de pegarle al carrujo porque sostenga alguna posición moralista en torno a los enervantes, sino por una razón mucho más simple y mundana: tengo plena certeza del resultado a obtener si le entro a cualquiera de los polvos, líquidos, granulados, hierbas, hongos y demás habitantes del universo grifo: me van a gustar.

¿Cómo lo sé? La respuesta es también muy simple: cuando probé el tabaco me gustó (aunque hace ya casi una década lo abandoné) y cuando probé el alcohol me gustó (y me sigue gustando)… a contrapelo de la humildad en la posición del inmortal Jaime Sabines, acá su charro negro no lo supone, sino lo sabe de cierto: si pruebo la mota voy a querer repetir.

Entonces, como carezco de la fuerza de voluntad necesaria para sustraerme al hedonismo, mejor me sustraigo del viaje… al menos por ahora.

Tampoco aliento a nadie a consumir drogas, ni encuentro absolutamente ningún elemento benéfico en la práctica de introducir a nuestro organismo sustancias cuyo propósito es la alteración de los sentidos y, con ello, la percepción de la realidad circundante.

Pero estoy absolutamente de acuerdo con el criterio emitido por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en noviembre pasado, al amparar a los integrantes de la agrupación SMART para colocarles en la posibilidad de cultivar, procesar y consumir su propia hierba.

En efecto: consumir mariguana es perjudicial… de la misma forma en la cual es perjudicial comer carne roja, consumir refrescos embotellados, fumar cigarrillos, beber alcohol, abjurar de los vegetales, abusar de las harinas y un millón de cosas más cuya producción, comercialización y consumo se encuentran perfectamente regulados.

En otras palabras: actividades riesgosas para la salud sobran y algunas de ellas cobran miles -decenas de miles- de vidas al año, pero no las prohibimos ni le impedimos a nadie su práctica porque, siempre y cuando se cuente con la información para ello, todos somos libres -siendo adultos- de entregarnos a las prácticas más nocivas si nos da la gana.

Por ello, personalmente alineo en el contingente de quienes, sin ser afectos a la mota ni haberla probado jamás, encuentran perfectamente entendible el deseo de cualquier persona de arrempujarse los carrujos de su elección, siempre y cuando tal actividad no perjudique derechos de terceros.

Por lo demás, el debate sobre la mariguana no está centrado en si la permitimos para fines medicinales y de investigación o si despenalizamos el consumo: el problema está en la producción, en la siembra, cosecha, transportación y compra venta de ésta.

Si, a partir de la iniciativa remitida por el Presidente de la República al Poder Legislativo, cualquier persona podrá andar por la calle con un guato de 28 gramos de hierba (ignoro de qué tamaño sería el tambache) y ninguna autoridad podrá colocarle la etiqueta de narcotraficante -siempre y cuando se reconozca consumidor-, el problema de fondo continuará intocado: la transacción comercial mediante la cual se hizo de la grifa seguirá siendo ilegal.

Resulta, en ese sentido, mucho más sensato permitirle a quien así lo quiera tener su propio jardín del edén y entregarse a la -supongo- terapéutica tarea de sembrar y cultivar morosamente sus plantas, experimentando de paso con sus propias hibridaciones y selecciones para lograr carrujos a la medida de sus necesidades y gustos, sin exponerse al contacto con las organizaciones criminales actualmente propietarias del negocio.

Está bien dejar de criminalizar a quien, en el libre ejercicio de sus libertades, decide intoxicar su organismo con las sustancias activas de la marihuana, pero considerar a tal acción un viraje importante en la política pública contra las drogas constituye un exceso retórico.

En ese sentido pues, la iniciativa presidencial es no solamente insuficiente, sino timorata. Le sobra pretensión y la falta alcance, porque sigue dejando en manos de la criminalidad el control de un mercado cuyas ganancias constituyen el motor de las disputas territoriales que en el pasado reciente nos han costado tantas vidas.

Además, la iniciativa presidencial pierde de vista el detalle central de la discusión: cientos de amparos se encuentran actualmente en trámite ante el Poder Judicial de la Federación y cuando se resuelvan dejarán sin efecto las normas según las cuales no se puede producir mariguana con propósitos de autoconsumo. Y cuando eso pase, vamos a enfrentar la peor de las realidades posibles.

¿Por qué no aceptar mejor lo evidente y dejar de posponer el reconocimiento del hecho fundamental de este debate? Quienes promueven el uso recreativo de la mota ya ganaron el pleito.

¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3