Mi hermano Jorge

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Mi hermano Jorge

Siempre quiso ser médico.

Aún no aprendía a hablar bien -¡qué bien hablaría después!- y le preguntaban:

-¿Qué vas a ser cuando estés grande?

-Doitór.

Yo quería ser torero, actor, músico, misionero, explorador… Él siempre quiso ser médico. Tendría apenas 10 años cuando pidió como regalo de Navidad un microscopio. Nos asombraba mostrándonos los misterios contenidos en una gota de agua sucia. Ahorró las monedas que nuestro padre nos daba los domingos y se compró en la Librería Martínez un libro para mí esotérico: “Los cazadores de microbios”, de Paul de Kruif.

Cursó en forma brillante su carrera en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Luego hizo estudios de posgrado en los Estados Unidos. Se especializó en cirugía plástica y reconstructiva. Cuando regresó fue pionero aquí de esa especialidad.

Bien pronto comenzó a escribir, primero sobre temas médicos. Importantes revistas científicas recogieron sus colaboraciones. Sus artículos acerca de historia de la Medicina en México eran sumamente apreciados en nuestro país y en el extranjero.

Fue maestro. Profesó cátedra en la Escuela de Psicología fundada por un amigo inolvidable: Augusto César Cárdenas. Ahí tuvo como compañero al doctor Federico Uribe, con quien cultivé gran amistad.

Mi hermano Jorge fue dueño de un tesoro inapreciable: la fe. Hombre de profunda religiosidad, nutrió su espíritu con lecturas que hicieron de él un laico docto en materias eclesiales tales como la liturgia. Escribió con sabiduría y con honda devoción la historia de la Catedral y del Santuario de Guadalupe. Estudió la obra del pintor jesuita Gonzalo Carrasco, y dictó varias conferencias en torno de los cuadros que ese gran artista realizó en Saltillo, principalmente los que ornan las paredes del templo de San Juan Nepomuceno. El libro en el que relató sucesos inusitados acontecidos en nuestra ciudad es ya un clásico de la historiografía saltillense.

Su espiritualidad, unida a su ciencia, hizo mucho bien a mucha gente. La editorial Buena Prensa publicó sus libros, todos de gran éxito. Algunos de ellos, como “Paz en la tormenta”, “Estoy en ti” y “El olvidado asombro de la Misa” alcanzaron numerosas ediciones. 

Por encima de todo mi hermano Jorge fue un hombre bueno. En él tuvimos su familia y sus amigos una especie de director espiritual que nos iluminó, sobre todo en horas difíciles, con sus palabras de sabiduría y de bondad.

Luego llegó a su vida el sufrimiento en la forma de una penosa enfermedad. La recibió como un don de Dios que lo unió a su prójimo. Murió tranquilamente, sin dolor ni angustia, rodeado de su familia y confortado con los auxilios de la religión. Ya está con nuestros padres en el gozo del Señor. Lo extrañaremos, pero su recuerdo y su ejemplo, estarán siempre con nosotros.

Abrazo con inmenso cariño a Tere, la ejemplar compañera de su vida, y a sus hijos, Tere Cata, Patricia y Jorge, que con tanto amor cuidaron de él. Cuando el dador de la vida lo disponga estaremos otra vez con él. Mientras tanto le damos gracias a Dios por habernos bendecido con la vida de mi hermano Jorge.