Mi diálogo con los héroes de México

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Mi diálogo con los héroes de México

Muy señores míos, gracias a todos por estar presentes aquí, en mi pensamiento; les agradezco su presencia y esto es lo que yo he querido decirles desde hace mucho tiempo:

A ti, Pancho Villa, a ti que has sido el más rebelde de todos, el más cabrón, el muy hijo de la chingada que fuiste y te metiste al territorio de los gringos para dispararles y ponerte al tú por tú con quien sea, por darle justicia y libertad a los mexicanos, pero principalmente a los pobres, como tú, que vivían en la más completa miseria. A ti, Dorotero…

-No me digas Doroteo, me llaman Pancho Villa y como Pancho Villa me voy morir.

-Bueno, pues a ti, mi querido General de un Ejército llamado “Los Dorados de Villa”, quiero pedirte que me perdones, que nos perdones a todos los mexicanos que llevamos en el alma el querer darte las “Gracias”, por todo lo que hiciste por nuestra gente, por nuestro pueblo, por los más jodidos.

-¿Y si me quieres dar las gracias por qué chingados me pides perdón?

-Por lo que  hemos hecho con este país, ese, el que tú salvaste, por el que diste la vida. Te pido perdón por lo que hemos convertido a nuestro país, en una cuna de maleantes, de delincuentes que en vez de servir a su país, se sirven de él.

-¿Y son muchos?

-Uff, son un chingo.

-A ver, pero una pregunta para ti: ¿son más el pueblo de México o son más ellos?

-Somos más el pueblo.

-¿Y entonces por qué se dejan?

-Pos… hablando como tú, por güeyes, por dejados, por pendejos. Punto.

-No, pos están jodidos, ¿no?

-Sí, Pancho, estamos bien jodidos y cada día nos lleva más la chingada.

-No, pos muy mal. ¿Entonces para qué peleé, para qué morí?

-Pues lo hiciste por nosotros, pero una bola de rateros, corruptos, delincuentes en el poder…

-¡Ah, como Porfirio Díaz!

-¡No, hombre, peor que ese pelao!

-¿Todavía hay peores?

-Sí, porque algunos, déjame te cuento, hasta están inmiscuidos con grupos del crimen organizado como zetas, del Golfo, etcétera…
-Pobres mexicanos…. ¿Y nadie hace nada?

-Unos pocos, como tú, pero se necesita la fuerza de todos, para poner en su lugar a unos cuantos.

-¿Y yo qué puedo hacer?

-¿Hoy? Nada. Tú vuélvete a morir, ya no puedes hacer nada. Pero nomás te digo una cosa, Porfirio Díaz es nada, comparado con lo que hoy estamos viviendo.

-Entonces, ¿valió madres todo lo que hice por México?

-Sí, Pancho, por eso, perdónanos, y tú vuélvete a morir, ya qué chingados le hacemos…

A ti, Pino Suárez, de veras, ante ti, no tengo cara para pedirte perdón.

-¿Y a mí por qué?

-Porque moriste por México, porque te mataron por ser un buen mexicano, héroe de nuestra patria y porque hace 100 años moriste por un país que hoy está peor que nunca.

-¿En todos los aspectos?

-En todos, José María, en todos los aspectos estamos que nos lleva la tiznada…

-¿Y yo qué puedo hacer?

-Pos nada; no te queda mas que morirte otra vez, pero hoy por la decepción, por la vergüenza, por el deshonor. No hemos honrado ni tu nombre ni tu memoria.

-Pero siempre en las asambleas escolares pronuncian mi nombre y me hacen honores.

-Pos sí, pero es de la boca hacia afuera, porque a muchos mexicanos hoy les falta ese patriotismo para estar dispuestos a defender a su país y sus derechos, como lo hiciste tú. Sólo quería darte las gracias pero mejor vuélvete a morir, porque hoy por la vergüenza que te causamos no me atrevo ni siquiera a mirarte a la cara.

A ti, Venustiano Carranza, pos también, te pido perdón.

-¿Y a mí por qué?

-Porque aunque fuiste un gobernador en los tiempos de Díaz, te uniste a la lucha civil, desconociste al asesino de Huerta como Presidente de México y promulgaste nuestra Constitución, el documento basado en los “Sentimientos de la Nación” promulgado 100 años antes de que tú fueras un héroe, por otro gran mexicano: Morelos I. Pavón. Y es que ese documento que presentaste aquel 5 de febrero de 1917, en plena Revolución, hoy, y desde hace 70 años, le han hecho como 500 modificaciones y las más escalofriantes para ti, es que hoy los ciudadanos no son libres de participar en una contienda electoral. ¿Y qué crees, todavía para que te asustes más?

-¿Qué?

-Todos los diputados del país y los senadores tienen fuero constitucional.

-¡Cómo, no me digas eso!

-Sí, porque si estos señores que no sirven para nada cometen un delito, no pueden ser llevados a juicio.

-¡No me digas eso!

-¿Ya ves, Venustiano? Por eso, mejor vuélvete a morir manito, yo me muero de la vergüenza frente a ti.

-¡No me digas “manito”, fui Presidente de México!

-Ya sé, discúlpame…

-O sea que por el país que di la vida y por el que me mataron en Tlaxcalantongo, ¿hoy no es el mismo país?

-No.

-¿Y qué van a hacer?

-Pues tal vez algún día los jóvenes dejen de reunirse en la Macroplaza y en el Ángel de la Independencia para celebrar triunfos de fútbol o porque un peladito -además extranjero- ganó un premio por una película, porque si con esa fuerza y entusiasmo se reunieran para sacar del poder o mejor aún, llevar a la cárcel a tanto bandido, este país sería otro, y entonces tu muerte sí habría valido la pena.

-¿Sabes qué Mónica?, mejor me vuelvo a morir. Ya ni chingan…

-Ya sé. Sí, por fa, mejor quédate enterradito ahí en nuestro hermoso Monumento a la Revolución…

Oye, y tú, Zapata, ¡ay, Emiliano de mi vida!, chingada madre, contigo de plano no puedo ni mirarte a los ojos.

-¡Por qué, mujer!, ¡qué pasa!

-No, Emiliano, no… Mira, para empezar, déjame te digo una cosa, ¿sabías que le puse Emiliano a mi hijo en honor a ti?

-Ah, ¿apoco sí?

-¡Te lo juro! Es que te admiro cañón.

-Gracias.

-No, Jefe, no me digas gracias. Me vas a odiar cuando te diga que ese cabrón que te asesinó por la espalda, al fin vil cobarde, pos se salió con la suya.

-Pos sí, ya lo sé, me mató.

-No, pero es que él, a nombre de todos los mexicanos de este siglo, te hemos matado nuevamente todos con nuestros actos que hoy te avergonzarían.

-¿Pos qué hicieron?

-Nada. Nomás le entregamos el país a la delincuencia organizada y a los más corruptos de México que están el poder.
(Emiliano hizo silencio. Así, como era él, silencioso, observador, callado, prudente).

-¿Sabes qué, Mónica?

-¿Qué?

-Mejor me voy a volver a morir, porque por lo que me dices, hoy el pueblo de México tiene a los gobernantes que se merecen.

-Sí, le dije cabizbaja y avergonzada, así es.

-Ahí se ven, regreso a mi paz. ¡Ah, y diles que no me anden poniendo monumentos!, ¡no quiero honores ni monumentos! ¡Quiero que le den de comer a los pobres, quiero que les den educación y que la gente vuelva a sembrar en sus tierras!

-Ay, Emiliano, ahora ya ni se siembra, ahora le compramos todo a los gringos, quienes han alterado los genes de los vegetales –transgénicos, les llaman- para que no podamos seguir sembrándolos en México.

-¿Sabes qué? Ya escuché demasiado… Mejor me vuelvo a morir. Ya ni chingan, ¿eh? Ya ni chingan…

-Ya sé….

Entonces se pararon frente a mí Carmen Serdán, Josefa Ortiz de Domínguez, Gertrudis Bocanegra y Leona Vicario.

-No, no, no. Ante ustedes ni siquiera puedo levantar la cabeza.

-Ya escuchamos suficiente, me dijo Carmen.

-Lo sé, lo sé. Pero antes de que me avienten toda la tierra déjame decirte Carmen, Leona, Josefa, Gertrudis, que aún nos queda esperanza.

-¿En serio, cuál?

-Yo tengo esperanza en los hijos que parimos. Tengo esperanza en los jóvenes con quienes me reúno diariamente y les enseño a amar a su país y a condenar a los que lo hunden.

-¿Y has logrado algo?, me preguntó Carmen.

-No lo sé.

-¿Y cuándo lo sabrás?

-Cuando sean adultos. Cuando se paren en una manifestación a reclamar justicia, derechos y aprendan a decir lo que sienten y lo que piensan sin temor a utilizar su libertad de expresión.

-¿Crees que aún haya mexicanos así?

-Sí, sí lo creo. Aunque son poquitos, sí los hay. Porque si no tuviera esa confianza y esa fe, no estaría dando clases y no sería periodista.

-Yo fui la primera periodista de este país –se defendió Leona.

-¡Por supuesto! ¡Eres la mujer que más admiro de México!, bueno, a todas, a todas las admiro ¡y a muchas más en el mundo, que pelearon por defender a sus pueblos, sus derechos y su libertad!

-¿Entonces morimos por nada?

-No, dieron sus vidas, entregaron su vida entera por una causa. Y eso las enaltece, defendieron sus ideales y lograron la libertad de un pueblo que, aunque hoy ha perdido la brújula, creo que en algún momento comprenderán el significado de esa libertad.

-No pierdas los pies del suelo- me dijo Leona Vicario.

-Por supuesto que no.

-No dejes de hacer lo que haces –me dijo Carmen mirándome a los ojos-, acuérdate que “Vale más morir peleando”.

-Por supuesto. Nunca lo olvido. Es mi credo.

-¿Quieres decirnos algo antes de que regresemos a nuestras tumbas?

-Sí. Que nos perdonen, por ignorantes, por conformistas, por dejados… Que nos perdonen y que pueden volver a morirse en paz, porque aún hay gente que ama a su país y a su bandera.

-No es suficiente. Dijo Leona firme, como era ella, sagaz y valiente.

-Lo sé. Y en eso estamos, recordándoles que hay que reunirnos, unirnos, que somos más los menos, y que son los menos aquellos que parecen ser más.

Alcancé a ver, antes de verlos a todos de nuevo partir, un guiño de Leona hacia mí. Carmen me apretó el brazo y creo que me susurró “Vas bien, no te dejes vencer; vas bien”.

Y de pronto apareció por la puerta Ricardo Flores Magón. Y a mí se me fue el aliento, casi me desmayo por la emoción y sólo me preguntó:

-¿Quieres decirme algo a mí?

-Que te amo. Estoy locamente enamorada de ti. Eres el hombre más extraordinario de este país.

El periodista sonrió y dijo:

-Gracias, ¿algo más?

-Que han muerto muchos periodistas en México por lo mismo que hacías tú, pero te prometo que los que quedamos vivos, seguiremos diciendo las cosas como son, donde sea, como sea y ante quien sea necesario.

-¿Entonces me puedo morir en paz, otra vez?

-Sí. Pero no te vayas, porque te quiero decir algo desde que te conocí.

-A ver…

-¿Te quieres casar conmigo?, ¿por favor?

El enorme Flores Magón me sonrió. Me dio un beso en la mejilla. Y partió…

Y yo me quedé ahí, parada, viéndolos desvanecerse en mi mente y recordando las palabras de Carmen Serdán y las de otra Carmen, mi madre, quien me dijo alguna vez: “Vas bien, no te rindas ante nadie, no te dejes nunca pisotear por nadie y nunca te des por vencida, ¡nunca, jamás! Vas bien, mijita, vas bien”.