Mi abuela murió porque mató una mariposa
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Mi abuela murió porque mató una mariposa
Me contaba mi tía.
No era una mariposa corriente, era una de esas mariposas negras, de esas grandotas, velludas, que las gentes de antes llamaban ratones viejos.
De esas que, asegura la gente de antes, traen consigo la muerte. La muerte.
Una tarde, me contaba mi tía, llegó una de aquellas mariposas a casa y se escondió en un rincón.
A mi abuela le horrorizaban aquellos bichos, engendro de la naturaleza.
Agarró pues una escoba y se dirigió hasta el escondite de la intrusa.
Mi tía, mujer antigua y dada a la superstición, la detuvo en seco.
No debía matarla, le dijo, porque esas mariposas traían muerte. Eran la muerte metamorfoseada en mariposa.
Mi abuela, incrédula, cerebral como era, fue tras la presa.
Le atizó uno, dos, tres escobazos hasta que el bicho quedó embarrado en el piso con las alas abiertas.
No tuvo escapatoria de su muerte inexorable.
Otro día que mis hermanas, niñas aún, jugaban en el corral de la casa familiar, una de ellas fue herida con una piedra en el estómago por una mano anónima.
Mi abuela, mi madre y mi tía salieron corriendo tras oír el llanto desaforado de mi hermanita.
Tremendo coraje el que hizo mi abuela, el coraje de su vida.
Pasó.
Uno de aquellos días mi abuela mandó a mi madre a la tienda a traer, vaya usted a saber qué cosa.
Cuando mi mamá volvió la encontró tendida en el suelo, sin respiración, sin aliento.
Mi abuela estaba muerta.
Entonces mi tía se acordó de la mariposa negra y peluda que hacía poco se había metido en la casa y que mi abuela había matado a escobazos.
Fue la mariposa, pensó mi tía y lo siguió pensando hasta el día de su muerte.
Mi mamá, incrédula, cerebral, como mi abuela, lo atribuyó al coraje que había hecho su madre cuando le pegaron a mi hermana con la piedra.
Pero la tía no, fue la mariposa, decía.
Y cada vez que entraba uno de esos bichos en la casa se llenaba de miedo y suplicaba que no lo mataran, que lo dejaran en paz, que lo dejaran estar, hasta que se fuera.
Yo la verdad no sé qué creer, pero cuando miro una de esas mariposas negras me acuerdo de mi abuela y de la muerte.