Metidas de pata. ¿Quién no las tiene?

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Metidas de pata. ¿Quién no las tiene?

En inglés se dice bloopers. El equivalente en español es “metida de pata”. Son los errores que cometen quienes son diestros en un deporte o espectáculo y sin embargo incurren alguna vez en una falla elemental: en beisbol, el segunda base que pifia una rolita; en una orquesta, el músico que desafina; en un show, la cantante que de repente olvida la letra de la canción que está interpretando...

Donde más bloopers se ven -más bien se escuchan- es en el mundo de la radio. Podrían llenarse tomos y más tomos, los mismos de la Enciclopedia Británica, y aún más, con los mayúsculos dislates que decimos los conductores de programas radiofónicos, ayer llamados locutores y antier anunciadores. Por ejemplo, es legendario el yerro de un locutor local que al informar sobre el estado del tiempo dijo a sus oyentes: “Estamos exactamente a cero grados. O sea, no hay temperatura”.

En cierta ocasión Ángel Fernández narraba un partido de futbol. Llovía copiosamente en el estadio. Y dijo “El Diablo”: “¡Sigue la lluvia torrencial, amigos! El balón se ve pesado; ha absorbido por lo menos un litro de agua, de modo que ahora debe pesar unos 300 gramos más”.

No sé si sea cierto, pero se cuenta que un maestro de ceremonias, al leer el nombre del Padre de la Patria, don Miguel Hidalgo y Costilla, dijo: “Don Miguel Hidalgo y su distinguida esposa”.

Había aquí un señor que cantaba a la menor provocación. Existían ciertas dudas sobre su identidad sexual, pero las especulaciones se acabaron una vez que cantó “Perfidia”, la bella canción de Alberto Domínguez. Esa canción empieza así: “Nadie comprende lo que sufro yo, / tanto que ya no puedo sollozar. / Solo, temblando de ansiedad estoy...”. Al llegar al tercer verso el señor cantó con grande sentimiento:

“Sola...”. Al darse cuenta de lo comprometido de la situación enmendó terreno, y sobre la misma nota pasó del género femenino al masculino: “Solaaaooooo”.

Raúl Velasco presentó en su programa a la cantante Lucerito. Ella hizo una profunda reverencia para agradecer el aplauso del distinguido público, y al hacer esa caravana se llevó las manos hacia atrás, en una de las cuales sostenía el micrófono. Sería la emoción del momento, sería la presión que sobre el estómago ejerció la reverencia, el caso es que la artista dejó escapar un sonoroso cuesco, ventosidad o flato que el micrófono, fiel a su obligación, recogió y magnificó. La cosa habría pasado inadvertida, o se habría atribuido aquel estruendo de trompetería a una falla de sonido, si no es porque Velasco añadió al infortunado desahogo un comentario aún más infortunado. “No te apenes, Lucerito -le dijo con paternal acento a la atribulada cantatriz-. Son cosas de la naturaleza, y es más riesgoso retenerlos que soltarlos. Nuestro público, que es generoso y comprensivo, entenderá lo que pasó”. Una larga ovación saludó las sabias y bondadosas palabras del presentador. No creo que en la historia universal del espectáculo haya habido un pedo más aplaudido que ese.

Los que escribimos en periódicos hemos inventado un sufrido y silencioso personaje al que llamamos “el duende del taller”. A él atribuimos nuestras fallas. Una vez escribí “rayar el queso” en vez de “rallar el queso”. Le eché la culpa, claro, al fementido duende del taller, que en forma por demás perversa puso y griega donde yo había puesto doble ele. Si alguna falla lleva este presente artículo, como suelen llevar todos los que escribo, no se me culpe a mí: cúlpese al duende del “tayér”.